EL PAíS
Los piqueteros también tienen una red de clínicas y consultorios
Fue una de las primeras preocupaciones del movimiento, que construyó salas de salud, consultorios médicos y odontológicos y laboratorios clínicos. Hasta provee servicios de terapia y ayuda especial para chicos nacidos con bajo peso o desnutridos.
Por Laura Vales
A lo largo del conurbano bonaerense los piqueteros han abierto laboratorios de análisis clínicos, consultorios odontológicos, salas de atención primaria de la salud y formado redes de agentes sanitarios que se ocupan de la prevención. La mayor parte de estas experiencias es relativamente reciente, de los últimos dos o tres años, pero en algunos casos, como en La Matanza, la organización de los desocupados para enfrentar las carencias y problemas en salud fue un paso previo al de los cortes de ruta.
En el barrio María Elena, donde se inició el movimiento de desocupados de la Corriente Clasista y Combativa, los vecinos construyeron una sala que hoy tiene consultorios externos de clínica, odontología, pediatría y ginecología. El centro es del barrio, ya que lo hicieron y sostienen sus habitantes y no el Estado. Ahora están terminando un sector con habitaciones para internación.
Los piqueteros le dicen “la salita”, como cuando empezaron con las primeras curaciones, a finales de los ‘80. El lugar, sin embargo, está atendiendo un promedio de siete mil consultas mensuales: “Tres mil médicas, tres mil quinientas de enfermería, cien odontológicas, 200 tocoginecológicas, cien de salud mental”, detalló a Página/12 el doctor José Luis Zicari, uno de los médicos que atienden en María Elena.
Todas las prestaciones, incluso las odontológicas, son gratuitas. Cuando faltan recursos, se recaudan fondos mediante bingos, rifas, locreadas o actividades por el estilo siempre fuera de la sala, para preservar el criterio de gratuidad de la salud.
El lugar tiene un plantel de 50 personas entre médicos, asistentes sociales, arquitectos y agentes de salud. Una parte del staff médico cobra un sueldo de la municipalidad, la mayoría trabaja ad honórem, las agentes de salud son vecinas, casi todas piqueteras, capacitadas por la sala como contraprestación de los planes de empleo.
“Las agentes de salud hacen el trabajo central”, dice el médico Pedro Zamparolo, quien trabajó en el lugar en los años iniciales. “Son mujeres que en muchos casos no tenían ningún tipo de formación previa. Se ocupan de pesar y medir a los chicos, toman la presión, ponen inyecciones, realizan censos para detectar casos de anemia, desnutrición o parasitosis. Controlan a las embarazadas, acompañan a los enfermos en su recuperación, difunden medidas de prevención.”
El trabajo en salud del María Elena lleva más de diez años, ya que se inició a finales de los ‘80. Una de sus características es que quien va definiendo el rumbo a seguir es la comunidad.
“Hace dos años, tuvimos un problema barrial muy importante con adolescentes adictos y arrebatadores”, continuó Zamparolo. “La junta vecinal se reunió con el equipo de salud y se tomó la decisión de integrar a los jóvenes. El problema era grave porque se había armado un grupo que les pegaba a los viejos, les cobraba peaje a los chicos, era un grupo muy marginal y que daba muchos problemas. Entonces se hizo un proyecto para integrarlos y destinarles una parte de los planes de empleo bonaerenses que se habían conseguido en los cortes de ruta. Como primer paso, se hizo una reunión pública con los jóvenes que aceptaron combatir su adicción e integrarse. Ellos hicieron una autocrítica pública, dijeron que estaban dispuestos a enfrentar su enfermedad siempre y cuando el movimiento de desocupados los apoyara en su tratamiento. Se formó un grupo de autoayuda con 14 o 15 chicos. Seis de ellos se recuperaron y ahora están trabajando fuerte, algunos incluso como dirigentes.”
En los últimos meses, los médicos y agentes de salud decidieron ampliar su área de cobertura: cuando las mujeres que recorren el barrio realizando tareas de prevención detectan casos de desnutrición infantil, la sala se hace cargo de la recuperación del paciente. Hoy están repartiendodiariamente cien raciones de comida para la recuperación de chicos con bajo peso.
A pocos kilómetros de allí está la sala del barrio El Tambo, un edificio de dos plantas y cuatrocientos metros cuadrados, con servicios de odontología, pediatría, ginecología y clínica médica. El sitio es propiedad de la cooperativa USO, organización de base de los piqueteros de la Federación de Tierra y Vivienda (CTA). El sistema es mixto: la municipalidad paga los sueldos de los médicos y los piqueteros aportan a los agentes de salud y el personal administrativo.
