EL PAíS › ASAMBLEISTAS TOMARON UNA CLINICA QUEBRADA Y PIENSAN REACTIVARLA
Salud para los autogestionados
Empezó como otra toma de un edificio abandonado para hacer un comedor. Pero los sorprendidos vecinos se encontraron con que la Clínica Portuguesa de la calle Gavilán, en Flores, todavía tenía sus equipos y muebles. La van a reabrir para las fábricas autogestionadas.
Por Irina Hauser
Un quirófano intacto. Un consultorio de rayos X totalmente equipado. Una sala de terapia intensiva con todas sus camillas y respiradores artificiales. Todo sucio y revuelto, pero entero, sin que nadie lo hubiera usado por años. Los asambleístas de Flores creyeron que protagonizarían una “toma” parecida a otras que vienen haciendo las asambleas barriales para transformar espacios en desuso en comedores y talleres comunitarios. Sin embargo, cuando entraron a la clínica abandonada de la calle Gavilán, lo que encontraron superó todo lo previsible. Y empezaron a fantasear. Llamaron a médicos para que evaluaran el material e inventariaron todo con un escribano. Invitaron a gente de fábricas recuperadas y terminaron armando un proyecto conjunto: montarán allí una obra social para los trabajadores de las empresas autogestionadas y un pequeño hospital de medicina preventiva para el barrio.
“Yo soy el timbre”, dice un cartel en la fachada de ladrillos con una flecha que señala un botón que cuelga de un cable. Desde el cuarto piso flamea una bandera argentina. En segundo plano se ve el viejo nombre del lugar, conocido como Clínica Portuguesa. Para entrar se pasa por una especie de galpón donde hay un montón de matafuegos amontonados. El hall principal está tapizado con fotos de cacerolazos y otras manifestaciones. Un poema de Juan Gelman, pintado de corrido en letras verde agua sobre una tela, invita a detenerse. “Los sueños rotos por la realidad. Los compañeros rotos por la realidad. Los sueños de los compañeros rotos ¿Están verdaderamente rotos? ¿Alguna vez se van a juntar? ¿Va a haber fiesta de los pedacitos que se reúnen? De esos amados pedacitos está hecha nuestra concreta realidad...” Y sigue.
El viernes había unas cuarenta personas en la clínica entre asambleístas, trabajadores y abogados que los asesoran. La limpieza lleva tiempo y diseñar el nuevo proyecto también. Ese día estaban todos contentos por la decisión –del jueves– de la Legislatura porteña de expropiar dos fábricas a favor de las cooperativas que las venían gestionando (al respecto, ver página 18). Recorrían los cuatro pisos del edificio una y otra vez, como jugando, con gran alegría. Prendían y apagaban la inmensa lámpara del quirófano, movían los tubos de oxígeno y simulaban analizar radiografías. Pero había algo en especial que querían mostrar. Entonces corrieron a abrir la puerta de una de las habitaciones. Adentro, sobre la cama sin colchón, había un nido de palomas con dos huevos en pleno desarrollo. Para ellos era todo un símbolo.
“Nuestra idea inicial apuntaba simplemente a recuperar un espacio para desarrollar actividades en el barrio desde la asamblea. Y daba vueltas una cierta intención de armar una sala de salud”, recuerda Omar Chianelli, un integrante rubión de ojos claros de la asamblea 20 de Diciembre de Flores, que es la que concretó la ocupación –el sábado 31 de agosto– junto con la asamblea Plaza de los Periodistas, del mismo barrio. Con el correr de los días pasaron por allí varias asambleas y cooperativas, incluso algún ex empleado de la vieja institución, para colaborar con lo que fuere. Y casi naturalmente nació el proyecto de la obra social.
Fernando Gómez, otro asambleísta, de anteojos de marco metálico y buzo gris, explica que además de los consultorios y laboratorios hay 20 cuartos para internación. “Este lugar está abandonado hace unos seis años. Encontramos la clínica puesta, no se olvidaron a alguien internado de casualidad”, dice. “De los viejos socios se sabe que tienen una causa por defraudación en trámite y que no intervienen activamente en la liquidación”, completa.
