Miércoles, 21 de septiembre de 2016 | Hoy
EL MUNDO › OPINIóN
Por Eric Nepomuceno
El discurso que Michel Temer hizo en la Asamblea General de la ONU fue su segundo gran intento de presentarse a los ojos del mundo como nuevo líder de la mayor nación latinoamericana y una de las nueve principales economías del planeta. Una oportunidad de oro para legitimarse en el puesto conquistado gracias a un golpe institucional que destituyó a la mandataria elegida por la mayoría de los votantes en 2014.
El primer intento ocurrió hace poco, durante la reunión del G-20 en China. En aquella ocasión, hasta en la foto oficial del encuentro Michel Temer quedó aislado: el ceremonial lo estacionó a un metro del grupo de los demás participantes. El tan soñado registro de un apretón de manos con algún jefe de Estado de primera línea quedó en el agrio territorio de los deseos irrealizados.
El segundo intento tampoco resultó. Pese a todo lo que hizo la diplomacia de su gobierno, ni siquiera hubo respuesta de la Casa Blanca para el pedido de un “encuentro informal” con Barack Obama. Obama ni siquiera se dignó a estar en el auditorio imponente de la ONU cuando Temer empezó a leer, con voz monótona y solemne y aire de mayordomo de película de terror, el discurso que alguien escribió. No escuchó una sola de sus palabras vacías.
Para cerrar con nubarrones una jornada gris, las delegaciones de seis países latinoamericanos –territorio en que Brasil debería tener peso específico– abandonaron el recinto: Ecuador, Bolivia, Costa Rica, Venezuela, Nicaragua y Cuba.
Con sus modales de cabalgadura indócil, el canciller José Serra dijo a los periodistas que el impacto de esa actitud en la imagen externa brasileña fue “igual a cero”.
Es increíble la capacidad que Serra demuestra, a cada viaje, de superarse en inepcia y grosería. Basta recordar que hace dos días, en una entrevista concedida en Nueva York, tuvo inmensa dificultad (el entrevistador lo ayudó) en recordar a qué países corresponde la sigla ‘BRICS’. Empezó bien, mencionando Brasil, Rusia e India. Pero al llegar a la ‘C’ dijo Chile. Y no hubo santo en el cielo capaz de hacer que supiese que la ‘S’ corresponde a Sudáfrica. Con semejante encargado de las Relaciones Exteriores, el gobierno encabezado por Temer difícilmente obtendrá, fuera de las fronteras, la legitimidad que intenta desesperadamente alcanzar.
Todo en Temer es un desastre. En vísperas la apertura de la Asamblea de la ONU, dijo que Brasil abriga a 85.000 refugiados. Mentira: son 8800, según datos oficiales del mismo gobierno. Además, olvidó un detalle: había un programa listo para ser implementado por Dilma Rousseff para acoger refugiados sirios, y fue uno de los primeros a ser desarmado tan pronto él asumió, todavía como interino.
Su discurso, plagado de clisés y frases vacías, atropelló la verdad de manera infame en una de sus afirmaciones. Dijo el presidente golpista que llevaba al auditorio de la ONU su “compromiso innegociable con la democracia”. Bueno, hay que reconocer que es imposible negociar lo que no existe.
Reiteró lo que dicen por aquí sus cómplices de la prensa hegemónica: “todo transcurrió dentro del más absoluto respeto al orden constitucional”. Sería verdad, pero hubo en todo el proceso un pequeño detalle: la Constitución prevé la destitución de un presidente que haya cometido “crimen de responsabilidad”. Y no se pudo probar jamás que Dilma haya cometido crimen alguno.
Temer también afirmó en su discurso que Brasil vive un proceso de “depuración de su sistema político”. Otra mentira. Dice el diccionario que por “depuración” debemos entender “eliminación de la suciedad o impureza de una sustancia; proceso por el cual el organismo elimina sustancias nocivas o inútiles”.
Si en mi país estuviéramos viviendo un proceso semejante, él y sus aliados ya estarían eliminados.
Si mi país fuese un organismo humano, sus riñones ya habrían mandado a Temer y sus acólitos a otro destino.
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