EL MUNDO › OPINION

La batalla por la historia

 Por Telma Luzzani

El Hotel Nacional, ubicado frente al Kremlin, guarda en sus pasillos un tesoro fotográfico. La galería de visitantes ilustres muestra desde retratos de la familia del zar (que paraba en el hotel antes de 1917) hasta Marcello Mastroianni y el extraordinario escritor y corresponsal de guerra norteamericano John Steinbeck.

Pero entre todas las fotos hay una que resulta impactante: se ve la Plaza Roja con cientos de parejas que festejan y bailan al ritmo de algo que parece ser un vals. Son mujeres, de todas las edades, pero sólo mujeres. Abajo, el epígrafe aclara: “Plaza Roja. 9 de mayo de 1945”.

A 70 años de aquel día, todavía no hay cifras exactas de los muertos que dejó la Segunda Guerra Mundial. Se sabe que aproximadamente el 58 por ciento fueron civiles. El país que más sufrió fue la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS), con alrededor de 26 millones de víctimas. El segundo fue China, con 15 millones de bajas (una información que la manipulación de la historia casi nunca saca a la luz). El tercer país con más muertos fue Alemania: unos 7 millones. El cuarto fue Polonia, con más de 4 millones. Estados Unidos fue uno de los menos afectados, con apenas 500 mil bajas, casi todas militares.

Hoy, Europa celebra el fin de aquella pesadilla con gran incertidumbre. Hay dos o tres señales que llenan de sombras el escenario de los festejos. En primer lugar, en Europa no hay paz: Ucrania –que ha recibido en las últimas semanas más armas y asistentes militares norteamericanos– está constantemente al borde del abismo. Segundo, la crisis económico-financiera desencadenada en 2008 sigue haciendo, en esa región, su trabajo de zapa. Tercero, en un mundo en profunda transformación, el continente europeo (Rusia incluida) ocupa, claramente, uno de los epicentros en el que se debaten los nuevos reacomodamientos estratégicos y parte de la redistribución del poder global.

Una de las características de esta nueva etapa es la decadencia del liderazgo global de Estados Unidos y sus colosales esfuerzos para recuperarlo, debilitando en lo posible a los rivales en cierne. Una parte fundamental de esta batalla consiste en apropiarse del capital cultural, histórico e informativo y resignificarlo, dándole un nuevo contenido en función de los propios intereses.

En este marco, con la celebración de los 70 años del fin de la Segunda Guerra Mundial (en su capítulo europeo) Occidente intenta instalar una nueva interpretación de los hechos. El primer indicio apareció el 25 de enero pasado en Auschwitz. A pesar de que el campo de exterminio fue liberado por el Ejército Rojo, el presidente ruso Vladimir Putin no sólo no fue invitado, sino que fue declarado persona non grata por ser un “agresor”, al conmemorarse siete décadas de la liberación, según consignó la cadena alemana Deustche Welle. Fue invitado, en cambio, el presidente prooccidental de Ucrania, Petro Poroshenko, porque –según explicó el canciller polaco, Grzagorz Schetyna, en una extrañísima versión de la historia– el campo de Auschwitz había sido liberado por los ucranianos.

Esto no fue sólo una herida para un pueblo como el ruso, orgulloso por su actuación y su sacrificio en esa guerra –el Ejército Rojo fue el primero en llegar a Berlín, el 30 de abril de 1945, luego de liberar él solo 16 países, unos 120 millones de personas (sin contar la parte europea de la URSS), mientras que EE.UU. y Reino Unido liberaron conjuntamente seis países– sino una nueva mella en las relaciones entre Rusia y la Unión Europea.

“Buscan reinterpretar y tergiversar los acontecimientos de la guerra. Buscan denigrar a una generación de personas que lo dio todo para la victoria”, dijo Putin en esa ocasión. “Su objetivo es claro: socavar las fuerzas y la autoridad moral de la Rusia moderna, privarla del título de país vencedor, con las consecuencias internacionales jurídicas que eso conlleva, dividir y enemistar a los pueblos y hacer especulaciones históricas con fines geopolíticos. Es un intento de introducir en la cabeza de millones de personas, sobre todo de los jóvenes, una imagen completamente tergiversada de la historia y unas tendencias muy peligrosas.”

A diferencia de hace diez años, Occidente también ha decidido boicotear la tradicional celebración del Día de la Victoria, el 9 de mayo, en la Plaza Roja. La canciller alemana Angela Merkel no aceptó la invitación de Putin para presenciar el desfile militar (irá al día siguiente). No trascendió qué otros líderes occidentales rechazaron el convite. En cambio, los socios del Brics y otros países decidieron mandar un mensaje muy claro de apoyo al Kremlin. Confirmaron su presencia el presidente de China, Xi Jinping; el de India, Pranab Mukherjee; y representantes de Sudáfrica y Brasil. También el presidente de Cuba, Raúl Castro, y Nicolás Maduro, de Venezuela, entre otros 27 jefes de Estado.

En un mundo en transformación, quien impone su verdad histórica ha ganado la madre de todas las batallas.

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