EL MUNDO • SUBNOTA › LOS 2500 DíAS DE CAUTIVERIO EN LA SELVA COLOMBIANA
En una conferencia de prensa en la Embajada de Francia en Bogotá, Ingrid Betancourt relató en forma pormenorizada la rutina de los secuestrados por las FARC en lo profundo de la selva colombiana. “La muerte es la compañera más fiel del secuestrado”, señaló.
› Por Pilar Lozano *
Desde Bogotá
“Era una levantada a las cuatro de la mañana, precedida de un insomnio probablemente desde las tres de la mañana.” Así empezó su relato, a veces agobiante, a veces estremecedor, sobre su vida en la selva, Ingrid Betancourt. Lo narró en la conferencia de prensa que pronunció el viernes en la embajada francesa de Bogotá, pocas horas antes de partir a París para encontrarse con su familia. Esta fue la rutina de sus casi 2500 días, más de seis años, de cautiverio: “Rezar el rosario y esperar las noticias; el contacto con los espacios radiales que nos daban la posibilidad de comunicarnos con nuestras familias. Quitada de las cadenas a las cinco de la mañana, servida del tinto (café) a las cinco. Traían las botas más o menos en ese momento. Hacer la cola para esperar el turno para chontear. Chontear es un término muy guerrillero: es ir al baño dentro de unos huecos espantosos, porque no hay letrinas, no hay nada, entonces nos tocaba esperar turno para ir detrás de los matorrales a hacer nuestras necesidades en esos huecos”. Tras un desayuno con “chocolate o algún caldo. Tratar de encontrar qué hacer durante largas horas hasta las 11 y media del día. En el secuestro, a partir de cierto momento, ya nadie tiene qué decirse. Todo el mundo está en su caleta en silencio. Los unos duermen, los otros meditan, los otros oyen radio”.
“Después, baño general. Entonces, vestirse para el baño rápidamente, e ir, por lo general, a un pequeño río. Todo es limitado. Para mí era una tortura lavarme el cabello, porque no me daban tiempo. Yo estaba con hombres; ellos estaban listos a los 10 minutos y yo a los 25 minutos todavía estaba bañándome y me sacaban a gritos y era muy humillante. Después ir a la caleta, vestirse con mucho cuidado para que no se cayera la toalla mientras uno se pone la ropa interior, con mucho cuidado de que no lo vaya a atacar una hallanave o un escorpión mientras uno se está cambiando. A todos nos picó algún bicho. Una hallanave es una hormiga muy grande y el dolor que produce su picadura es como el de un escorpión. Hay otras hormiguitas que se caen de los árboles y cuando le rozan a uno la piel, se orinan encima de uno y producen un quemón fuerte.” “Después llega la comida. Tiene uno que comer muy rápido, lavarse los dientes, limpiar las botas, meterse en la caleta o por lo menos organizar el toldillo, tender la hamaca y muy rápidamente cae la noche y así termina un día que luego vuelve a repetirse.”
“Las botas tienen que estar de un lado del camastro para que las recojan y se las lleven, porque tienen miedo de que nos fuguemos, teníamos que estar descalzos. Nos ponen las cadenas y, entonces, si tenemos un guardián de mal humor nos agarra y nos pone la cadena tan apretada, que no nos deja dormir. Yo al final logré negociar que me pusieran la cadena en el pie, porque no lograba dormir. Las cadenas eran muy gruesas, los candados eran muy gruesos. Yo terminaba con las clavículas peladas por el roce de la cadena.”
“Y se duerme uno como un plomo tratando de olvidar la pesadilla en la que uno está, probablemente habiendo soñado cosas como, por ejemplo, estoy con mis niños corriendo, y de pronto se levanta uno a una pesadilla, con la cadena en el cuello, con sed, con ganas de orinar. Toca orinar en frente de los guardias. Ustedes se imaginarán lo que era para mí orinar al frente de ellos por la noche, que le ponen a uno una linterna porque hay mucha crueldad y mucha maldad; todo lo que no les cuento porque son cosas como tan mías y es muy doloroso.”
Esta rutina penosa e interminable se rompía cuando sentían pasar un helicóptero. “Y sale uno corriendo y con esos equipajes que pesan... Y esas marchas. Lo peor, lo peor son las marchas. Una marcha, levantada a las cuatro de la mañana, empacada de todo el equipo sin luz. Obviamente, se va a poner uno la ropa y está con hormigas y la ropa que nos ponemos en marcha es húmeda, absolutamente mojada, a las cuatro de la mañana ese frío de ese amanecer, porque la marcha es muy larga.” En su relato tan pormenorizado y detallista, Betancourt reconoció que en algunos momentos sintió ganas irrefrenables de matar, odio contra sus guardianes. “Si hubiera podido lo habría hecho.” “La muerte es la compañera más fiel del secuestrado.”
* De El País de Madrid. Especial para PáginaI12.
El Ministerio de Defensa colombiano mostró ayer un video de tres minutos y medio del rescate de los 15 secuestrados en poder de las FARC y su titular, Juan Manuel Santos, negó versiones sobre el pago de 20 millones de dólares y de la participación en la operación de agentes israelíes.
La filmación incluye los primeros instantes del desembarco del presunto grupo internacional humanitario, que en realidad eran militares colombianos, y preguntas de un supuesto reportero a uno de los secuestradores y a uno de los rehenes. También muestra imágenes de Ingrid Betancourt y los demás secuestrados, asegurados con esposas plásticas mientras suben al helicóptero, e instantes de la celebración cuando ya en el aire se les anuncia la libertad, pero no del momento en que los supuestos miembros del grupo humanitario inmovilizan a los dos secuestradores. En el video, uno de los tres secuestrados estadounidenses se ofrece para que lo esposen primero, porque hubo una cierta resistencia de los rehenes a dejarse inmovilizar las manos. En las imágenes se ve molesta a Betancourt y a varios de sus compañeros por la decisión de esposarlos. El general Mario Montoya, comandante del Ejército, explicó que los rehenes fueron esposados para facilitar que los cuatro militares, incluidos los supuestos camarógrafos y periodistas, pudieran ya en el aire inmovilizar a dos guerrilleros que subieron al helicóptero con ellos.
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