EL MUNDO › LOS REPUBLICANOS PROCESAN SU DERROTA ELECTORAL

La culpa es de Sandy

 Por Guy Adams *

La autopsia comenzó cuando el candidato republicano, Mitt Romney, con un rostro sombrío, caminó el martes hacia el atril del gran salón del enorme Centro de Convenciones de Boston cerca de la una y le dijo a un escaso grupo de seguidores que el juego se acabó. Ellos atravesaron todas las etapas generadas por haber perdido: la negación, la ira y ahora la tristeza. Algunos de ellos lloraron abiertamente. En su discurso, Romney dijo que él todavía creía en Estados Unidos. Pero su multitud estaba de luto no sólo por haber perdido una elección sino por la muerte de un país que ellos pensaban que conocían.

Dick Morris, el encuestador republicano que predijo una victoria arrolladora de Romney, el martes culpó por la derrota al huracán Sandy. También el comentarista político Rush Limbaugh. En Twitter, el empresario Donald Trump culpó al “engaño total” del Colegio Electoral norteamericano y llamó a la “revolución”.

La historia registrará que los republicanos fallaron en vencer a un titular tambaleante, con débiles índices de aprobación, que ha presidido en la mayor desocupación desde la Gran Depresión. Esto también muestra que el Partido Republicano ganó una mayoría del voto popular sólo una vez, en cinco intentos, durante los últimos 20 años. Ahora, dos posturas antagónicas se están desarrollando. La primera postula que el conservadurismo no perdió porque éste no estaba en la lista de candidatos. Según esta lógica, Romney, es un “moderado de Massachusetts” que buscó la Casa Blanca al final de su cargo de gobernador de un estado liberal de izquierda, falló en cortejar a un electorado clamando por un gobierno pequeño. La segunda es que Romney era un pobre candidato que falló en exponer sus valores fundamentales y nunca realmente se sintió cómodo con el negocio de la política al por menor, que los votantes fueran a las urnas inseguros de lo que él realmente representaba, pero con un vago sentido de inquietud por su fe mormona, su extrema riqueza y no permitir un control propicio de sus finanzas.

Ambas son defectuosas. Por una razón. Romney corrió una campaña disciplinada con un objetivo relativamente claro: que Estados Unidos necesitaba un exitoso hombre de negocios para poner en orden su economía. Hubo errores, por supuesto (¿quién puede olvidar el asunto del 47 por ciento?) pero después del debate de Denver y a través de gran parte de octubre, tenía al reelecto presidente, Barack Obama, nervioso.

El concepto más erróneo, sin embargo, es que de alguna forma el martes representó un rechazo al republicanismo moderado. Esta teoría claramente ignora el rápido crecimiento del liberalismo social de un electorado que eligió el martes a la noche promulgar el matrimonio entre personas del mismo sexo en cuatro estados y legalizar completamente la marihuana en dos estados. Lo más importante, ignora las estadísticas demográficas. Los votantes blancos, que por generaciones han sido el electorado fundamental de los republicanos, están en declive. Es aproximadamente el 72 por ciento del electorado esta vez, en el 2016 esa figura estará cerca del 70 por ciento. Las minorías están en aumento. Justo ahora, el Partido Republicano no tiene idea cómo atraerlas. Durante la semana pasada, cubrí cinco recorridos de Mitt Romney con una asistencia combinada de 50 mil seguidores. No más de una docena de rostros en esas multitudes eran negros, hispanos o asiáticos. Su discurso de aceptación fue dirigido a una sala llena de hombres calvos anglosajones, jefes vestidos de noche y rubias delgadas de la alta sociedad.

Esto importa porque costó votos. Las encuestas sugieren que Romney perdió el electorado negro, por un margen de 9 a 1. Los latinos, la población que más rápido creció, un segmento crucial de la población en los estados oscilantes como Nevada, Florida y Colorado, lo rechazó por 69 a 31. La otra enorme desconexión del Partido Republicano es con los jóvenes votantes, cuya concurrencia se alzó sólidamente desde el 2008. Aquellos que se encuentran por debajo de los 40 años miraban a Mitt Romney y veían a un vendedor del extremismo social: la suave cara visible de una organización que podría desmantelar los derechos de los gays, reescribir la legislación de igualdad salarial y meter sus narices en las elecciones de la mujer para el cuidado de la salud.

* De The Independent de Gran Bretaña. Especial para Página/12.

Traducción: Romina Lascano.

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