Miércoles, 8 de julio de 2015 | Hoy
EL MUNDO › OPINIóN
Por Atilio A. Boron
Diversas estimaciones señalan que poco más de la cuarta parte de la deuda pública griega se originó en compromisos contraídos para equipar sus fuerzas armadas. El viejo diferendo por Chipre entre Grecia y Turquía se agravó luego de que ésta invadiera la isla en 1974 y, tras ocuparla parcialmente, creara la República Turca del Norte de Chipre. En el sur los grecochipriotas crearon la República de Chipre e ingresaron, en 2004, a la Unión Europea, quedando bajo su protección. Desde el estallido de la guerra, Bruselas jugó siempre a favor de Grecia y hasta el día de hoy el veto de Atenas al ingreso de Turquía a la Unión Europea se ha mantenido sin fisuras. Por eso es que asombra comprobar la hipertrofia, en término de hombres y equipos, del país helénico. Según la Agencia Europea de Defensa, Grecia cuenta con el mayor número de submarinos de Europa (8), contra 7 del Reino Unido y 6 de Alemania y es también el que cuenta con la mayor flota de aviones de combate, 287, contra 274 de Francia y 230 del Reino Unido. Con sus once millones de habitantes, la población griega equivale al 14 por ciento de la alemana, pero los 109.070 efectivos de sus fuerzas armadas ascienden al 57 por ciento de sus homólogas de Alemania, pese a que los compromisos militares de Grecia son nada en comparación con los de Francia, Reino Unido y Alemania en el seno de la OTAN. La absurda hipertrofia armamentística no se explica por las necesidades de defensa de Grecia, sino por su condición semiperiférica y dependiente, altamente vulnerable a las presiones tendientes a facilitar la colocación de los productos de la industria militar de sus socios de la UE y la OTAN. Grecia tiene aviones de combate fabricados en Francia y Estados Unidos y submarinos producidos en Alemania. Los bancos alemanes y franceses son los mayores acreedores de un país cuyos gobiernos adquirieron una enorme cantidad de material bélico que jamás utilizará. Pero esa corrupta operación, bendecida por Bruselas, por Berlín, París y Londres (y avalada por Goldman Sachs) arrojó pingües ganancias para el complejo militar-industrial europeo y norteamericano y enriqueció a muchos políticos griegos. La troika ahora golpea las puertas con la misma catadura moral del usurero Shilock y se enfurece ante la desobediencia griega. Tropezó con un obstáculo inesperado: un pueblo que decidió asumir el control de su propio destino y que, tal vez, con ese reflejo de sobrevivencia, abrió una nueva etapa en la historia del capitalismo mundial. A partir de su ejemplo cualquier política de ajuste podría ser sometida al veredicto de una consulta popular. Malo, muy malo para los capitalistas. Se comprende el odio que generan Alexis Tsipras y Yanis Varoufakis.
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