EL MUNDO
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Viviendo al día
› Por Claudio Uriarte
Lo que el desastre humanitario causado por el huracán Katrina ha puesto escandalosamente al desnudo es que Estados Unidos, tanto militar como económicamente, está viviendo al día. Es como una persona que gasta mensualmente todos sus ingresos y carece de todo ahorro o de capacidad de ahorro para cuando lo inesperado golpee. (O bien es aún peor que eso, ya que este hipotético individuo ni siquiera está viviendo de lo que tiene sino de lo que le prestan, porque gran parte de la estabilidad económica norteamericana depende de la confianza de China en el valor del dólar estadounidense.)
Esto no es nuevo, sino que comienza a datarse desde que George W. Bush, al inicio de su primera presidencia en 2001, empezó la extraordinaria empresa que convertiría el superávit fiscal de 250.000 millones heredado de la era Clinton en el déficit de más de 500.000 millones de hoy, por medio del extravagante ejercicio en economía ofertista en que consistieron las sucesivas reducciones de impuestos a las capas más favorecidas de la sociedad. Y se agravó con la invasión de Irak, que está costando 5000 millones de dólares por mes. Eso determinó que servicios públicos esenciales quedaran desatendidos y que fuerzas pensadas para emergencias internas, como la Guardia Nacional, fueran sobreextendidas hacia Bagdad. El resultado fue un vivir al borde y un vivir peligrosamente: de no haber sido el huracán Katrina alguna otra catástrofe, natural o causada por la mano del hombre, habría expuesto el estado de indefensión en que ha dejado al país este paradójico “presidente de la defensa”.
¿Puede que esto marque el fin político definitivo de Bush y de los suyos o, por el contrario, y honrando una antigua tradición, los norteamericanos comunes unirán filas detrás de su presidente en tiempos de crisis? En principio, la reacción de Bush ha sido demasiado lenta, plagada de una indiferencia que parece por lo menos sospechosa de racismo (teniendo en cuenta la composición demográfica del sur estadounidense), como para que el segundo pueda ser aún el caso. Una increíble falta de sensibilidad (o, para decirlo más cínicamente, de reflejos políticos) mantuvo al presidente primero tranquilo en sus soñolientas (y larguísimas) vacaciones texanas, para luego llevarlo a curiosear distraídamente sobre la catástrofe desde la butaca de su avión. Las críticas están lloviendo desde todos los sectores, porque por primera vez el comandante en jefe ha sido atrapado en flagrante delito de abandono del deber.
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