Martes, 7 de julio de 2015 | Hoy
EL MUNDO › TRES ESCENARIOS POSIBLES EN EL HORIZONTE DE LA CRISIS GRIEGA
Mientras los ministros de Finanzas europeos se reúnen hoy en una cumbre extraordinaria para evaluar el referéndum griego, se especula con que se logre un acuerdo finalmente. En caso contrario, habrá consecuencias para Grecia y la Eurozona.
Por Ben Chu *
A pesar del rotundo voto No del domingo a las demandas de los acreedores, es posible que Alexis Tsipras esté tratando de lograr un acuerdo rápido que resuelva la crisis, para no convertirse en el primer ministro que lleve a su país a la agonía económica de un grexit (salida del euro). Su última oferta a los acreedores el pasado martes, apenas unas horas antes de la moratoria con el FMI, de aceptar la mayor parte de las exigencias de las reformas, en realidad dejó a los dos lados tentadoramente cerca. Los acreedores podrían ofrecer a los griegos algunas concesiones para que Tsipras pueda vender el acuerdo en su país. La renuncia de ayer del ministro de Finanzas griego, Yanis Varoufakis, puede hacer que los acreedores se sientan más inclinados a seguir el juego.
Eso significaría que Atenas acuerda imponer más austeridad a cambio del dinero que necesita para seguir pagando a los trabajadores del sector público y para evitar un default de los bonos en poder del Banco Central Europeo el 20 de julio. Tal acuerdo podría significar la reapertura de los bancos a los ahorristas desesperados por el fin del mes. El problema es que la nueva austeridad probablemente empeore la recesión de Grecia en los próximos años –algo que podría causar una división en Syriza y empujar la caída del gobierno–.
Que Grecia salga de la moneda única representaría un golpe demoledor a la reputación de esta generación de líderes europeos. Ellos también están empezando a darse cuenta de que si Grecia sale del euro se enfrentarán a un costo mucho mayor que el precio de pagar para que Atenas siga formando parte del club. Será un trabajo duro justificar esa pérdida a sus propios contribuyentes. Además, los acreedores tendrían que enviar otros tipos de ayudas a Grecia, en todo caso, si grexit ocurriera. Así que los acreedores, a pesar de su retórica de línea dura antes de plebiscito del domingo, podrían decidir que el compromiso es la opción más inteligente después de todo. Podrían ponerse de acuerdo para facilitar la exigencia a Grecia a ejecutar grandes superávits presupuestarios en el futuro previsible y acabar con el valor nominal de la deuda del país. Atenas cantaría esta victoria y la credibilidad y el orgullo de los políticos acreedores recibirían el golpe. Pero sería bendecido por el Fondo Monetario Internacional, que ha estado presionando por una rebaja de la deuda durante años. También permitiría a los líderes de Europa centrarse en algo más que las minucias de las finanzas públicas griegas y el mercado de trabajo. Uno de los riesgos en este escenario sería que otros partidos populistas en Europa –Podemos de España, el movimiento Cinco Estrellas de Italia, el Frente Nacional de Francia– podrían obtener un gran impulso a partir de la victoria de Syriza, creando una agitación política en todo el continente.
Los acreedores podrían sentir que simplemente tienen demasiado que perder si concedieran algo a Grecia tras la votación. Y los griegos podrían decidir que tienen un mandato que mantener firmemente hasta que consigan todo lo que quieren. El resultado podría ser un punto muerto. El sistema bancario griego se quedaría sin dinero en efectivo en cuestión de semanas si no días, y el 20 de julio Atenas caería en default para pagar bonos por 3 mi millones de euros al Banco Central Europeo. Esta entidad, tras recibir el visto bueno tácito de Angela Merkel y los demás jefes de gobierno de la Zona Euro, podría cortar la financiación de emergencia del sistema bancario griego por completo, diciendo que no se puede prestar a un Estado insolvente sin romper sus propias reglas constitucionales. Para evitar que los cuatro grandes bancos griegos colapsen y acaben con los ahorros de la población, el gobierno de Atenas tendría que nacionalizarlos. Probablemente entonces anunciaría que se vuelven a capitalizar con un IOU (pagarés) gigante del Estado griego. El gobierno en Atenas también iniciaría la emisión de billetes IOU (en lugar de euros) para pagar a los trabajadores del sector público. Estos pagarés dirían que tienen un valor de un euro cada uno. Pero se cambiarían en el mercado negro a tal vez la mitad del valor de un euro, señalando una devaluación masiva. Finalmente, después de un período de agitación social, el gobierno griego lograría imprimir un gran lote de billetes dracma, que se convertirían en la nueva moneda. Eso significaría que Grecia abandona efectivamente el euro. En esa transición, Atenas podría llevar un cargamento de petróleo a la Rusia de Vladimir Putin. Y, a cambio, el gobierno griego podría vetar nuevas sanciones de la Unión Europea contra Moscú por su agresión en Ucrania, dividiendo el bloque en el escenario mundial.
* De The Independent de Gran Bretaña. Especial para Página/12.
Traducción: Celita Doyhambéhère.
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