EL MUNDO • SUBNOTA › FELIPE CALDERON, DEL PAN
› Por Claudia Herrera
Beltrán *
Del hijo desobediente al candidato de Vicente Fox, del político de la era del engrudo al de los spots en horario estelar, del defensor de los viejos valores del PAN al de las campañas negativas, del rezagado al que se proclama seguro triunfador. Con pragmatismo, Felipe Calderón y su discurso se adaptaron en cinco meses y medio a partir de dos pesados referentes: Fox, figura antagónica dentro de su partido y con quien debió aliarse, y Andrés Manuel López Obrador, el aventajado desde el inicio y su obsesión en la contienda.
Este abogado de 43 años, uno de los candidatos más jóvenes en la historia de las contiendas electorales, llegó al 2 de julio después de haber recorrido un camino de altibajos y contrastes. Su campaña discurrió entre la alegría de derrotar al favorito del presidente, la crisis inicial cuando estaba muy lejos de López Obrador, la algarabía porque algunas encuestas lo daban como puntero, el golpe que representaron los señalamientos sobre supuestos contratos otorgados a su cuñado Diego Zavala y la declaración del fin de la tormenta.
Aunque era menos conocido que sus contendientes del PRI, Roberto Madrazo, y Obrador de la coalición Por el Bien de Todos, Calderón llegó a la contienda con un bono favorable: en la primaria había derrotado a Santiago Creel, el predilecto de Fox; incluso presumía de su sana distancia con el presidente y de tener un expediente limpio de corrupción, lo que lo llevó a adoptar el lema del “candidato de las manos limpias”. Pero a medida que avanzó la contienda esa imagen se fue deslavando y la campaña transcurrió entre evidentes contradicciones, como lo expresara el propio candidato en San Luis Potosí, en uno de sus discursos más relevantes, cuando se definió como “el candidato del cambio y de la continuidad”. En el segundo debate, López Obrador lo acusó de tener un “cuñado incómodo” y presentó información sobre los contratos que habría otorgado a Diego Zavala, dueño de la empresa de informática Hildebrando, cuando era secretario de Energía.
Con esta denuncia comenzó una nueva guerra de spots televisivos entre el PAN y el PRD, que alcanzó el máximo nivel de agresividad de toda la campaña. Se intentó forzar una comparación entre el presidente venezolano Hugo Chávez y el ex alcalde capitalino, mostrando imágenes del golpe en Caracas en 2002. “López Obrador es un peligro para México”, fue otro de los slogans elegidos por el PAN para este tramo final de la campaña, que gozó del apoyo del propio presidente Vicente Fox.
Nunca rompió con el foxismo. Al contrario, en los meses recientes se aferró a quien parecía representar la antítesis de su candidatura y ofreció perpetuar los programas sociales Oportunidades y Seguro Popular, las becas escolares, y los programas del campo, todos hijos de Fox. El último día hasta apareció al lado de los hijos de Marta Sahagún, de quien buscó deslindarse en el momento más difícil de las acusaciones en su contra.
El PAN llegó a esta elección después de una racha de derrotas en comicios locales y en medio de diferencias no superadas entre el presidente del partido, Manuel Espino, y Calderón. Reconociendo esto, el propio Espino instó a “ganar el gobierno sin perder el partido”. Pero también llegó con una estructura electoral robustecida. En 2000, el PAN tenía 1600 bases municipales, mientras que hoy tiene 2100.
Hace un año el secretario de Elecciones del blanquiazul, Arturo García Portillo, reconocía: “No estamos en nuestro mejor momento”, ya que en 2005 no habían logrado ganar una sola gobernación de las seis en juego y sus índices de votación habían bajado en los estados de México, Hidalgo, Guerrero y Nayarit. Hoy, asegura que en la elección presidencial hay un “borrón y cuenta nueva” para el partido.
* De La Jornada de México. Especial para Página/12.
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