La atención es totalmente gratuita, también se decidió no recurrir a los bonos contribución a pesar de las dificultades. Ayer se cortó el gas y si la cooperativa no paga la cuenta, la sala hoy no tendrá estufas. La última cuenta de electricidad fue de 370 pesos. El centro gestiona donaciones de medicamentos a través del sindicato de visitadores médicos y está cubriendo más de dos mil consultas por mes.
En Florencio Varela, los piqueteros del Movimiento Teresa Rodríguez abrieron un laboratorio de análisis clínicos. El laboratorio funciona desde el 1º de mayo, con precios mínimos: “La atención no es gratuita, pero un hematocrito cuesta 50 centavos y una glucemia cuesta un peso”, graficó Graciela Pereda, bióloga molecular, quien trabaja en la iniciativa junto a su esposo, el químico Juan Garberi.
El proyecto se armó sumando recursos: los desocupados refaccionaron una casa prestada, el matrimonio llevó algunos de los aparatos, “conseguimos que nos donaran reactivos y otros los compramos”, explicó Pereda. Un grupo de diez desocupadas se está capacitando para ser las técnicas del laboratorio. Simultáneamente se están formando otros equipos de agentes de salud.
“La idea principal es que acá el tema de la salud está socializado; no hay alguien que capitalice el conocimiento y les diga a los demás lo que tienen que hacer”, dice la bióloga. “Tratamos de enfrentar los problemas colectivamente, con el criterio de que la solución no pasa solamente por los hospitales sino que es mucho más abarcativa. La mayor enfermedad que tenemos es el hambre, acá es rarísimo ver un análisis de sangre con resultados normales. A casi todos les da el hematocrito mal, por la anemia. Muchas otras enfermedades están relacionadas a las malas condiciones ambientales, como las parasitosis.”
Para los piqueteros del Teresa Rodríguez la salud es un hilo conductor que engarza otros proyectos, como el de tener agua potable en el barrio, mejorar las condiciones ambientales, o cocinar un menú balanceado en el comedor popular.
Desde que se inauguró, el laboratorio lleva hechos unos 100 análisis y realizó un relevamiento de la parasitosis de la zona, con una recorrida casa por casa. “Para empezar a funcionar conseguimos donaciones de drogas, después tratamos de autofinanciarnos. El trabajo humano es gratuito, y por suerte no tenemos que pagar alquiler.”
Los piqueteros mantienen también una farmacia, con medicamentos que compran al hospital de Balcarce y proyectan levantar una sala de atención médica. Como en cualquier otra parte del conurbano, saben que su única obra social efectiva es la organización que consigan darse.Por Laura Vales
@A lo largo del conurbano bonaerense los piqueteros han abierto laboratorios de análisis clínicos, consultorios odontológicos, salas de atención primaria de la salud y formado redes de agentes sanitarios que se ocupan de la prevención. La mayor parte de estas experiencias es relativamente reciente, de los últimos dos o tres años, pero en algunos casos, como en La Matanza, la organización de los desocupados para enfrentar las carencias y problemas en salud fue un paso previo al de los cortes de ruta.
En el barrio María Elena, donde se inició el movimiento de desocupados de la Corriente Clasista y Combativa, los vecinos construyeron una sala que hoy tiene consultorios externos de clínica, odontología, pediatría y ginecología. El centro es del barrio, ya que lo hicieron y sostienen sus habitantes y no el Estado. Ahora están terminando un sector con habitaciones para internación.
Los piqueteros le dicen “la salita”, como cuando empezaron con las primeras curaciones, a finales de los ‘80. El lugar, sin embargo, está atendiendo un promedio de siete mil consultas mensuales: “Tres mil médicas, tres mil quinientas de enfermería, cien odontológicas, 200 tocoginecológicas, cien de salud mental”, detalló a Página/12 el doctor José Luis Zicari, uno de los médicos que atienden en María Elena.
Todas las prestaciones, incluso las odontológicas, son gratuitas. Cuando faltan recursos, se recaudan fondos mediante bingos, rifas, locreadas o actividades por el estilo siempre fuera de la sala, para preservar el criterio de gratuidad de la salud.
El lugar tiene un plantel de 50 personas entre médicos, asistentes sociales, arquitectos y agentes de salud. Una parte del staff médico cobra un sueldo de la municipalidad, la mayoría trabaja ad honórem, las agentes de salud son vecinas, casi todas piqueteras, capacitadas por la sala como contraprestación de los planes de empleo.
