En primer lugar, está el elemento simbólico del cuádruple ataque. Es evidente que el terrorismo transnacional ha golpeado en un sitio representativo: 24 horas antes la capital británica era elegida como sede de los Juegos Olímpicos. Un día después, se llevó adelante una parálisis de la ciudad, con un efecto internacional enorme. Segundo, se produjo en un contexto más amplio, la reunión del G-8, cuya importancia más saliente tiene que ver con que en las cumbres anteriores la agenda se centralizó en el tema terrorismo y en aplicar medidas drásticas. Esta cumbre 2005 por primera vez aparecía más social, con un acento mayor en la pobreza y un cambio hacia la resolución de los problemas sociopolíticos. Este hecho oscurece la agenda de los ocho y vuelve a colocar en el centro la lucha antiterrorista de parte de los países más industrializados. Tercero, se da en un marco más amplio: el fracaso absoluto de la ocupación norteamericana y de sus voluntarios en Irak. Esta ha sido quizá la victoria militar más rápida que haya tenido un país en los últimos tiempos y, a la vez, la derrota más notable de Washington en materia de reconstrucción y pacificación del país. Al menos 15 naciones ya se retiraron de Irak y el mensaje que se quiso dar en Londres es que se abandone la coalición. Finalmente, deja tres lecciones: una, que el fenómeno terrorista que se vive en Medio Oriente expresa una guerra civil extendida, que se está europeizando (Madrid, Londres). Dos, las tesis más ideológicas y dogmáticas están fallando de modo evidente sobre que el terrorismo se produce en estados parias y atrasados. Y por último, es un atentado que demuestra que el terrorismo es reaccionario, que los pobres no ganan y que el escenario se vuelve más inestable.

* Director de Ciencia Política y Relaciones Internacionales de la Universidad de San Andrés.