Jueves, 2 de julio de 2015 | Hoy
EL MUNDO › OPINIóN
Por Jimena Valdez *
El sur de Europa está en crisis. El caso de Grecia es el más resonante ahora, pero –aunque con diferentes niveles de recesión, desempleo y desigualdad– España, Irlanda, Italia y Portugal están también atravesando profundas crisis económicas con consecuencias sociales devastadoras para gran parte de la población. En varios de estos países ya se habla de décadas perdidas en términos de crecimiento económico, al tiempo que se siguen negociando programas de austeridad con la Comisión Europea, el Banco Central Europeo y el Fondo Monetario Internacional. Mientras la troika, como se conoce al conjunto de estas tres instituciones, enmarca estos recortes en un relato moral de la crisis, los gobiernos domésticos tienen, por un lado, poco espacio para maniobrar y, por el otro, un chivo expiatorio para la imposición de medidas impopulares y –hasta ahora– ineficaces.
Ahora que se está discutiendo a quién deben rendirles cuentas los gobiernos, si a las instituciones europeas supranacionales o a los ciudadanos que los eligieron con su voto, creo que es útil repasar algunas lecciones sobre la democracia que nos dejaron las experiencias latinoamericanos de fines de los noventa y principios de 2000. En varios países de nuestro continente estallaron a fines del siglo pasado crisis socioeconómicas de gran magnitud que fueron seguidas de masivas protestas sociales y cambios de gobierno hasta entonces impensados. Detallo a continuación tres lecciones que creo esos procesos nos han legado y pueden iluminar algo de lo que está pasando actualmente en Europa.
1) Se puede engañar a algunos todo el tiempo y a todos algún tiempo, pero no se puede engañar a todos todo el tiempo: el ingreso al primer mundo, la modernización de las relaciones económicas y sociales y el funcionamiento prístino y neutral de los mercados fueron algunos de los mitos con los que se promocionaron las reformas neoliberales en América latina. La valentía digna de alabanza que tienen los que encaran recortes impopulares, la justicia del ajuste actual debido a los excesos del pasado o la necesidad del sacrificio hoy para crecer mañana, constituyen la retórica que acompaña a las políticas de austeridad. Si las promesas del neoliberalismo latinoamericano cayeron al ritmo del estancamiento, el desempleo y la pobreza, son la recesión que no cede y la desigualdad creciente las que demuestran en Europa que estas políticas no sólo no funcionan, sino que ese sacrificio que conllevan es bien selectivo y, por tanto, imponerlo no requiere valentía sino cinismo. Al final los tecnócratas tienen razón: los números no cierran.
2) De las crisis se sale con más inclusión, no con menos: si bien se presentan como equitativos, los recortes siempre responden a una lógica de exclusión. Con una lógica de “almacenero” y lápiz en mano para tachar, se cree que dejando derechos y/o personas fuera, las cuentas van a cuadrar. Sin embargo, los casos latinoamericanos muestran que las crisis se superan exactamente del modo opuesto: integrando gente al sistema y otorgando más derechos. En el caso de Uruguay, fue la llegada de un gobierno de izquierda que quebró un bipartidismo conservador y patrimonialista; en el de Bolivia, un presidente indígena que incluyó a los hasta entonces ciudadanos de segunda; en el de Brasil un partido de los trabajadores con un presidente muy carismático que vio que además de crecer muy ordenadamente había que redistribuir; y en el de Argentina el retorno del peronismo nacional y popular, con un presidente que impulsó apenas asumir medidas que la sociedad pedía a gritos hace tiempo como las políticas de memoria, verdad y justicia. Se trata de dar más, no menos.
3) La democracia siempre se abre paso: los líderes conservadores que se jactan de su valentía para tomar decisiones difíciles como ajustar a sus ciudadanos, mientras que tachan a Alexis Tsipras de irresponsable por preguntarle al pueblo griego su opinión sobre la propuesta de los acreedores, olvidan que la voluntad popular, tarde o temprano, se hace oír. Así fue en el caso latinoamericano: casi todo el continente votó en la década de 2000 gobiernos del signo ideológico opuesto al reformismo de los ‘90, y éstos pusieron –al menos inicialmente– la inclusión y la redistribución como prioridades. En algunos casos hicieron falta estallidos populares y manifestaciones masivas, en otros las transiciones fueron ordenadas y más “institucionales”, pero en casi todos los países el cambió llegó. Es necio creer que Europa será la excepción. Más pronto o más temprano, el pueblo europeo también dirá basta y sabrá hacerse oír.
* Politóloga. Universidad de Cornell.
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