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El sutil encanto de la fumata negra
Comenzó la elección del sucesor de Juan Pablo II con una votación sin resultado, representada con el humo negro. Los ciento quince cardenales empezaron a decidir la suerte de la Iglesia del siglo XXI y enviaron una señal de urgencia, al optar por las votaciones desde el primer día de cónclave. Desde hoy, habrá dos fumatas diarias.
Por Oscar Guisoni
Desde Ciudad del Vaticano
Está por ser elegido el primer Papa del tercer milenio. La capital italiana no puede dejar de sentirse, desde hace 17 días, el ombligo del mundo. Pocos acontecimientos mundiales pueden sugestionar tanto a las multitudes como la espera del humo que sale de esa pequeña chimenea colocada para la ocasión sobre la Capilla Sixtina. Una bocanada de humo negro se elevó sobre el tejado del Vaticano a las 20.05 de la noche, anunciando el inicio del proceso para elegir al sucesor de Juan Pablo II. La Plaza de San Pedro estuvo otra vez repleta.
El recurso de la fumata fue utilizado por primera vez a finales del siglo XIX para la elección de León XIII, mientras las tropas del recientemente unificado Estado italiano sometían al Vaticano al asedio militar, una epopeya histórica que habría de saldarse con la pérdida del poder “terrenal” de la Iglesia Católica. De esa manera, el pueblo de Roma sabía que había sido elegido un nuevo Papa. La fumata pasaba por encima de las barreras militares. Hoy el pueblo romano espera la fumata mirando la televisión. La pantalla chica se transformó en el símbolo más evidente de que éste es un cónclave de la era moderna, transmitido en directo, comentado por conductores de televisión de las más variadas especies, visto en todo el mundo. Nadie sabe crear tanto suspenso como la Iglesia Católica.
Desde las 16.30, hora oficial del inicio del Cónclave, la gente comenzó a llegar a la plaza. Un milenario ritual romano en vigor desde hace más de 1500 años: ir a San Pedro a esperar la elección del nuevo Papa. El humo blancuzco, tirando a gris, que surgió primero confundió por unos segundos a los periodistas que lo siguieron en directo. Luego fue claro que el humo era negro. Se había votado ya por primera vez dentro de la Sixtina. El ansiado cónclave ha comenzado. Pantallas gigantes transmitían en la Plaza desde temprano el inicio de la ceremonia. Las mismas que fueron instaladas para los funerales de Juan Pablo II. Se oye un murmullo en la Plaza cuando aparecen los primeros flecos del humo. En la televisión alguien comenta que la muerte de Juan Pablo II es la primera “muerte de un padre de la aldea global”. ¿Será capaz la Iglesia de elegir otro Padre global como el que ha muerto?
Los italianos, habituados como están a la catoliquísima patria, comenzaron a captar la importancia del evento durante las últimas horas. El domingo por la noche el Vaticano transmitió los juramentos de las empleadas domésticas, los cocineros, los choferes, las enfermeras, los médicos y el resto del personal de la Santa Sede que en estos días tendrán acceso a los cardenales. “No hay mejor fuente de información que el chofer de alguna eminencia”, sostienen los periodistas acreditados que ya han visto antes un cónclave.
Muchas cosas cambiaron para los cardenales encerrados en la Capilla Sixtina en el último cuarto de siglo. Estarán más cómodos esta vez, podrán ir a dormir al albergue Santa Marta, podrán pasear por el jardín y hasta hablar entre ellos. Tendrán un baño privado, un lujo en anteriores cónclaves. Todo lo demás, está prohibido. Sin televisión, periódicos, radios, Internet, celulares. Son las privaciones del siglo XXI. En otras ocasiones, para presionar a los príncipes electores para que eligieran Papa rápidamente, se les daba almuerzo y cena durante tres días; si no habían llegado a un acuerdo, los próximos tres días debían contentarse con una sola comida. A la semana, pan y agua. Los cardenales, como es obvio, elegían con rapidez. La medida extrema se tomó en una ocasión en la que los purpurados estuvieron más de dos años sin ponerse de acuerdo. Fumata negra, entonces.