Preparativos
En la planta baja hay una sala donde sobrevivió una típica mesa de madera, grande y ovalada, para reuniones de directorio. Hay sillas y una vitrina llena de biblioratos amarillentos. Ahí se amontonan todos, caceroleros y trabajadores, para explicar a Página/12 cómo piensan poner su plan en marcha. “Con el excedente de las fábricas recuperadas se va a constituir el capital inicial. También se harán gestiones ante las autoridades de Salud y estamos hablando con gente en España y otros países europeos para ver si pueden ayudarnos a completar el equipamiento”, explica Gustavo Vera, de la asamblea de Parque Avellaneda.
Los beneficiarios serían los trabajadores de unas 60 fábricas autogestionadas, es decir alrededor de 8000 personas, quienes están excluidos de una cobertura de salud adecuada. Para la gente del barrio se piensa en un servicio de medicina preventiva. Otra opción que no descartan es la de que este centro de salud funcione, en algún momento, como anexo del Hospital Alvarez. La semana pasada un grupo de delegados tuvo una primera reunión con el director de esa institución, quien al parecer se mostró interesado y pidió una nueva reunión con todas las fuerzas sociales del barrio.
El abogado Luis Caro, que viene acompañando varios procesos de empresas recuperadas, explica que están analizando la posibilidad de pedir a la Justicia que disponga la guarda o que pacte un alquiler con los asambleístas y las cooperativas. Pero también presentarán un proyecto de expropiación. “El precedente que sentó la semana última la Legislatura es fundamental en ese sentido”, apunta el letrado. “Queremos aclarar, además, que no hay intención de burlar a ninguno de los acreedores, sobre todo a los ex trabajadores de la clínica a quienes en realidad queremos incorporar a la iniciativa”, señala.
En las dos semanas que lleva de gestación el proyecto, visitaron la clínica varios sanitaristas, médicos del Hospital Garrahan, un cirujano y un cardiólogo del Hospital Santojanni. “Algunos ya se ofrecieron a trabajar y nos ayudaron a empezar a evaluar y hacer un listado del instrumental existente. Eso está todo supervisado por un escribano e incluso filmado”, cuenta Fernando. “Nos han dicho que casi todo lo que hay acá es bueno, dicen que las camas son de muy buena calidad, que al parecer sirven los respiradores, los carritos de anestesiología y hasta la máquina de rayos podría funcionar”, agrega Omar.
Horizontes
Alrededor de la gran mesa de debate, convertida en una ronda de mate infinita, circulan bromas sobre el nombre de la obra social. “Que se vayan todos, así tendría que llamarse”, dicen desde la cabecera, mientras que desde la otra punta los cuestionan porque “la intención es que vengan todos”. En medio de las risas una chica de pelo lacio hasta el hombro se para y anuncia que la textil Brukman fabricará “la ropa de cama para la clínica”. Los aplausos estallan y ahí empiezan a pensar qué podrá aportar cada una de las empresas manejadas por sus trabajadores. En este encuentro hay también representantes de la metalúrgica IMPA, la panificadora Grisinópoli, Ghelco (productora de materia prima para postres helados), la imprenta Chilavert y la metalúrgica Unión y Fuerza. Además, hay asambleístas no sólo de Flores y Parque Avellaneda, sino también de Balvanera Sur, Palermo Viejo, Liniers, Pompeya, Plaza Irlanda y Villa Crespo.
Los carteles que indican el horario de visitas de 10 a 11.30 y de 17 a 19 quedan graciosos en el edificio de Gavilán 537, donde ahora transita gente todo el tiempo con la expectativa, según calculan, de que la obra social pueda empezar a funcionar más o menos en un mes. “Los consultorios externos podrían estar listos para ese entonces”, estima Eduardo Murúa, un hombre de melena blanca y camisa azul, del Movimiento Nacional de Empresas Recuperadas. Mientras tanto, en el lugar sigue funcionando una decena de talleres de las asambleas y hay encuentros de “economía solidaria”. Lo que pasa allí dentro es una muestra de cómo se entrelazan dos movimientos emergentes de una misma crisis, económica y de representación. Las asambleas barriales apoyan activamente las tomas, resistiendo incluso físicamente los intentos de desalojo. Los trabajadores despliegan el arte de la cooperación. “Ahora, en conjunto –agrega Murúa– vamos a demostrar que la salud manejada por los trabajadores no es tan cara como dicen.”