Sáb 15.11.2003

EL MUNDO

“América latina no debe resultar un nuevo Vietnam”

Es el nuevo fenómeno político colombiano. Luis Eduardo Garzón, un ex comunista de 52 años elegido nuevo alcalde de Bogotá, ha surgido como el nuevo líder progresista en un país dirigido por Alvaro Uribe, un presidente de línea dura. En esta nota dice cuál es su credo.

Por Pilar Lozano *
Desde Bogotá

Luis Eduardo Garzón, el nuevo alcalde de Bogotá, es un hombre bonachón, sencillo; ni sus asesores de imagen han logrado que use corbata y deje a un lado su inseparable jersey de cuello largo. Y ha pedido que lo sigan llamando Lucho, como se lo conoce con cariño; descarta de plano el reverencial “señor alcalde”. Odia la arrogancia, tanto de izquierda como de derecha. Es un hombre hecho desde abajo, orgulloso de su origen humilde. Se educó en escuela pública y sólo cursó tres años de derecho. La mitad de sus 52 años los ha dedicado a la lucha sindical y fue miembro del Comité Central del Partido Comunista. Ya definió la prioridad para su gestión que inicia el próximo 1º de enero: trabajar por la “otra Bogotá”, la de los pobres; “si no somos solidarios con ellos, invaden a la Bogotá bonita”, advierte. Su mensaje está lleno de llamados a la no agresión: “Mi único instrumento es la ironía, el humor negro, el sarcasmo”, dice. Hasta sus más duros críticos en campaña –los que invitaron a cerrarle el paso por comunista, por venir del pueblo llano– están invitados a trabajar en su proyecto. Su apuesta a largo plazo es por la reconciliación de los extremos: “Les hemos dado un golpe en términos absolutos a quienes consideran que la única vía en la vida es la violencia de derecha o izquierda”. Su triunfo le llegó de la mano del Polo Democrático Independiente, PDI, un nuevo partido, un gran paraguas que cobija a izquierdas de todos los matices, independientes y liberales. “Es una propuesta de centroizquierda y el centro hay que afirmarlo”, dijo a este diario.
–Usted está frente a un gran desafío: de su desempeño depende el futuro de la izquierda democrática. ¿Cuál es su mayor temor?
–La actitud de la izquierda. Hablo de la izquierda en general, que incluye también sectores del Polo. Deben tener claro: aquí ganamos gobierno, no poder. Necesitamos actitudes diferentes a las tradicionales de izquierda de descalificar al contrario. Hay comportamientos propios del uribismo, que tanto critican: son arrogantes. Este es un proyecto colectivo. No estoy al servicio de un partido sino de los bogotanos; pero no niego mi interés en que se desarrolle una propuesta política importante.
–Como Lula, ¿tendrá más problemas con la izquierda sectaria que con la derecha?
–Ya los tengo. Sectores del magisterio me negaron la solicitud de vincular tres niños más por curso, mientras garantizo mejor infraestructura. ¡Cien mil niños se van a quedar sin educar! Ya me están pasando pliegos de peticiones, ¡me están montando la revolución socialista! Voy a respetar plenamente los derechos de los trabajadores, pero esto significa respetar los derechos de los ciudadanos. Es un desafío, y los desafíos me hacen crecer.
–¿Qué episodios han marcado este modo de ser?
–Tengo tres referentes. Desde mi niñez me preguntaba: ¿dónde está mi papá?; ¿por qué tengo que estar en el cuarto de servicio?, ¿por qué el perro tiene mejores condiciones que yo? y el vivir de inquilinato en inquilinato me hizo crecer. Y crecí enormemente en la década del 80 –la época más dura del exterminio de la izquierda–, por la lucha por la vida. Vi morir a mis amigos... Muchos optaron por la guerrilla pues no vieron más alternativa; otros seguimos insistiendo. Y crecí también al pasar de la lucha sindical a la política. El reto más grande ahora es mostrar una alcaldía eficiente, sin corrupción. Habrá controles: el que roba, se va... Si salimos bien, avanzaremos muchísimo en la cultura política de este país.
–A usted se lo identifica con Lula, ¿cómo ve a los otros líderes de la nueva izquierda latinoamericana?
–América latina se mueve por varias izquierdas. A Evo Morales lo respeto mucho, pero no comparto su idea de que América latina es el nuevo Vietnam; no trabajo sobre el Holocausto. Chávez ha hecho cosas importantes, pero no me gustan los autoritarismos ni de izquierda ni de derecha. El mesianismo no es bueno. De Lula me gustan su sencillez, su espíritu conciliador, pero lo más importante de él es haber asumido el tema de América latina...
–¿Cómo ve la cohabitación con el presidente Uribe?
–No me interesa que le vaya mal al presidente, me interesa que le vaya bien para que le vaya bien al país. Hay temas que tendrán discusiones muy fuertes con el presidente: la política fiscal, el tratado de libre comercio con Estados Unidos. No voy a cambiar en Seguridad Democrática; pero mando un mensaje: ojo; la política nacional no puede terminar violentando los derechos humanos. Voy a mantener los códigos de Mockus –alcalde saliente–, de seguridad ciudadana, incluso parte de su equipo. El presidente, además, no puede seguir sacando el cuerpo a la inversión social. Si en junio del próximo año nos damos la mano porque los dos triunfamos en el plan de emergencia social en las zonas más pobres de Bogotá, perfecto.
–¿Se siente seguro?
–Yo vivo con formol incorporado; es perfume que llevo 20 años metido ahí. Si algo me pasa la extrema izquierda dirá: murió valiente por culpa de la oligarquía; y lo que llaman oligarquía dirá: murió por la intolerancia de la izquierda... Seguiré trabajando por la reconciliación y asumo los riesgos. El que no asuma esto con decisión, que no salga a la calle porque de pronto lo atropella un coche.

* De El País de Madrid. Especial para Página/12.

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