EL MUNDO › OPINION

La ofensiva del general Clark

 Por Claudio Uriarte

Qué significa la entrada del general retirado Wesley Clark, ex comandante de la OTAN durante la guerra de Kosovo (1999), en la interna demócrata para decidir el candidato que enfrentará a George W. Bush en las elecciones de noviembre de 2004? Ante todo, es una apuesta muy fuerte para ganar el voto de las Fuerzas Armadas norteamericanas. Si se considera que sólo el Ejército, arma a la que pertenece Clark, tiene dos millones de hombres bajo bandera (a lo que hay que sumar sus familias), se entenderá que no es una pretensión banal. Después, se trata de reconquistar a la heterogénea y hoy dispersa base del ex presidente Bill Clinton (quien auspició la candidatura de Clark) con propuestas sociales y culturales de centro y con la promesa de cerrar la hemorragia de fondos federales en reducciones de impuestos hacia los más ricos y hacia la ocupación de Irak. Pero Clark es un militar, y eso es lo clave de su condición; la suya es una candidatura contra la ocupación de Irak –una candidatura “informada”, podría decirse, en contra de lo que representa la de Howard Dean, ex gobernador de Vermont–, y el cálculo que la subyace es que las condiciones de esa ocupación seguirán deteriorándose de aquí al comienzo de la temporada de primarias, a fines del año, y mucho más rumbo a la cita electoral de noviembre. No es un mal cálculo; sólo falta saber quién es Clark.
Para empezar, no es George Washington ni Dwight Eisenhower, los dos militares que ganaron la presidencia y con los que fue comparado por sus seguidores más entusiastas. Durante la guerra de Kosovo, apareció en televisión suficientes veces para ser registrado por el público, pero difícilmente registró un perfil épico. En realidad, durante gran parte de esa “guerra” (que en realidad fue un bombardeo aéreo de elevada altitud que se prolongó durante 79 días), Clark estuvo trabado en una cerrada disputa (que luego reveló en sus memorias) con su superior, el general Henry Shelton, jefe del Estado Mayor Conjunto: mientras Clark pedía la introducción de tropas de tierra, para acelerar la expulsión de las fuerzas de Slobodan Milosevic de la provincia rebelde y para limitar los daños a la infraestructura civil derivados de una estrategia tan superficial como la elegida, Shelton se aferraba a la doctrina militar de época, según la cual el Ejército norteamericano no podía librar dos guerras al mismo tiempo. Otra guerra no había en el momento, pero Shelton sacaba entonces de la manga la posibilidad de que estallara alguna, por ejemplo en el Estrecho de Taiwan. Clark registró en sus memorias, con un tono entre desesperado e irónico, sus esfuerzos para convencer al soldadote, así como los esfuerzos del soldadote para negarle todo acceso directo posible a Clinton. Al final, la guerra se saldó sin acción de tropas terrestres y gracias a una inesperada intercesión político-militar de Rusia.
Esa actitud podría retratar a Clark como un iconoclasta dentro del Ejército norteamericano. Pero su rebeldía se extendía solamente a la prohibición de dos guerras simultáneas, no a la doctrina, también de época, que requería el compromiso de una fuerza militar abrumadoramente superior para combatir a cualquier enemigo. En realidad, Clark se hizo famoso por su defensa a rajatabla de esta doctrina, cuando, ya retirado, y como comentarista militar de la CNN, empezó a aparecer diariamente en las pantallas para criticar por insuficiente el nivel de fuerzas comprometido en la invasión a Irak por Donald Rumsfeld, el secretario de Defensa, y el general Richard Myers, nuevo jefe del Estado Mayor Conjunto. La trabazón del avance norteamericano en la primera semana en Nasiriya y otras ciudades del sur iraquí pareció vindicar por un momento la posición del general –que en realidad reflejaba la de la mayoría del Ejército norteamericano–. Posteriormente, sin embargo, los norteamericanos completaron la conquista del país en tres semanas –más, quizá, que los cuatro o siete días que vaticinaban los impulsores más entusiastas de la invasión, pero ciertamente no un logro menor–.
Esta discusión, que ya es vieja y está saldada, resulta sin embargo útil para entender el posicionamiento de Clark hoy. El general atacó la estrategia que ganó, pero en la mente del público esto puede confundirse fácilmente con las críticas a una posguerra que Estados Unidos no está ganando. Y también en la mente del general, quien ayer cometió un desliz al decir que hubiera votado a favor de la decisión de invadir a Irak de haber estado en el Congreso norteamericano en el momento en que eso se estaba decidiendo. Este es el horizonte contradictorio, pero con posibilidades, en que el general Clark encara su ofensiva.

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