Jueves, 8 de noviembre de 2012 | Hoy
PSICOLOGíA › EROTISMO Y SEXO EN LA SéPTIMA DéCADA DE LA VIDA
La actividad sexual, el erotismo, florecen entre las mujeres de más de sesenta años. La autora de este texto recogió testimonios y puso en palabras “lo que toda una cultura se encarga, no sólo de ocultar, sino de desmentir”.
Por Clara Coria *
Algunas mujeres llegan a pensar que la sexualidad llega a su fin con la menopausia. Pero muchas otras se animan a compartir experiencias como éstas: “Estaba como retirada porque cuando me separé me dediqué a trabajar y mantener a mis hijos, no me di tiempo para otra pareja ni tampoco para relaciones circunstanciales. Ahora apareció alguien que me entusiasmó y tuve una experiencia sexual maravillosa. Me sentí como en mi juventud. Quedé asombradísima porque pensé que a mi edad ya no tenía entusiasmo ni gran sensibilidad. Pero fue todo lo contrario. El era habilidoso, me dio tiempo, disfrutamos de muchos tipos de caricias y llegué a un orgasmo maravilloso. Ya me había olvidado de cómo era. Me di cuenta de que mi falta de interés no era porque ya no me gustara el sexo, sino porque la experiencia matrimonial me había aburrido mucho. Llegué a creer que todos los hombres eran iguales, con poca inventiva, pendientes de su propia satisfacción y desinteresados por lo que yo sentía o necesitaba”. O bien: “El amante que tuve después de los 60 me hizo reencontrar con mis necesidades sexuales, que se habían adormecido con el cuidado de los hijos y la atención de los nietos. Con sorpresa descubrí que se me había amortiguado el llamado de la selva y yo no me había dado cuenta”.
Las propias mujeres se sorprenden al descubrir que la ausencia de deseo no se debe a un ciclo natural, sino que simplemente estaba adormecido por falta de estímulos apropiados. Y el gran impacto es darse cuenta de que la propia conciencia había quedado despojada de su capacidad para reconocer lo que sucedía: que se estuviera diluyendo el deseo sexual y ello fuera vivido como algo “natural”; que se hubiera naturalizado semejante despojo que poco tiene de “natural” y mucho de condicionamientos culturales.
“Mi madre, que actualmente tiene más de 80 años, me contó que después de salir del duelo por su viudez conoció, a los 63 años, a un hombre quince años menor que ella. Y me dijo: ‘Mirá, nena, a tu padre lo quise mucho, pero con quien realmente disfruté del sexo fue con ese amante. Fue él quien me hizo sentir mujer’. Yo le agradecí a mi madre que me lo contara porque me daba libertad para no quedar atrapada en el mito de la desexualización cuando yo llegara a los 60 años.” Este testimonio es una perla. No son pocas las mujeres que disfrutan con sus amantes lo que nunca llegaron a gozar con sus maridos, pero son muy pocas las que se sienten con la suficiente seguridad para transmitirles a sus hijas mujeres lo que toda una cultura se encarga, no sólo de ocultar, sino de desmentir. También es cierto que, así como las madres no cuentan sus experiencias, así también las hijas no siempre están en condiciones de tolerar y aceptar que sus madres sigan siendo mujeres sexualmente activas.
Desde hace poco tiempo ha comenzado a circular una frase divertida: que con la menopausia las mujeres cierran la fábrica y abren el parque de diversiones. La menopausia puede ser una liberación, tanto para las mujeres que siguen encontrando disfrute con el marido tradicional como para otras que recuperan sus entusiasmos cambiando de partenaire.
A lo largo de mis investigaciones encontré también mujeres modernas y muy activas en su vida sexual, que se sorprendían de que hubiera quienes se animaran a exponer sin pudor lo que sentían respecto de su propia sexualidad, porque ellas no estaban dispuestas a hacerlo. Mantenían así una especie de inercia de costumbres anteriores acerca de que “de eso no se habla”. También es posible escuchar que no pocas jóvenes suelen adoptar comentarios marcadamente críticos respecto de las mujeres mayores. Los procesos de cambio son complejos y mientras se producen suelen coexistir viejas modalidades con nuevas actitudes. Por ello resulta comprensible que algunas mujeres se hayan permitido libertades sexuales en otras épocas impensables y al mismo tiempo sigan sintiendo pudor por hablar de su sexualidad.
Hay mujeres que a lo largo de sus vidas han mantenido una relación disfrutable con el propio erotismo y no están dispuestas a poner distancia con algo que les es propio, además de placentero y revitalizante. Sin embargo, las posibilidades de lograr satisfacer dicho disfrute suelen presentar no pocos obstáculos. Veamos algunos comentarios: “Es una época de la vida muy complicada para nosotras, las mayores de 60, porque el deseo sexual se sigue sintiendo a flor de piel, pero nuestra edad cronológica no les atrae a la mayoría de los hombres”; “Sucede que no hay tantos hombres con quienes disfrutar sexualmente. Están los que buscan mujeres jóvenes, están los gays, y lo que queda suelto suele ser muy lamentable. Es difícil encontrar hombres disponibles y gratos”; “Un obstáculo suele ser que, aunque no representemos la edad que tengamos, ya no somos dóciles y no estamos dispuestas a atenderlos y cocinarles como cuando éramos jóvenes. Muchos de los hombres de nuestra edad siguen pretendiendo un reemplazo maternal”.
