Vie 21.10.2011

EL MUNDO  › UN LARGO PERIPLO DESDE LA REVOLUCION ANTIMONARQUICA HASTA SU ALIANZA CON OCCIDENTE

Presidente y coronel a los 27 años

La historia política de Muammar Khadafi comenzó con la revolución militar contra el rey Idris y el intento de construir un sistema asambleario que derivó en el culto a la personalidad y en una alianza final con Occidente.

El coronel libio Muammar Khadafi nació el 7 de junio de 1942 en un campamento próximo al puerto de Sirte. Por ser beduino, Khadafi era despreciado por sus compañeros de clase. En la academia militar fue absorbiendo un anticolonialismo furioso, que predominaba en la sociedad libia. Abrazó, entre sus ídolos de juventud, la figura del Che Guevara o del presidente egipcio Gamal Abdel Nasser, uno de los fundadores del Movimiento de los No Alineados. Eso lo llevó a participar, el 1º de septiembre de 1969, en el golpe de Estado contra la monarquía. En ese capitán del Cuerpo de Señales asomaba un líder entre sus compañeros de armas y así aquel carismático joven era nombrado presidente, con tan solo 27 años.

La salida de la Segunda Guerra Mundial había dejado al territorio libio arruinado y sembrado de minas. Sin embargo, gigantescas reservas de petróleo de excelente calidad se acumulaban en ese terreno desértico y hostil. Khadafi se sirvió de esa fuente para desplegar servicios sociales gratuitos, apoyado en el código moral islámico y el nacionalismo panarabista. Entre 1972 y 1975 publicó los tres tomos del Libro Verde, donde expuso los principios de la “Jamahiriya”, un sistema político-filosófico de corte asambleario definido como democracia ideal. Tan perfecto era ese sistema que el presidente y jefe supremo de las fuerzas armadas no necesitaba de un cargo superior al de coronel. En una sociedad donde el poder era ejercido directamente por el pueblo, las jerarquías tradicionales perdían todo valor.

En su primer acercamiento a la política, el joven libio –que había abandonado sus estudios universitarios en Derecho para encaminarse en una próspera carrera como militar– había comenzado a desarrollar el pensamiento que luego figuraría en el Libro Verde, texto que planteó un sistema alternativo al capitalismo, combinado con aspectos del Islam. Bajo esa influencia, Khadafi y otros oficiales ligados al ala izquierda del ejército derrocaron al rey Idris para instaurar el Consejo Supremo de la Revolución. La filosofía del Libro Verde se concretó finalmente en lo que se conoció como “Jamahiriya” o “Estado de masas”, donde el poder se depositaba en miles de comités populares. Con el tiempo, ese socialismo sui generis giraría hacia un férreo culto al personalismo provocando que aquella región del norte africano, bañada por el golfo de Sidra y el Mediterráneo, pivoteara entre constantes acercamientos y confrontaciones con los gigantes de Occidente. Más temprano que tarde, el líder libio comprendió que si controlaba las luchas entre las diferentes tribus, el camino hacia la búsqueda de consensos estaría allanado.

No le tembló la mano cuando tuvo que apelar a la violencia –y a una represión que se volvió cada vez más quirúrgica– para aplacar por igual a disidentes y clanes que cuestionaban o amenazaban su gobierno. Libia se convirtió entonces en una finca familiar.

El lado más polémico de su actividad política estuvo marcado por la invasión a Chad y el respaldo a los tres tiranos más sangrientos del Africa poscolonial (Boka-ssa en el Imperio Centroafricano, Idi Amin en Uganda, Mobutu en Zaire). También por su financiamiento a grupos terroristas. Khadafi fue acusado por la destrucción de dos aviones de pasajeros (UTA en 1986 y Pan Am en 1988) y de una discoteca en Berlín, en 1986, donde murieron dos soldados norteamericanos. Ante la presión internacional, el líder asumió la responsabilidad por esos atentados y entregó a los acusados para que fueran juzgados.

Previamente, Libia había soportado un bombardeo ordenado por el entonces presidente Ronald Reagan y en esa incursión, su hija adoptiva Ana, de tan sólo cuatro años, murió cuando fue alcanzada por la artillería norteamericana.

Al estar muy aislado en el mundo árabe, donde tenía muy pocos aliados, Khadafi eligió la reconciliación con sus antiguos enemigos. En un giro de 180 grados, el coronel libio apareció entonces como un líder más contemplativo. Finalmente, se había sumado a la guerra antiterrorista que lanzara desde Washington George W. Bush.

La opinión pública internacional reflejaba a un personaje excéntrico. Sus famosos viajes rodeado por una corte de mujeres y camellos, o su vestuario singularmente exclusivo, hicieron del presidente de Libia un personaje pintoresco entre otros líderes de la región. Con ciertas dosis de astucia, Khadafi fue abandonando el papel de azote de Occidente y financista del terrorismo mundial, para convertirse en un estadista elogiado y criticado de igual modo en Washington y en las principales capitales europeas. “Es un kamikaze que jamás pierde el control”, lo definió alguna vez un diplomático francés. Otro diplomático estadounidense se refirió al coronel como una persona “inteligente y reflexiva”, pero “bajo una apariencia estúpida”.

En 2008 fue invitado a participar de la cumbre del G-8 por el actual presidente norteamericano, Barack Obama, el mismo que ayer destacó que la muerte del líder libio significó “el final de un largo y doloroso capítulo para el pueblo de Libia”. El otrora líder todopoderoso de Libia fue rematado de un disparo en la cabeza por un joven de 18 años. La misma edad que Muammar Khadafi tenía cuando se encaminaba a dirigir Libia.

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