EL MUNDO • SUBNOTA › OPINIóN
› Por Washington Uranga
Otra vez una “cruzada humanitaria”. Otra vez las bombas y la destrucción para “proteger” a la población civil. Y otra vez las Naciones Unidas haciéndole de coro a la policía del mundo para defender los intereses de los complejos económicosindustrialesmilitares sobre los que están montados los países centrales, comenzando por Estados Unidos y siguiendo por sus aliados y secuaces. Otra vez sopa. Y Obama, el presidente que prometió y amagó ser distinto, demuestra que es igual a todos sus antecesores, salvo por su color. Los argumentos son tan falaces como los que se usaron en Afganistán en 2001 y en Irak en 2003. El poder de fuego es ahora más sofisticado que antes, porque el poderío militar de los agresores va en aumento, en progresión geométrica. La sofisticación bélica no servirá, en cambio, para acertar exactamente los objetivos “militares” y distinguir entre fuerzas de Khadafi y milicianos rebeldes. La muerte será el común denominador... y la única verdad palpable. Igual que en Afganistán, igual que en Irán. El pretexto ahora es Khadafi. Antes fueron los fundamentalistas talibán y luego las supuestas armas de destrucción masiva que escondía Saddam Hussein. La verdad es lo que menos importa. Lo que está en juego, en realidad, son los negocios de los países poderosos. El argumento, que tampoco tiene ningún valor, también es el de siempre: aportar a la “libertad” y “restablecer la paz”. La verdad se da de bruces contra el cinismo argumental. Las coberturas institucionales son similares, aunque en realidad poco importen. Ahora Naciones Unidas dio el plafón para legitimar la agresión y Obama –que es más “bueno” que Bush—, en lugar de encarar de frente, mandó a los franceses a que hicieran punta. Lástima que al escribir estas líneas haya que aclarar que lo dicho no implica una defensa de Khadafi, de sus métodos, de su autoritarismo. Lástima que haya que hacerlo para no ser acusado aquí de no cuestionar al terrible dictador libio. Quienes así procederían son los mismos que nunca dijeron una palabra señalando que las mismas potencias que hoy lo atacan hicieron todo lo posible por mantener a Khadafi en su lugar mientras les sirvió a sus intereses económicos y políticos. Y son los mismos que guardan estricto silencio frente a otros regímenes, como el de Arabia Saudita, sostenidos por los países hegemónicos de Occidente a pesar de que no tienen nada de democráticos y son tan violadores de los derechos humanos y avasalladores de la “población civil” como el propio dictador libio, aunque los métodos no sean idénticos.
Frente a la intervención armada en Libia hay que preguntarse también cuándo Estados Unidos y sus aliados concluirán, por ejemplo, que la “población civil” venezolana está siendo seriamente perjudicada por Hugo Chávez o que los bolivianos son sojuzgados por Evo Morales, para mencionar tan sólo dos ejemplos cercanos. La respuesta no parece ser difícil: hasta que uno y otro toquen de manera significativa los intereses del complejo económico-militar de los países centrales. Si ese momento llega, la ONU dará su autorización y hasta la Corte Penal Internacional se mostrará dispuesta a “hacer justicia”, convertir en “dictador” a cualquier presidente electo por el voto popular y hasta sentarlos en el banquillo de los acusados. De los demás se podría encargar la “policía del mundo” que necesita ensayar y usar su arsenal. Lo peor es que lo dicho no es ciencia ficción. Es el planteo de un escenario posible y probable. Claro está. Pero quienes operan con esta lógica jamás llegarán a evaluar el comportamiento que tengan Sarkozy y Berlusconi, siendo racistas y autoritarios, desde su perspectiva nunca habrán atentado contra los derechos de franceses e italianos y por eso el Consejo de Seguridad descartará de antemano sanciones en su contra, sin importar lo que hagan.
Hoy, mientras tanto, algunos revolucionarios libios que quieren y necesitan librarse de Khadafi miran esperanzados hacia el cielo pensando que los misiles y las bombas les van a traer mejor vida y paz. Sin pensar que cada disparo de artillería es también un condicionamiento a su futuro, a la forma de resolver su conflicto político e incluso a la efectiva vigencia de los derechos que hoy legítimamente reclaman y defienden hasta con su propia vida.
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