EL MUNDO
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Dilemas en torno de un muro
› Por Claudio Uriarte
Dentro de la surtida oferta de “instant analysis” que ayer empezaba a circular por la prensa internacional sobre el atentado de Haifa los siguientes argumentos se destacaban por su repetición: 1) es una consecuencia de la decisión del gobierno de Ariel Sharon de ir adelante con el muro de seguridad pese a la opinión pública internacional, y poniendo fin al proceso de paz; 2) también, y particularmente, es un resultado de la decisión del gobierno de entrar con el muro 20 kilómetros dentro de Cisjordania para proteger y repoblar a cinco colonias judías; 3) prueba que el muro no funciona; 4) prueba que no sólo el muro, sino que tampoco el anuncio hace casi un mes de la decisión de expulsar a Yasser Arafat funciona, ya que después de tres semanas de calma miren lo que pasa, etc., etc. Las relaciones de causalidad se establecen de manera arbitraria, las fechas también y con criterio parecido se podría decir que el atentado prueba que las fuerzas armadas israelíes son un fracaso y merecen ser disueltas, o que la moraleja es que hay demasiados israelíes que almuerzan desprevenidamente en restaurantes los días sábado cuando lo más seguro y barato es comer en casa. Es decir, una larga lista de nonsequiturs.
Lo que distingue como punto común a todos estos equívocos es la presuposición de que el muro cancela un proceso de paz que de otro modo se hubiera mantenido boyante. En realidad, el muro resulta del fracaso del proceso de paz, proceso que se encontraba agónico desde hace mucho tiempo. Ciertamente los atentados, que fueron creciendo en sofisticación y audacia desde el inicio del proceso de paz en 1993, no son la respuesta al muro, cuya construcción empezó hace sólo un año. Hubo atentados con y sin muro y los seguirá habiendo durante el tiempo de construcción del muro y posiblemente después; la ambición de los constructores del muro no es lograr una seguridad 100 por ciento contra los atentados –lo que sería imposible– sino disminuir esos atentados al mínimo posible. En ese sentido, la impasse de tres semanas en el ritmo de los atentados muestra, por lo menos, que éstos se están volviendo logísticamente más difíciles, por lo que los atacantes decidieron concentrar recursos en un golpe de alto impacto como éste al costo de bajar el ritmo de sus operaciones. También hubo atentados con anexión de colonias, sin anexión de colonias y también –y particularmente– cuando un gobierno laborista ofreció a los palestinos 97 por ciento de Cisjordania, 100 por ciento de Gaza y capital en Jerusalén oriental, entre septiembre y diciembre de 2000. Hubo atentados con y sin negociaciones, con gobierno de izquierda o con gobierno de derecha, con provocaciones israelíes y sin ellas. De hecho, el único hilo de continuidad y coherencia que se mantiene en los 10 años de zigzags desde que se firmaron los extintos acuerdos de Oslo está dado por los atentados. El muro no es un sustituto de la paz, sino que puede verse como una medida defensiva con penalizaciones ofensivas –aunque, de acuerdo a Dennis Ross, supervisor norteamericano del proceso de Oslo desde 1993, la crítica colonia de Ariel, manzana de la discordia y eje del nudo de asentamientos que la penetración mural de 20 kilómetros en Cisjordania busca encapsular, tampoco estaba en el 97 por ciento cisjordano que Israel ofreció a los palestinos en 2000–.
Por lo tanto, lo que se está viendo no es el fracaso ni el éxito de una política sino un fotograma congelado de una película en movimiento, cuyo argumento es una guerra de baja intensidad entre dos partes que no están preparadas ni dispuestas para la paz. En este sentido, la Hoja de Ruta impulsada por el Departamento de Estado, y colapsada casi en el mismo momento en que se empezó a hablar de ella, siempre pecó de artificialidad y de utopismo: si el esquema de tierras por paz no había funcionado durante los siete años de Oslo hasta el colapso de 2000, no era claro por qué iba a imponerse un proceso de paz por tierras después de más de dosaños de Intifada, miles de muertos y heridos de ambos bandos y una confianza mutua equivalente a cero.
También en este sentido, las presiones de “la comunidad internacional” (seudónimo del proárabe Departamento de Estado norteamericano) están condenadas al fracaso. La amenazada suspensión de garantías norteamericanas de crédito a Israel por el muro sólo costaría unos pocos millones de dólares al Estado judío y, en definitiva, lo que está al lado de los territorios palestinos es el Estado judío, no el Departamento de Estado. Lo de ayer, por lo demás, es un apoyo para el corolario práctico de esta contigüidad geoestratégica.
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