Lunes, 23 de septiembre de 2013 | Hoy
EL MUNDO › OPINION
Por Mercedes López San Miguel
A Angela Merkel le disgusta que la comparen con Margaret Thatcher, pero ella suscribe su famosa máxima “la dama no da marcha atrás” (“The lady’s not for turning”). La canciller alemana no ha retrocedido un ápice en su exigencia a los países en crisis del sur europeo para que ajusten. Esa es su forma de manejar la crisis del euro, no importa si el costo resultante es más desocupación, pobreza y miseria para Portugal, Italia, Grecia y España, los llamados PIGS –acrónimo que significa “cerdos” usado peyorativamente por medios económicos anglosajones– víctimas de la desindustrialización, la burbuja inmobiliaria y la especulación financiera.
La canciller de la austeridad aseguró durante la campaña que Atenas nunca debió entrar a la Unión Europea. Merkel achacó la responsabilidad de esa decisión “fundamentalmente errónea” a su predecesor socialdemócrata Gerhard Schröder. Al mismo tiempo, encomendó a Grecia a cumplir con el plan de ahorro al que se ha comprometido frente a la troika formada por la Comisión Europea, el Banco Central Europeo y el FMI. “Continúa vigente que los acuerdos con la troika y los objetivos de reforma deben cumplirse. Sólo así nos podemos imaginar el regreso de Grecia a la estabilidad”, dijo la líder conservadora. Puertas adentro y como quedó evidenciado ayer, Merkel se benefició de la crisis del euro al conquistar con su rigidez a los votantes alemanes que se irritan con los caros rescates europeos en los que Alemania es el mayor contribuyente.
Los records de desempleo como los que registra España son consecuencia directa de las consignas de ajuste dictadas desde Berlín y obedecidas sin discusión por el gobierno de Mariano Rajoy. Un reciente informe de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico señala que dos millones de jóvenes españoles de entre 15 y 29 años no trabajan ni estudian (un 24,4 por ciento). El Partido Popular aprobó una reforma laboral que amplió la jornada y desamparó a los trabajadores ante el despido, recortó drásticamente el gasto en salud y educación, y puso en marcha un plan para cerrar 718 empresas del Estado a cambio de la ayuda del Eurogrupo a la banca española. A Portugal no le ha ido mejor. El desempleo se ubica por encima del 17 por ciento y habrá más desocupados, porque el gobierno conservador de Pedro Passos Coelho se comprometió con los representantes de la troika a ahorrar 4700 millones de euros en gastos estatales en base, sobre todo, a despidos de funcionarios. Italia, con una desocupación record del 12,8 por ciento, enfrenta un número cada vez mayor de personas que se suicidan por problemas económicos.
Cuando el socialista francés François Hollande llegó al Palacio presidencial del Elíseo, hace poco más de un año, hubo quienes creyeron que iba a contener a Merkel. “Mantener las políticas de austeridad condena a Europa a la implosión, no sólo a la recesión”, dijo Hollande, aunque poco tiempo después decidió alinearse a la canciller alemana, una senda que había transitado con creces Nicolas Sarkozy –no por nada los medios apodaron el idilio Merkel-Sarkozy de “Merkozy”–. La reelecta canciller alemana, fiel defensora del recorte y contraria a operar con instrumentos como los eurobonos, no se cansa de repetir frente a sus socios europeos incondicionales uno de sus lemas favoritos: “Consolidación fiscal y crecimiento son dos caras de la misma moneda”.
Ante este sombrío panorama, el Premio Nobel de Economía Joseph Stiglitz ya dio su veredicto. “La austeridad que aplican en Europa es un camino suicida, no estimula el crecimiento ni la creación de empleo y profundiza los déficit.” Stiglitz cuestionó los supuestos progresos alcanzados en el Viejo Continente mediante los sucesivos planes de ajuste, al afirmar que el pacto de disciplina fiscal no es la solución y al advertir que, en el mejor de los casos, la intervención del programa de compra de bonos del Banco Central Europeo será una solución temporaria.
Los desalojos, la emigración y los suicidios continuarán siendo retratos lúgubres de los países del sur durante los próximos cuatro años en los que Merkel no dará marcha atrás con su receta.
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