EL MUNDO › OPINION
La guerra en broma
Por Claudio Uriarte
Estados Unidos está retratando como concesión diplomática lo que en realidad es un taparrabos. Porque la guerra contra Irak nunca se programó para tener lugar fuera de la propaganda electoral de los republicanos –que afrontan importantes elecciones legislativas el 5 de noviembre–, y la ultraesperada negativa de Francia y Rusia a una resolución que hubiera dado luz verde a Washington para entrar en guerra con Irak a la mínima malinterpretación de los designios de Bagdad entrega ahora a George W. Bush la oportunidad de bajarse de su discurso de máxima sin perder cara ante el auditorio estadounidense e internacional. Esto no es nuevo, porque los planes de guerra de Bush hacia Saddam Hussein nunca fueron serios, y a cada momento que los supermachos de Washington proclamaban su voluntad de hacer lo que quisieran se colocaban subrepticiamente en el camino obstáculos que luego les permitieran decir que habían hecho todo lo posible para conseguir un resultado acorde con el gusto de todos: el del Congreso –que ya se encargó de rebajar una parte de las demandas iniciales de Bush– y ahora del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas –que recortará su autoridad bélica–.
Pero la guerra en broma debe continuar, aunque más no sea por el resonante éxito de público y de crítica que ha tenido. Ha sido y seguirá siendo muy conveniente para todos, amigos y enemigos, propios y extraños. A los republicanos les permitió retratarse como los guerreros duros y revalorizar el ya muy devaluado capital de sentimiento patriótico derivado de los atentados del 11 de septiembre. A una oposición demócrata singularmente cobarde para encarar los problemas de la economía le permitió esconderse debajo de la cama, bajo una frazada con las barras y estrellas. A Saddam Hussein le permitió volver a retratarse ante el mundo como el gran líder árabe acosado por el Gran Satán, una especie de Nasser de la época del fundamentalismo. A Francia y Rusia, revalidar sus credenciales como los diques de razón que ponen freno al torrente del extremismo norteamericano. A los sectores verdaderamente duros de Estados Unidos les permitió hacer propaganda en favor de sus propuestas, en la esperanza de que la correntada de falsas decisiones terminara produciendo alguna verdad. A los moderados, denunciar en encendidos tonos el extremismo de los extremistas. Hasta hubo un papel para Alemania, que por primera vez habló con voz propia desde la Segunda Guerra Mundial. Y todo esto, sin poner en riesgo a un solo soldado. Preparémonos para la próxima entrega.