Jueves, 8 de noviembre de 2012 | Hoy
EL PAíS › OPINIóN
Por Mariano Molina *
El 8N ya ocurrió. Está guionado desde hace tiempo. Lo que suceda exactamente hoy es la puesta en escena, una parte legitimadora de un relato previo y posterior. Y esto no significa desprecio ni deslegitimación de muchos miles que tienen el derecho de manifestar.
Ni siquiera importa mucho la cantidad de gente que irá a ocupar la escenografía (que probablemente será mucha) porque de cualquier manera tendrá que ser masiva. Se sabe que se llenarán los lugares prefijados, dispuestos por los conductores de radio o los showman de TV. Ellos, ciertos periodistas, juegan mejor que la oposición el rol de opositores. Tienen menos pruritos, más manejo del tiempo, la urgencia y escasa responsabilidad.
Quizás la cantidad de los que ocupen las calles permitirá saber, a quienes ya han hecho el 8N, cuál es el tenor de las consignas que van a esgrimir como imperativos hoy y los días subsiguientes. Quizás alguien llegue a pedir que no exista el 7D o –quién sabe– enrarecer tanto el aire político que alguno se anime a pedir una renuncia. No lo harán de viva voz, porque hay que mantener los modales, pero se sugerirá que va a ser muy difícil gobernar con tanta gente en contra, dispuesta a salir a las calles.
Se sabe que se necesita un “gran 8N” para impedir el 7D, entre sus motivos centrales. Y ahí está el relato previo y posterior, descarnado y sin sorpresas a la vista. “La ciudadanía pidió dialogo y fin de la confrontación; el Gobierno debe escuchar el clamor popular; la sociedad pide paz y concordia”, etc, etc, etc. Ya conocemos las frases posteriores, ya está la oposición visitando estudios de TV y analizando “el reclamo genuino y espontáneo”.
Como parte del guión, cualquier dirigente o personalidad que apoya a Cristina, aunque sea tímidamente, está inhibido de opinar. No importan sus palabras, razones o pensamiento. De antemano todo lo que diga va a ser usado en su contra. El libreto también tiene sus proscriptos y el guión contiene posibles “disturbios” que refuercen la idea de un gobierno violento y algún desarrapado de un barrio marginal con cacerolas desvencijadas que simbolice una protesta de “todos los sectores sociales”...
No hay posibilidad de que quienes se erigen en patrón moral de la Nación acepten que su voz es una entre muchas, igualmente válidas y que incluso haya demandas más urgentes. Muchos de ellos reclaman una superioridad que se les escatima en varios lados. Sienten que el país debiera agradecerles que hayan nacido acá y no en otro lado. Son más que la media. Su reclamo es de valores universales que sólo ellos encarnan: honestidad, decencia, buen juicio, laboriosidad.
Creen que la “indignación” es un flujo que les permite poner a todo reclamo en situación de equidad. El cambalache de igualar al que reclama porque la inflación malgasta su sueldo en negro y el que quiere dólares para no resignar vacaciones o el otro que siente que con una reforma impositiva va a tener que declarar los campos por los que no paga. La “indignación” igualaría lo que la vida cotidiana distingue. Vaya paradoja, podrían cruzarse en la plaza el que no recibe los aportes patronales y el que se los roba. La pseudomoral que esgrimen impide toda ley, toda república, en el mismo momento que la declaman furiosamente. Porque hay muchas repúblicas posibles. Una representa la equidad de los desiguales, pero también hay la del conflicto que permite, al menos como horizonte, la ilusión de una igualdad efectiva.
Reclamar es democrático. Pero cuando el reclamo se hace desde una posición moral intocable, que supone una división tajante entre quienes serían los portadores de valores constructivos y los que se relegan a simples habitantes azarosos de estas tierras, merece ser criticado. Por eso es cínico el relato que pide amor, paz y concordia cuando el programa de cabecera de este espectro político tiene el fuck you como símbolo de saludo.
No hay nada nuevo en el 8N. Ni las redes sociales, ni la organización, ni la simultaneidad geográfica, ni el internacionalismo. Y mucho menos hay algo emancipatorio.
En estos tiempos pasamos de la teoría de que gobernar no es acceder al poder, a vivirla también en la experiencia práctica. Hay gobiernos populares, pero el poder sigue en las corporaciones. El hecho de que sientan pequeños cuestionamientos, al igual que el relato que supo ser hegemónico y totalitario, es lo imperdonable.
El 8N ya ocurrió. No hay que desconocer las manifestaciones, ni someterse. Hay quienes reclaman que el futuro sea volver al pasado y quienes peleamos para que deje de ser de las corporaciones. Porque el desafío, quizás ingenuo, quizás rebelde, sigue siendo construir una sociedad con inclusión para todos y todas, incluso para quienes nos desprecian.
* Docente; www.radiosudaca.com.ar.
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