Jue 21.04.2005

EL MUNDO

¿Ecumenismo? Sí. ¿Diálogo? Seguro.

Después de décadas de predicar la superioridad de la Iglesia Católica en el mundo cristiano y de menospreciar el aporte de otras religiones, Benedicto XVI usó ayer un tono inusualmente conciliador en su primera misa como Papa.

Por Enric González *
Desde Roma

Benedicto XVI anunció ayer que la unión con protestantes y ortodoxos constituiría el principal objetivo de su pontificado. Lo hizo tras una misa oficiada para los cardenales en la Capilla Sixtina, con un discurso en latín cuyos temas coincidieron sustancialmente con los elegidos por Juan Pablo II en su primer mensaje, el 17 de octubre de 1978: ecumenismo, fidelidad al Concilio Vaticano II, afirmación de la importancia de los obispos y promesa de diálogo. El nuevo Papa homenajeó a su “venerado predecesor” (“me parece sentir su mano fuerte estrechando la mía”, dijo) y expresó un “sentimiento de inadecuación” ante la responsabilidad que acababa de asumir.
La promesa de trabajar por la reunificación del cristianismo fue la más rotunda del primer texto programático de Josef Ratzinger. Aseguró que asumía “como compromiso prioritario” y “como acuciante deber” la “reconstitución de la unidad plena y visible de todos los seguidores de Cristo”. Hablando de sí mismo en tercera persona, como “el actual sucesor de Pedro”, se declaró “dispuesto a hacer todo lo posible para promover la fundamental causa del ecumenismo” y a dialogar más allá del límite de lo religioso: “Me dirijo a todos, también a aquellos que siguen otras religiones o buscan simplemente una respuesta a las preguntas fundamentales de la existencia y todavía no la han encontrado. Me dirijo a todos –siguió–, con sencillez y afecto, para asegurar que la Iglesia quiere seguir manteniendo con ellos un diálogo abierto y sincero, en busca del auténtico bien del ser humano y de la sociedad”.
Hubo referencias a los jóvenes, con quienes se citó el 15 de agosto en Colonia para la Jornada Mundial de la Juventud, y el compromiso de “proseguir con la realización del Concilio Vaticano II”, a través de “una autorizada relectura”. No fue un discurso espectacular. Ni siquiera estrictamente wojtyliano, porque en su momento, casi 27 años atrás, Juan Pablo II prometió combatir la injusticia, la discriminación y la falta de libertades, temas ausentes en las palabras de Ratzinger. Tampoco aparecieron referencias a la maldad de la guerra. Benedicto XVI prometió sobre todo continuismo y buena voluntad, con un tono humilde y apelaciones al “sentimiento de inadecuación y de turbación humana por la responsabilidad que me han confiado”. “Sorprendiendo toda previsión mía, la Providencia divina, a través del voto de los venerados padres cardenales, me ha llamado a suceder a un gran papa”, agregó.
Las referencias a Juan Pablo II fueron calurosas y abundantes. Calificó su elección “como una gracia especial concedida por mi venerado antecesor Juan Pablo II”. “Me parece sentir su mano fuerte estrechando la mía, me parece ver sus ojos sonrientes y escuchar sus palabras, dirigidas, en este momento, particularmente a mí: No tengas miedo.” Señaló que Juan Pablo II le había dejado “una Iglesia más valiente, más libre y más joven” y que la masiva asistencia a su entierro le pareció “una petición de ayuda dirigida al Papa por parte de la humanidad”.
La de ayer debió ser una jornada muy peculiar para Josef Ratzinger. En un encuentro informal con un grupo de sacerdotes, dentro del Vaticano, comentó que no se había habituado aún a su nuevo puesto: “No me veo donde estoy”, dijo con una sonrisa. Había dormido (poco, porque tenía que preparar el discurso) en su habitación de la residencia Santa Marta, había estrenado los ropajes blancos de pontífice y se encontraba en una situación de tránsito, porque los apartamentos papales en el Palacio Apostólico, rotos ya los sellos, necesitaban algunas reformas antes de acoger al nuevo inquilino. Por la tarde fue a su antiguo domicilio, en la plaza de la Muralla Leonina, para hacer las maletas y trasladarlas al Santa Marta, su residencia provisoria. Los cardenales tampoco se acostumbraban a verlo de blanco. Su amigo y ex alumno Christoph Schoenborn, arzobispo de Viena, declaró ante los micrófonos de Radio Vaticano que nadie sabía, una vez concluido el cónclave, si seguir tratándolo de tú o pasar al usted. Schoenborn reveló que, pese a todas sus expresiones de modestia, Ratzinger se mostró encantando y feliz al recibir la elección. “El nuevo Papa aceptó de inmediato, de manera decidida y fuerte, su nuevo encargo”, dijo el arzobispo de Viena, quien se extendió sobre las razones por las que Ratzinger decidió llamarse Benedicto: “Nos dijo en broma que lo hacía porque el pontificado de Benedicto XV había sido breve”. “Más en serio –prosiguió–, nos explicó que Benedicto XV había sido el Papa de la paz en el difícil período de guerra (la Primera Guerra Mundial) e hizo también referencia a San Benedicto de Norcia, padre de las órdenes monacales, patrono de Europa y hombre de gran fe.”
También se supo algo sobre el desarrollo de las votaciones secretas que condujeron a la elección de Josef Ratzinger como pontífice. Cuando un nutrido grupo de cardenales abandonaba el Vaticano, tras la misa inaugural de Benedicto XVI, un periodista de la agencia Ansa preguntó en voz alta si Ratzinger había superado con mucho las 77 papeletas necesarias. Con gestos, varios purpurados indicaron que en la cuarta votación habían sido muchas más de 77. Otro, también con gestos, pareció expresar que el apoyo a Ratzinger había ascendido con cada votación.

* De El País de Madrid. Especial para Página/12.

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