EL MUNDO › MURIO EL LIDER NEONAZI NORTEAMERICANO WILLIAM PIERCE
El nazi que vendió más que Hitler
Esta semana se reveló que murió el racista y militante neonazi más influyente de los EE.UU. Fue el autor de un bestseller más leído que “Mi Lucha”, que inspiró el atentado de Oklahoma y a muchos grupos de milicianos, enseñando a hacer atentados.
Por Sergio Kiernan
El 23 de julio murió de un cáncer fulminante el más famoso y tal vez más influyente neonazi norteamericano, William Pierce, inventor de la “teoría del lobo solitario” que inspiró a decenas de racistas y supremacistas blancos en sus ataques. El más notorio fue Timothy McVeigh, que en un “comando” de dos personas voló el edificio federal de Oklahoma, acto con el que esperaba detonar la Rahowa –Racial Holy War o Guerra Santa Racial- que Pierce predicaba como manera de acabar con el gobierno federal de Estados Unidos.
La fama de Pierce se debe, curiosamente, a una novela, Los diarios de Turner, que publicó en 1978 con el seudónimo Andrew Macdonald y que funciona como manifiesto neonazi y manual revolucionario. El libro tiene el formato de un diario escrito por un luchador en la “Gran Revolución” y editado en 2105 por las autoridades del nuevo régimen neonazi como homenaje a Earl Turner, miembro de “la Organización” que “toma conciencia” de la opresión racial del hombre blanco a los 35 años y se transforma en guerrillero el 16 de septiembre de 1991. Los diarios tienen un estilo sencillo y un aire a ciencia ficción, pero sus ideas están montadas como un mecanismo de relojería. La novela cuenta cómo en 1989 el Congreso de EE.UU. aprueba el “Acta Cohen”, que prohíbe la tenencia de armas y crea “Consejos de Relaciones Humanas” con fuerza de policía para realizar allanamientos, secuestrar armas y detener a los infractores. “Turner” explica que los Consejos son formados “por negros y judíos” que se dedican a “saquear a los blancos y violar a sus mujeres” con impunidad, ya que cualquier protesta sería para el Estado “una forma de racismo punible por ley”.
El relato comienza con el arresto de Turner en uno de esos allanamientos en los que “los negros y un blanco de complexión notablemente oscura” encuentran su Magnum. La redada es monumental y los detenidos son decenas de miles, tantos que las cárceles no alcanzan y a Turner lo encierran en el gimnasio de una secundaria. Los siguientes dos años en la vida de la Organización son dedicados a corregir errores, reclutar y prepararse para la “siguiente excusa” que el gobierno les dé a los neonazis para comenzar una insurrección. Lo que Turner cuenta que hacen sus conmilitones y los errores que cometen son hoy enseñanza standard en los grupos paramilitares y radicalizados de la ultraderecha norteamericana.
Por ejemplo, la célula de Turner se infiltra en el gobierno enviando voluntarios que pasen por “progres” y sean aceptados en grupos antirracistas y de derechos humanos. Para resolver la falta de fondos, debaten realizar asaltos y finalmente deciden hacerlos “de un modo socialmente consciente” eligiendo víctimas “que se lo tengan merecido”. El primero es a la tienda de licores de Saúl Berman, que es asesinado con deleite por uno de los asaltantes con un cuchillo. Pocos días después, otro miembro de la Organización asesina a un líder comunitario judío con un hacha, “partiendo la cabeza del buen judío de la pelada al cuello”.
Lo que sigue es una larga historia de la guerra entre la Organización y el Sistema, con detalladas instrucciones tomadas “de los modos de organización de los comunistas”. Todo en 200 páginas: cómo reclutar, financiar, armarse, resistir interrogatorios policiales, aguantar torturas, armar bombas con fertilizante y detonarlas, como armar microcélulas de “lobos solitarios” independientes e indetectables. A los neonazis les resulta particularmente seductoras la constante torpeza y debilidad de Turner que lejos de ser un superhombre es una persona común y corriente capaz de olvidarse la linterna en una marcha nocturna e incapaz de asaltar una farmacia porque le fallan los nervios. Con ánimo docente, Turner duda y medita sobre la necesidad del terrorismo, sobre el asesinato de blancos que sean “peones del Sistema”, sobre la certidumbre moral de volar edificios con cientos de personas adentro.
A la vez, el libro es un catálogo de fantasías oscuras. EE.UU. está ocultamente dominada por los judíos, que administran el país por losmedios y los “progresistas” “llenos de prejuicios, culpa y odio a sí mismos”. En Los diarios hay comandos israelíes asesinando norteamericanos, bandas de negros “concientizados” atacando a los blancos, mafias del capital financiero esclavizando al pueblo y un creciente control social con horrores como un documento nacional de identidad.