Durante todo el día corrieron rumores de que los cardenales iban a evitar votar ayer. La constitución “Universi Dominici Gregis” deja la decisión de votar o no en la primera jornada en manos de los propios electores. Los medios dieron la alerta, protestaron algunos purpurados, se terminó votando por primera vez anoche. Si tenemos que atenernos a lo que se daba por cierto antes del inicio del cónclave, ni Ratzinger ni Martini (o Tettamanzi) han logrado ser elegidos anoche en la primera ronda. “Dejen a los cardenales en paz” sostiene una mujer que se pasea por la Plaza con su perro, “no los presionen, no es fácil elegir un papa, si tardan no es porque la Iglesia está dividida como dicen los periodistas. Fíjese usted, ¡si les dejáramos elegir Papa a los periodistas, qué desastre que harían!”.
La televisión, protagonista de la jornada, pierde todas sus composturas. Especula, entra en el debate sobre los candidatos. “Inútil” comenta en el bar un romano que preferiría ver el partido, “si igual no saben nada de lo que está ocurriendo ahí dentro”. Los cardenales tampoco recibirán su comida a través de tambores giratorios, como era la antigua usanza, para evitar que sus eminencias tuvieran contacto con el mundo exterior. Podrán estar así más tranquilos para elegir el sucesor de Karol Wojtyla. Según la Constitución vaticana, los candidatos son millones. Cualquier hombre bautizado puede ser nombrado Papa. Desde hace 700 años que los cardenales no eligen a un hombre de la plebe para suceder a Pedro. Nadie cree que vaya a ocurrir algo así ahora.
Se corren apuestas, además de los candidatos (ver recuadro), sobre los nombres que pueden llegar a adoptar. Algunos dicen que podría llamarse Francisco I, otros que Juan Pablo III, Juan XXIV y Pablo VII. Ninguno sabe explicar por qué se piensa que el futuro Papa optará por alguno de estos nombres. “Lo importante –dice a este diario una mujer– es que cambian el nombre. Es una manera de demostrar que ya no son los mismos, que ser Papa significa un antes y un después.”
Cuando surja el humo blanco, el nuevo Papa deberá introducirse en la Habitación de las Lágrimas, un pequeño vestuario en el que se probará alguno de los tres trajes, small, medium, large, que la sartrería romana que abastece al Vaticano ha preparado para la ocasión. Allí, se supone, llorará de la emoción, en solitario, por el encargo que le ha sido concedido. Muchas veces ha ocurrido que ninguno de los tres trajes iban bien para el elegido. A Wojtyla, hombre alto y atlético de apenas 58 años, no le iba bien ninguno. Tuvieron que intervenir de urgencia las costureras para remediar la situación. A Juan XXIII, bastante regordete, el traje le quedaba chico. “Estas son las cadenas del Papado” fue su mordaz comentario.
El pueblo romano espera. A las 12 y a las 19 hora italiana (cinco horas más que en Argentina) están previstas dos fumatas diarias. Una coincide con la sagrada pausa del almuerzo, la otra con la salida del trabajo. Hubo un tiempo en el que el Papa se elegía por proclamación del pueblo en la Plaza. El último Papa elegido de ese modo fue Gregorio VII en el 1073. Es tan fascinante el ritual que se multiplica en las pantallas, se está asistiendo a un espectáculo que se ve sólo cuatro, cinco, seis veces a lo largo de un siglo. Todos quieren estar ahí cuando el nuevo Papa se asome al balcón de la Basílica de San Pedro y dé su primer discurso. “No tengan miedo” fueron las palabras que dejó en el recuerdo Juan Pablo II durante su primera aparición pública como Papa. Una momento de la historia que la televisión transmite sin cesar durante estos días.
“Un momento de particular tensión se produce cuando el elegido debe responder si acepta o no el encargo”, recuerda durante la noche entelevisión Bruno Vespa, el periodista estrella de la RAI de declarada raíz democristiana, que durante estos días condujo todas las transmisiones en directo relacionadas con la muerte de Wojtyla.
La primera fumata avisó al mundo que ya se votó, pero que todavía no “habemus papam”. Hoy se volverá a votar. Los ojos del mundo en la chimenea de la Sixtina, la televisión global que será la primera en saber quién es ese hombre que se asomará al balcón de la Basílica entre 40 y 45 minutos después de haber sido elegido. “Todos correrán a buscar su biografía”, afirma con ironía un colega, y evaluarán a la velocidad de la luz que caracteriza la era mediática “qué sector ha prevalecido, qué tipo de señal ha querido dar la Iglesia. No se dan cuenta de que para entender a una institución tan vieja como ésta hace falta tiempo, lo que significaba Juan Pablo II se lo entendió mucho tiempo después de su elección”.
“Habrá un nuevo Papa este domingo”, afirman las beatas a la salida de las iglesias, llenas como no lo estaban desde hace mucho tiempo en Roma.
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