EL MUNDO › AHMADINEJAD ANUNCIO EN TEHERAN QUE HOY SERAN DEVUELTOS AL REINO UNIDO
En una ceremonia que sirvió de plataforma para un show de relaciones públicas de Mahmud Ahmadinejad, el presidente les anunció a los soldados que su cautiverio terminó. Teherán presentó la resolución del conflicto como una muestra de buena voluntad hacia la comunidad internacional. Alivio en Londres por el final feliz.
› Por Angus McDowall *
Desde Teherán
Mahmud Ahmadinejad estaba sentado en el podio, una sonrisa de satisfacción jugueteando alrededor de las comisuras de sus labios, decididamente saboreando la sorpresa enorme que estaba por darle al mundo. Un minuto sermoneando, al rato prendiendo una medalla a un guardia revolucionario, éste era, desde el principio, el día de Ahmadinejad. Hasta el clima estaba de parte del presidente: mientras se adelantó para el último acto, para reunirse con los quince cautivos en el centro de esta saga extraordinaria, el cielo se iluminó con relámpagos y hubo un largo rumor de truenos. Después de casi no tomar parte en los hechos de los últimos trece días, su regreso a la escena del mundo estuvo calculada a la perfección.
Unas pocas horas antes, muy poca gente habría esperado un desenlace tan súbito. La presencia de la mitad del gabinete, incluyendo al ministro de Exterior, Manouchehr Mottaki, y las figuras de los ministros de Interior y de Inteligencia con turbantes, fue el primer indicio de que ésta sería una conferencia de prensa como ninguna otra ofrecida por el presidente. Detrás del escenario presidencial había un telón de fondo surrealista, que mostraba una mezquita en un globo traslúcido y el slogan: “Aférrense firmemente juntos por medio de la cuerda de Dios y no se separen”. Vestido más elegantemente que de costumbre, con un traje claro, Ahmadinejad pestañeó ante el resplandor de las luces de televisión.
Comenzó con la religión, unos buenos 10 minutos de ella. Habló de Abraham e Isaac, de Jesús y Mahoma. Los periodistas estaban comenzando a intercambiar miradas desconcertadas cuando de pronto el tono cambió. “Los sirvientes del Todopoderoso no se inclinan ante los tiranos –dijo–. La dignidad y el valor de las naciones son ignorados, sus derechos pisoteados y su tierra ocupada. Se les quita su libertad y seguridad y se detiene su impulso hacia el progreso. No tienen recursos para enfrentar a los matones y defenderse.” Este fue el comienzo de una diatriba, que incluía las iniquidades imperiales de los británicos y los estadounidenses a través de la historia y la debilidad del Consejo de Seguridad de la ONU al inclinarse ante cada capricho suyo. Sentía compasión por los pobres jóvenes que fueron enviados por sus líderes malvados para luchar guerras injustas a miles de kilómetros de sus hogares.
Los reprendió por su pasado y su futuro, por su explotación del petróleo de Irán, su apoyo al Sha y su apoyo a la guerra de ocho años de Saddam Hussein contra el país de Ahmadinejad. Condenó sus esfuerzos hipócritas en negarle a Irán su legítima parte en el progreso nuclear. “La orgullosa nación de Irán soportó una lluvia de misiles –dijo–. Resistió cada amenaza. No permitió que ni un centímetro de su tierra fuera ocupada. Sufrió cientos de miles de bajas y se levantó rápidamente, reconstruyendo sus ciudades con coraje”.
Terminadas las reprimendas, sonrió. Era el momento de la primera buena noticia: una medalla para el valiente héroe de la sagrada defensa de su país, el guardia revolucionario a cargo de capturar a los pérfidos invasores británicos. El ministro de Defensa se trepó al podio junto a un par de nerviosos guardias revolucionarios. La medalla fue colgada en medio de saludos y al grito de “¡Dios es grande. Todos detrás del Líder Supremo!”. Luego el gran anuncio, sorprendiendo a periodistas y diplomáticos británicos por igual. Un regalo por las fiestas religiosas del Islam, el judaísmo y la cristiandad –un regalo “del pueblo de Irán al pueblo de Gran Bretaña”–: la libertad, sin juicio, de los cautivos.
Dos horas más tarde, los quince caminaron tímidamente por la esquina del palacio presidencial, semejantes a funcionarios iraníes en sus trajes brillantes grises y hacia el ojo de la prensa internacional. Faye Turney estaba vestida como una muchacha del centro de Teherán, con blue jeans y un saco rosa a rayas. Ahmadinejad estaba parado, rodeado de su gabinete, una sonrisa benevolente en su rostro y les dio la bienvenida a la libertad. “Le estamos muy agradecidos”, dijo uno, mientras el mayor showman político del mundo le daba la mano. Con aspecto de aliviados y relajados, pero un poco recelosos por la cantidad de fotógrafos y periodistas que gritaban preguntas y se peleaban por el lugar, se dieron vuelta y fueron guiados nuevamente al palacio.
* De The Independent de Gran Bretaña. Especial para Página/12.
Traducción: Celita Doyhambéhère.
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