Jueves, 6 de marzo de 2014 | Hoy
EL MUNDO › OPINIóN
Por Oscar Laborde *
Hace un año, el pueblo venezolano lloraba la muerte de Hugo Chávez Frías y una profunda preocupación surgía dentro y fuera de Venezuela. La subestimación de la capacidad organizativa y política del chavismo y las operaciones de prensa de la oposición mediática llevaron al error de suponer, al propio Departamento de Estado, que muerto Chávez se acababa la revolución que él había iniciado.
Nicolás Maduro retuvo la presidencia a principios de 2013 y, en las elecciones municipales de diciembre pasado, el chavismo ganó claramente.
Para que esto sucediera así, debemos reconocer tres decisiones de Chávez que resultaron esenciales. Una de ellas fue el armado de una estructura política que unificara a ese universo plural y disperso que constituía el chavismo, gestando el Partido Socialista Unificado de Venezuela (PSUV) en 2008, luego de dos años de debate y convocatoria a las distintas fuerzas para que entendieran el carácter estratégico de la iniciativa. Si bien no todas se incorporaron, la masiva participación de las bases en la nueva estructura gestada la convirtió en la herramienta fundamental del movimiento revolucionario.
El segundo elemento fue la formación de las Comunas (creación de un ministerio específico y una ley orgánica), que constituyó un salto de calidad, pues se advirtió que con la mejora de los índices en salud, educación e inversión social, entre otras, y las obras públicas, no alcanzaba para consolidar lo hasta allí realizado y que era imprescindible avanzar en la conformación de una conciencia colectiva que amalgamara la organización de las bases y al propio poder popular. El 30 por ciento del presupuesto se viabiliza a través de las Comunas y de las estructuras territoriales, logrando sortear a la burocracia, muchas veces a la corrupción, y otorgando protagonismo a los sectores populares.
Esto no sólo cristalizó en los momentos electorales, sino también en el respaldo a la gestión gubernamental. Esta síntesis le dio una nueva vitalidad y jugó un rol fundamental en el último intento de golpe de Estado.
La tercera medida fue la designación concreta de un sucesor, en la figura de Nicolás Maduro, con una clara connotación de clase, que demostró el acierto de Chávez, pero también el mérito de conformar junto a Rafael Ramírez, Diosdado Cabello y Elías Jaua una conducción colectiva que suplantara al histórico liderazgo personal.
En la génesis de estas medidas está la fortaleza del proceso revolucionario bolivariano y su capacidad para enfrentar los embates de la ultraderecha norteamericana y a una oposición política interna que desnuda, cada vez más, sus intenciones golpistas.
* Dirigente del Frente Transversal y presidente del Centro de Estudios del Sur.
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