No se trata de comentarios aislados: son muy representativos de la mayoría de las entrevistas realizadas a mujeres y también de lo que suele oírse en la calle. Sin embargo, también existen otras opiniones: “No es cierto que falten hombres, hay que saber seducirlos”. Estos comentarios suelen provenir de mujeres para quienes la seducción forma parte de un aspecto muy importante y concentrado de su personalidad, y les es posible ganar espacios aun compitiendo con mujeres mucho más jóvenes.
Las razones que dan quienes se quejan por ausencia de hombres son variadas. Sostienen que no hay hombres porque ellos las prefieren jóvenes, también que la disponibilidad se ve restringida por las opciones homosexuales, porque muchos están “ocupados”, porque ellas no están dispuestas a sostener ad infinitum un ejercicio maternal, porque no quieren “cualquier cosa”, e incluso porque lo que está “disponible” se encuentra en “malas condiciones”. Y resulta muy elocuente el comentario de un varón, en el sentido de que, si la disponibilidad se ve reducida, es porque las mujeres son mucho más selectivas que los varones: “Las mujeres son mucho más selectivas a la hora de buscar con quien satisfacer sus deseos sexuales. Los hombres cuando tienen la oportunidad la toman sin demasiada selección. Agarran lo que viene. Si una mujer avanza a un hombre es posible que haya una respuesta positiva por parte de él; al revés, no”.
Es cierto que muchas mujeres, cuya elección es heterosexual y no cuentan con un compañero estable, están dispuestas a seguir disfrutando de la sexualidad, pero es igualmente cierto que una gran mayoría no está dispuesta a aceptar un hombre en cualquier condición para satisfacer sus necesidades de disfrute. Sorprende la frecuencia con que muchas mujeres sostienen que ya se cansaron de los hombres que no son afectuosos y están centrados solo en ellos. También de los que sólo las toman como objetos con que satisfacer descargas transitorias. Igualmente se cansaron de los quejosos que buscan “el reposo del guerrero” y de los que hacen despliegue de sus malestares físicos. Muchas mujeres insisten en señalar que no son pocos los hombres que en estas edades carecen de proyectos, que tienen poco entusiasmo y buscan una “buena madrecita” que los contenga y acompañe. Sostienen que, mientras las mujeres de la misma edad florecen con inventivas diversas y comprometen sus energías en la búsqueda de actividades que mantengan despiertos sus entusiasmos, la mayoría de ellos pareciera haber aceptado una especie de jubilación vegetativa que los deja al margen de las actividades, tanto físicas como espirituales, imprimiendo a su persona un tinte depresivo carente de atractivos. Muchas mujeres, ya liberadas de las responsabilidades asumidas en sus roles de esposas y madres, se lanzan a la búsqueda de proyectos, mientras que muchos varones parecieran decididos a consumir el tiempo que les quede en la espera y la añoranza por el tiempo pasado.
Se advierte así que en las mujeres habría una tendencia a comportarse de manera mucho más selectiva a la hora de dejarse seducir; entre otras cosas, porque no desean repetir experiencias anteriores basadas en una dedicación a atender, contener y solucionar problemas domésticos. Eso ya lo hicieron y conocen los costos, a veces exorbitantes, que fueron capaces de asumir. Los hombres que desean estas mujeres son hombres que ya dejaron de buscar una madrecita que los cuide porque disfrutan más con una interlocutora entusiasta. Estos suelen ser los varones difíciles de encontrar.
Hay dos profundas confusiones, vinculadas entre sí: la primera es identificar sexualidad con juventud; la segunda es focalizar la sexualidad, casi con exclusividad, en la relación pene-vagina, reduciendo el erotismo al campo limitado de la sensibilidad genital. Hacer de la potencia sexual juvenil la máxima expresión de la sexualidad lleva a identificar ésta con la juventud. Pero la sexualidad humana no es patrimonio de la juventud, de la misma manera que el erotismo no se reduce a la potencia. La experiencia de hombres y mujeres que ya entrados en años siguen disfrutando gozosamente de la sexualidad da pruebas de ello. Lamentablemente son muchos los varones jóvenes que acceden a la experiencia sexual con poco conocimiento del erotismo y creen disfrutar ampliamente de la sexualidad por el simple hecho de abrir las compuertas a sus impulsos. De allí que no son pocas las mujeres, jóvenes y no tan jóvenes, que se quejan: “Ellos se limitan a meterla y sacarla, y se sienten geniales creyendo que son los reyes del orgasmo”. Se trata de una trampa producida por la misma cultura patriarcal que hizo de la erección masculina el símbolo máximo de virilidad, marginando, al mismo tiempo, las prácticas del erotismo.
