EL MUNDO • SUBNOTA › HABLA EL EXPERTO NORBERTO MéNDEZ
› Por Mercedes López San Miguel
El agotamiento de un régimen, la intervención de las potencias, el avance rebelde: son piezas que arman un rompecabezas mayor. Norberto Méndez, doctor en Relaciones Internacionales y profesor del Seminario de la UBA “El factor islámico en la política mundial”, analiza el cambio que por estas horas se aceleró en Libia y que ubica en la disputa entre EE.UU. y Europa por el petróleo, y el uso del derecho internacional para intervenir.
–¿Cuál es la especificidad de Libia dentro de las revueltas árabes?
–Libia difiere con Túnez y Egipto porque en estos países el detonante de las protestas fue la cuestión económica: gran parte de la población vive en situación precaria y los jóvenes no consiguen empleo. En ambos países existe una influencia histórica de Estados Unidos sobre las fuerzas armadas. En cambio, un punto que sí tienen en común Libia y Siria es que sus fuerzas armadas no fueron entrenadas por EE.UU. Después del incidente de Lockerbie, Khadafi comenzó una negociación con Occidente, porque él no quería que al pueblo libio le pasara lo que le sucedió al iraquí. En su país existía un Estado omnipresente, que aceptó grandes inversiones europeas y favoreció sobre todo al oeste del país. La parte de las tribus del este no recibió esos privilegios económicos. Aclaro que las divisiones entre las tribus no reflejan de forma automática la lealtad o deslealtad a Khadafi. Otra diferencia importante es que en Libia hay una guerra civil. La OTAN tomó partido por los insurgentes y sólo así ellos pudieron llegar a esta instancia. Los rebeldes no construyeron un poder militar.
–¿Por qué la OTAN decidió intervenir en Libia y no en Siria?
–En Siria no hay una guerra civil. Se trata de un régimen que reprime a los que protestan. Hay un dato importante: Israel está demasiado cerca. Es muy complicado para Estados Unidos intervenir en un sitio tan caliente. En Libia existe un interés supremo por el petróleo: ésa es una disputa entre EE.UU. y Europa por el predominio en la zona. Las potencias intervienen en nombre del derecho internacional, para evitar –dicen– víctimas civiles. Pero han habido muchas muertes de civiles desde la intervención de la alianza atlántica. El derecho internacional se ha vuelto un arma peligrosa. Se trata de un doble patrón. Occidente no les reclama con respecto al derecho internacional a Siria o a Yemen.
–¿Cuánto juega el papel del islamismo?
–A diferencia de Egipto, en Libia no están los Hermanos Musulmanes, no existe un movimiento islamista como ése. Están los grupos del este, de la ex Cirenaica, que son heterogéneos: no todos son islamistas, hay hasta miembros afines a Al Qaida.
–Si cae Khadafi, ¿quién pasa a gobernar?
–Los grupos rebeldes están sueltos. Los militares que se pasaron de bando y los exiliados de Londres que volvieron. En Libia hay tribus grandes como Warsal’la y Tarhuna –la primera es la mayoritaria, la segunda está mejor diseminada en el país– y existen subtribus. La solidaridad con una tribu depende del contexto. El Consejo de Transición carece de referentes de peso, no tiene un líder militar de renombre, está desarticulado. Me aventuro a decir que Washington no tiene un plan de transición, que va a actuar en el momento. Lo que ocurrió con el asesinato del militar Abdel Fatah Yunes dio cuenta de que existen rivalidades entre los mismos rebeldes. Uno de los grupos al que se le endilga el asesinato, Jarrah al Obeidi, tiene adeptos a Khadafi también. ¿Cómo van a armar la argamasa política para dar estabilidad al país? No lo sé.
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