Martes, 3 de abril de 2007 | Hoy
El presidente, Viktor Yushchenko, decretó la disolución del Parlamento y nuevos comicios. El premier y los legisladores lo rechazaron.
El triunfo de la Revolución Naranja parecía ayer sólo un recuerdo lejano para los ucranianos, quienes volvieron a ser testigos de una crisis política que podría paralizar nuevamente al país. Después de un fin de semana de manifestaciones y contramanifestaciones, la pugna entre el presidente prooccidental Viktor Yushchenko y el primer ministro prorruso, Viktor Yanukovych, llegó a su clímax. El mandatario aprobó a última hora un decreto para disolver el Parlamento y llamar a elecciones adelantadas para el próximo 27 de mayo. Los legisladores, lejos de aceptar la derrota, se mantuvieron en sesión y aprobaron una resolución que rechaza la decisión presidencial y la califica de inconstitucional. Anoche el clima era tan tenso en Kiev que las fuerzas armadas tuvieron que salir a confirmar su lealtad al presidente Yushchenko.
Mientras la madrugaba avanzaba, la situación parecía calmarse en la capital ucraniana. Los simpatizantes del premier Yanukovych se mantuvieron en los campamentos que instalaron a lo largo del fin de semana en los alrededores del Parlamento –irónicamente una imagen que recuerda la Revolución Naranja, dirigida hace tres años por sus rivales–. Los legisladores dejaron el edificio del Parlamento y el presidente se recluyó. Pero la escalada de anoche sin dudas provocará hoy una reavivación de las marchas de ambos bandos, especialmente de los sectores prorrusos que lucharán por todos sus medios para conservar el control del gobierno.
Para entender el enfrentamiento entre el presidente Yushchenko y el premier Yanukovyck es necesario remontarse a los inicios de la Revolución Naranja, en los últimos meses de 2004. Yanukovyck, hombre leal a Moscú, había ganado las cuestionadas elecciones presidenciales y el pueblo ucraniano se enfrentaba a cinco años más de una democracia tan limitada que pocos continuaban llamándola así. Fue entonces que millones de ciudadanos se levantaron en contra del régimen promoscovita, ocupando durante meses las plazas y las calles aledañas al Parlamento. Con el apoyo de las banderas naranjas, Yushchenko y su entonces aliada Yulia Tymoshenko lograron acceder a la Presidencia y a la oficina del primer ministro, respectivamente. Europa y Estados Unidos saludaban a un nuevo aliado.
Pero como todo lo bueno dura poco, siete meses después la alianza naranja entre Yushchenko y Tymoshenko llegaba a su fin. El presidente destituía al gobierno y creaba uno nuevo, bajo el auspicio de su antiguo rival Yanukovyck. La nueva fuerza del dirigente prorruso se hizo sentir en las elecciones venideras. En marzo de 2006, Yanukovyck conseguía la primera minoría, y a pesar de una nueva alianza de los dirigentes de la Revolución Naranja, lograba quedarse con el cargo de premier.
Así se llegó a la difícil coexistencia actual. Desde el principio los dos dirigentes ucranianos se enfrentaron en una lucha de poder. En los últimos meses, el premier había conseguido cooptar a varios legisladores de los partidos prooccidentales. El objetivo era pasar de las 260 bancas a las 300, lo que equivaldría a los dos tercios de la Cámara y le daría poder a Yanukovyck para destituir al presidente y aprobar una reforma constitucional. La principal preocupación de Yushchenko no es la destitución, ya que eso crearía un clima de inestabilidad que ni sus oponentes quieren, sino la limitación de sus poderes, a través de una reforma constitucional. Hace sólo unas semanas, el Parlamento ya había aprobado un recorte no muy grande de sus competencias.
El presidente intentó negociar con sus fuerzas aliadas en el Parlamento, pero no obtuvo resultado alguno. Yushchenko ha intentado discutir el conflicto en términos de lo legal y lo ilegal. Según la Constitución ucraniana, sólo los bloques parlamentarios pueden cambiar su postura, no los legisladores. Por eso, el presidente sostuvo anoche, en su discurso a la nación, que disolvía el Parlamento porque había fuerzas que intentaban construir de forma ilegal una mayoría. “Mis acciones están dictadas por una estricta necesidad de salvar la soberanía e integridad territorial. No sólo es mi derecho, sino mi obligación”, aseguró el mandatario.
Sin embargo, para los aliados de Yanukovyck, tanto en el gobierno como en el Parlamento, la decisión del presidente no tiene bases legales. “La fuente de desestabilización hoy día es el propio presidente”, explicó el ministro de Justicia, Olexandre Lavrinovitch. Más tarde, el primer ministro intentó mostrarse más conciliador y le pidió al presidente que no publique el decreto que disuelve el Congreso. “Cree que la resolución aprobada en el Parlamento abre la posibilidad de un proceso de negociaciones”, sostuvo el premier después de una reunión de gabinete de emergencia.
El presidente anoche no había respondido a este pedido y nadie en Ucrania sabía qué esperar para los próximos días. El nivel de incertidumbre era tal que el único ministro prooccidental que le queda a Yushchenko en el gobierno, el de Defensa, Anatoly Grytsenko, salió a garantizar que las fuerzas armadas se mantendrán leales al presidente. Este apoyo será decisivo esta semana cuando Yushchenko tenga que controlar a los miles de simpatizantes prorrusos que ya prometieron mantenerse en sus carpas frente al Parlamento y en las calles de Kiev todo el tiempo que sea necesario. El otro apoyo que necesitará el presidente será el de los miles de ucranianos que salieron con banderas naranjas el sábado pasado. Nuevamente, en Ucrania el juego político se dirime en las calles.
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