Sábado, 19 de marzo de 2011 | Hoy
EL MUNDO › ATAQUES DE ARTILLERIA Y COHETES CONTRA POSICIONES REBELDES
Los tanques de las fuerzas del coronel Khadafi entraron a la ciudad de Misrata, el último bolsón de resistencia en la región, donde las fuerzas bombardearon casas, hospitales y una mezquita, y mataron a seis personas.
Por Kim Sengupta *
Desde Sultán, en el este de Libia
El avión de guerra atravesó el cielo, emergiendo de las nubes bajas mientras sus misiles aterrizaban, llamas naranjas que surgían entre las columnas de humo oscuro. Unos pocos minutos después, llegaron descargas de artillería y cohetes, anunciando que las fuerzas del coronel Muammar Khadafi estaban avanzando. Esta era la línea del frente de Libia del este, dos horas y seis minutos después de que el régimen en Trípoli había declarado oficialmente un cese de fuego después de la resolución de la ONU, autorizando la acción militar en Libia.
En el oeste, los tanques de las fuerzas del coronel Khadafi entraron a la ciudad de Misrata –el último bolsón de resistencia en la región–, donde las fuerzas bombardearon casas, hospitales y una mezquita y mataron a seis personas. Según los médicos locales, rogaban que se levantara el bloqueo para permitir que las provisiones de medicinas y alimentos entraran.
Anoche hubo informes de que en lugar de retirarse de las ciudades que habían ocupado, como había exigido el presidente Barack Obama, las fuerzas del coronel Khadafi estaban avanzando más hacia Benghazi, el baluarte rebelde del este. Las tropas del régimen fueron vistas en el cruce de Maghrun, habiéndose movido 16 kilómetros hacia el este después de una descarga de cohetes y fuego de mortero. El día había comenzado con la promesa de un nuevo comienzo para este país. La gente en lo que queda de “Libia Libre” celebró la resolución de la ONU, que esperaban sería su liberación de la amenaza del coronel Khadafi de que no mostrarían “ninguna piedad”.
Luego vino el anuncio de que él había ordenado un cese de hostilidades y ofrecía negociaciones. Pero esta noticia no causó mucha alegría. Pocos en las multitudes de rebeldes que ocupaban Benghazi creían que se iba a decretar la paz. Muchos hacían cola para implorar a la comunidad internacional, que finalmente había actuado, que no les creyeran al hombre que había matado y perseguido a tantos de sus conciudadanos. ¿Cuál –se preguntaban– sería el destino de aquellos, ya en las manos de los secuaces del coronel Khadafi, enfrentándose al castigo en las ciudades recapturadas de la revolución en ataques brutales durante las últimas semanas?
“Hubo hombres arrancados de sus hogares, de sus mujeres e hijos por las palabras de informantes ocultos. ¿Serían simplemente olvidados?”, se preguntaba Hania Ferousi, un profesor de la universidad. A cien kilómetros de Slultan, donde los combatientes en retirada de la revolución –conocidos como el Shabaab– estaban manteniendo una posición, la guerra continuaba. Ocho murieron en Zuwaytina después de dejar sus hogares en Ajdabiya, bajo control del régimen después de días de feroces combates. Los cuerpos de cuatro adultos y tres niños yacían a un lado del camino, cubiertos con mantas. Un poco más adelante, sentado en el asiento delantero del acompañante de un estropeado Daiwa negro, había un hombre mayor, quieto, con la boca abierta como si estuviera durmiendo.
Faiz Al Beidi, que estaba conduciendo su camioneta, había intentado recuperar los cadáveres, pero tuvo que huir cuando llegaron los soldados del régimen. “Simplemente disparaban, a cualquiera, por ningún motivo”, dijo. “Somos musulmanes, yo quería que esa pobre gente tuviera un entierro adecuado, pero detuvieron hasta eso.”
Los civiles, insistían Al Beidi y los rebeldes, habían sido asesinados a sangre fría por los soldados de Khadafi, una afirmación imposible de verificar. Pero 15 kilómetros al este, en Abdullah Athi, otro conductor, Nasr Mohammed, mostró las marcas de balas en su Opel, mientras su mujer estaba en el asiento de atrás abrazada a sus dos hijos, uno de ellos, un niño pequeño, con un gran vendaje en la cien. “Son heridas de vidrios que saltaban. Un soldado de Khadafi en un puesto de control simplemente abrió fuego. Mi hijo pudo haber quedado ciego”, dijo Mohammed.
“Nos vamos de Ajdabiya porque sé que si alguno de mi familia resulta herido en la lucha, en el hospital no podrán salvarlo. Tienen pacientes en el piso. Necesitamos que los estadounidenses, los franceses, los británicos vengan con medicinas y ayuda. Deberían concentrarse en eso, darle armas al Shabaab y dejar que nosotros peleemos en nuestro propio país.”
Los combatientes Shabaab en Sultán parecían una fuerza golpeada y perseguida por las tropas de Khadafi de ciudad en ciudad: primero Bin Jawad, luego Ras Lanuf, Brega, Ajdabiya. Nombre que producían estremecimientos en algunos de ellos. Ayer, ya no parecían angustiados.
* De The Independent de Gran Bretaña. Especial para Páginal12.
Traducción: Celita Doyhambéhère.© 2000-2022 www.pagina12.com.ar | República Argentina | Política de privacidad | Todos los Derechos Reservados
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