Las fuentes del erotismo son múltiples y variadas. No son pocas las personas para quienes los sabores, los olores, los colores, las texturas y todo aquello sensible a nuestros sentidos es factible de despertar vivencias intensas, con sensaciones cargadas de erotismo. El erotismo abarca toda la superficie de la piel, y cuenta con una compañía incondicional que es la imaginación. Los órganos mayores del erotismo son la imaginación y la piel: ambos son intransferibles, exclusivamente privados y definitivamente inviolables.
Es posible constatar que el deseo de disfrutar sexualmente sigue vivo, aun cuando el cuerpo físico que habita no responda a las pretensiones que recuerdan los años juveniles. El comentario de dos mujeres que han llegado a los 80 años da cuenta de esto: ambas, de distintos modos, sienten que su erotismo es un capital interno que las habita y al que no están dispuestas a renunciar, ni hace falta que lo hagan. “Cuando me dicen que no existe el deseo sexual después de los 70, se equivocan. En mi caso, había una mezcla de erotismo sexual e intelectual. Lo que me resulta terriblemente excitante es cuando encuentro un hombre que es un interlocutor y que me considera como interlocutora válida. ¿Seré un bicho raro que necesito la confrontación intelectual con el hombre para poder llegar a la cama?”; “Llevamos 50 años de casados y seguimos manteniendo nuestra calentura. Si bien ahora no hay penetración, hacemos otras cosas. Como él no toma Viagra, nos inventamos juegos. Hay que tener mucha fantasía para poder llegar al orgasmo, pero cada noche inventamos una historia y disfrutamos mucho. Sentimos que el placer sube desde la zona genital hasta el corazón. Es otro tipo de orgasmo y seguimos excitados como dos enamorados”.
Una mujer conectada con su erotismo puede prescindir del modelo físico de belleza socialmente correcto. Una mujer de más de 60 años decía: “Mirame, soy bajita, regordeta y tengo panza. Y tengo dos amantes mucho más jóvenes que yo. Te aseguro que la pasamos bárbaro ellos y yo. Cada uno de ellos se siente único y no me hace falta descontarme años para disfrutar y hacerlos disfrutar”.
Ella no necesita hacer ostentación. No está compitiendo, sino, simplemente, disfrutando. No pretende ganarle a nadie, sino construir junto con otro un espacio placentero, con plena conciencia de que el disfrute erótico es lo que menos se parece a la posesión de objetos.
Las mujeres que actualmente transitan sus 60 y más años supieron del nacimiento de movimientos liberadores respecto de la sexualidad. Muchas de ellas vivieron su juventud en la esperanzadora década de 1960. Sin embargo, no todas las que se enteraron estuvieron en condiciones de poner en práctica esas libertades. Aún se hallaban bajo los efectos de una educación muy represora y lo máximo que pudieron permitirse fue “hacer el amor”, con más de uno y sólo cuando ellas lo desearan. Pero eso no alcanzaba para disfrutar de la sexualidad, porque la sexualidad requiere la participación del otro. Aun cuando algunas mujeres se permitieran mayores libertades para vivir su sexualidad, quedaba muy fuera de sus posibilidades modificar los comportamientos masculinos que, también bajo los efectos de una cultura fuertemente patriarcal, seguían imponiendo las prácticas consideradas propias de su género. Si bien aquella década influyó en ambos géneros, las propuestas liberadoras no fueron suficientes para promover en las conciencias masculinas el grado de revisión que comenzaron a generar en el colectivo femenino. De la misma manera que las libertades que algunas mujeres se permitieron en esos años tampoco lograban coherencia entre las prácticas y sus deseos. Veamos algunos comentarios: “Empecé a tener sexo sin ganas, sin estar preparada y sin tener urgencia sexual, porque tenía 18 años. Fue un sexo sin caricias, sin placer del cuerpo y sin orgasmo. Era una sexualidad como se usaba antes, que te la ponían y ya está”; “Mi marido era sexual sin ser sensual. Siempre mostraba el papel del poderoso, como si me estuviera diciendo ‘Mirá lo que te hago’ y no me daba tiempo a tener orgasmos. Era meter y sacar. Vivía con la sensación de tener un pito a mi lado. Con él no podíamos resolver las cosas hablando. El solo cogía. Y cuando yo hacía algo que a él no le gustaba, me cerraba la cuenta de la librería; porque yo leía mucho. Ese era su castigo”.
Compartiré un comentario desenfadado: “Recién separada conocí a V. Apenas lo vi, me encantó y me empezó a palpitar el clítoris. Es maravillosa esa sensación. Ahora hace un tiempo que me está faltando. Y siento que a mi vida le falta vida”.
En los años de juventud de quienes transitan la sexta década, el clítoris era una parte del cuerpo de la que no se hablaba en público y muy raramente en privado. Era una palabra que circulaba en los textos de anatomía. No eran pocas las mujeres que hasta desconocían su nombre, aun cuando se hubiesen permitido establecer con él una relación fluida y cariñosa. El lugar que ocupa el clítoris y las sensaciones que proporciona formaban parte de lo silenciado. Y, cuando el clítoris palpita, no se trata simplemente de un músculo que se mueve, sino del ejercicio de una libertad.
* Psicóloga. Texto extractado de Erotismo, mujeres y sexualidad después de los 60, que distribuye en estos días Paidós.
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