Los nazis ganan la guerra en EE.UU. en 1999, después de provocar una guerra atómica con la URSS y detonar bombas nucleares en Miami, Nueva York y Baltimore. Siguen cinco años de anarquía y masacres étnicas hasta que controlan gradualmente el país, en el que quedan 50 millones de personas -las bajas civiles son de casi 200 millones– y luego la guerra se extiende al mundo entero. Hay masacres de judíos y no blancos en todo el mundo, incluyendo explícitamente Buenos Aires, y la Organización se impone en Europa. No queda muy en claro qué ocurre con América latina ni Africa, pero China es atacada nuclearmente y toda Asia es “esterilizada” con armas biológicas. A “110 años del nacimiento de El Gran Hombre (Hitler)”, el mundo es habitado únicamente por blancos y por mutantes en las zonas destruidas.
El hombre que imaginó esta carnicería colosal era un ingeniero nacido en 1933, de ascendencia escocesa, que amaba los gatos y fue un talentoso profesor. Pierce nació en Atlanta, vivió en Tejas y estudió brevemente en una academia militar. Apasionado desde chico por la química, se doctoró en física y fue contratado por la universidad de Oregon. El problema fue que en ese año 1966, donde Estados Unidos empezaba a hervir políticamente, a Pierce le empezó a interesar el tema. Primero se unió a la John Birch Society, una organización moderada de derecha profundamente antiestatista, anticatólica y antisemita, y empezó a leer historia y biología obsesivamente. Para fines de ese año, Pierce le mandó una larga carta a “la persona que, según sentía, estaba haciendo el mejor esfuerzo por la causa de los americanos blancos: George Lincoln Rockwell, líder del Partido Nazi Americano”, según explica su biografía oficial. Rockwell le contestó con otra larga carta escrita a mano, hábito que Pierce adoptó como “la mejor herramienta de adoctrinamiento posible”. El físico quedó seducido, dejó su cátedra, se mudó a la capital y se transformó en militante full time. Durante un año, trabajó como editor de publicaciones nazis y en su imprenta, y pasó varias horas por día con Rockwell. Después de su asesinato en 1967, fue uno de los fundadores del grupo continuador, el Partido Nacional Socialista del Pueblo Blanco, en el que se quedó hasta 1970, cuando se mudó a la Alianza Nacional Joven de Willis Carto. Duró ahí apenas cuatro años y en 1974 fundó con un grupo de disidentes la Alianza Nacional, que presidió hasta su muerte hace 12 días.
En el camino, Pierce se convirtió en una suerte de sacerdote de la Iglesia Cosmoteística, mezcla de cristianismo protestante y racismo biológico, y se distinguió como un activo y agudo propagandista neonazi, editor de libros, revistas y folletos. En 1985, su grupo se mudó a una granja de 180 hectáreas en medio de la nada, en el campo más profundo de West Virginia y lejos de la larga mano del gobierno. Como dice su obituario, el líder evitó así espionajes y allanamientos del FBI. La granja se transformó en el centro de la editorial neonazi más grande del mundo y también en cuartel general de programas de radio y, más tarde, de Internet. En 1999, Pierce compró dos editoras de rock racista, Resistance Records y Nordland Records, que pronto tuvieron un bestseller con el videogame “Limpieza Etnica”, que “capturó el mercado de jóvenes blancos insatisfechos y significó significativas cantidades de dinero y reclutas para la Alianza.”
Políticamente, Pierce se ocupó, como reitera una y otra vez en su libro, de evitar indisciplinas y peleas internas “de esas que eventualmente destruyen casi todo grupo problanco”, y de crear fuertes contactos con organizaciones afines en todo el mundo. Su Alianza tiene hoy sedes hasta en Australia y un tránsito fluido con grupos alemanes e ingleses, que tienen al rancho de la organización como centro de seminarios de liderazgobianuales y como mayoristas de literatura, discos y materiales de propaganda.
A principios de julio, Pierce supo que tenía un avanzado cáncer, pero lo mantuvo en secreto. Empezó inmediatamente a preparar la sucesión pero no llegó a fin de mes. Como dice su obituario, “los próximos meses mostrarán si la Alianza Nacional puede sobrevivir a la muerte de su líder”. Lo que nadie discute es que Los diarios de Turner son la verdadera herencia de este nazi filantrópico, un libro sólo comparable en circulación a Mi Lucha y que ya en 1985 fue usado como manual por un grupo que se llamó a si mismo La Orden y comenzó una campaña de asesinatos, robos y asaltos para empezar una revolución.
Timothy McVeigh no tuvo más que leer las primeras páginas para saber qué hacer: allí se describe un ataque a un edificio federal con una van llena de fertilizantes mejorados con gasolina, se explica en detalle cómo preparar y detonar el explosivo, cuánto usar y hasta dónde estacionar la van para mayor efecto. Exactamente lo que este ex soldado y su compañero hicieron en Oklahoma en 1991, el año en que el Turner de la ficción se hace “combatiente”.