“Las agentes de salud hacen el trabajo central”, dice el médico Pedro Zamparolo, quien trabajó en el lugar en los años iniciales. “Son mujeres que en muchos casos no tenían ningún tipo de formación previa. Se ocupan de pesar y medir a los chicos, toman la presión, ponen inyecciones, realizan censos para detectar casos de anemia, desnutrición o parasitosis. Controlan a las embarazadas, acompañan a los enfermos en su recuperación, difunden medidas de prevención.”
El trabajo en salud del María Elena lleva más de diez años, ya que se inició a finales de los ‘80. Una de sus características es que quien va definiendo el rumbo a seguir es la comunidad.
“Hace dos años, tuvimos un problema barrial muy importante con adolescentes adictos y arrebatadores”, continuó Zamparolo. “La junta vecinal se reunió con el equipo de salud y se tomó la decisión de integrar a los jóvenes. El problema era grave porque se había armado un grupo que les pegaba a los viejos, les cobraba peaje a los chicos, era un grupo muy marginal y que daba muchos problemas. Entonces se hizo un proyecto para integrarlos y destinarles una parte de los planes de empleo bonaerenses que se habían conseguido en los cortes de ruta. Como primer paso, se hizo una reunión pública con los jóvenes que aceptaron combatir su adicción e integrarse. Ellos hicieron una autocrítica pública, dijeron que estaban dispuestos a enfrentar su enfermedad siempre y cuando el movimiento de desocupados los apoyara en su tratamiento. Se formó un grupo de autoayuda con 14 o 15 chicos. Seis de ellos se recuperaron y ahora están trabajando fuerte, algunos incluso como dirigentes.”
En los últimos meses, los médicos y agentes de salud decidieron ampliar su área de cobertura: cuando las mujeres que recorren el barrio realizando tareas de prevención detectan casos de desnutrición infantil, la sala se hace cargo de la recuperación del paciente. Hoy están repartiendodiariamente cien raciones de comida para la recuperación de chicos con bajo peso.
A pocos kilómetros de allí está la sala del barrio El Tambo, un edificio de dos plantas y cuatrocientos metros cuadrados, con servicios de odontología, pediatría, ginecología y clínica médica. El sitio es propiedad de la cooperativa USO, organización de base de los piqueteros de la Federación de Tierra y Vivienda (CTA). El sistema es mixto: la municipalidad paga los sueldos de los médicos y los piqueteros aportan a los agentes de salud y el personal administrativo.
La atención es totalmente gratuita, también se decidió no recurrir a los bonos contribución a pesar de las dificultades. Ayer se cortó el gas y si la cooperativa no paga la cuenta, la sala hoy no tendrá estufas. La última cuenta de electricidad fue de 370 pesos. El centro gestiona donaciones de medicamentos a través del sindicato de visitadores médicos y está cubriendo más de dos mil consultas por mes.
En Florencio Varela, los piqueteros del Movimiento Teresa Rodríguez abrieron un laboratorio de análisis clínicos. El laboratorio funciona desde el 1º de mayo, con precios mínimos: “La atención no es gratuita, pero un hematocrito cuesta 50 centavos y una glucemia cuesta un peso”, graficó Graciela Pereda, bióloga molecular, quien trabaja en la iniciativa junto a su esposo, el químico Juan Garberi.
El proyecto se armó sumando recursos: los desocupados refaccionaron una casa prestada, el matrimonio llevó algunos de los aparatos, “conseguimos que nos donaran reactivos y otros los compramos”, explicó Pereda. Un grupo de diez desocupadas se está capacitando para ser las técnicas del laboratorio. Simultáneamente se están formando otros equipos de agentes de salud.
“La idea principal es que acá el tema de la salud está socializado; no hay alguien que capitalice el conocimiento y les diga a los demás lo que tienen que hacer”, dice la bióloga. “Tratamos de enfrentar los problemas colectivamente, con el criterio de que la solución no pasa solamente por los hospitales sino que es mucho más abarcativa. La mayor enfermedad que tenemos es el hambre, acá es rarísimo ver un análisis de sangre con resultados normales. A casi todos les da el hematocrito mal, por la anemia. Muchas otras enfermedades están relacionadas a las malas condiciones ambientales, como las parasitosis.”
Para los piqueteros del Teresa Rodríguez la salud es un hilo conductor que engarza otros proyectos, como el de tener agua potable en el barrio, mejorar las condiciones ambientales, o cocinar un menú balanceado en el comedor popular.
Desde que se inauguró, el laboratorio lleva hechos unos 100 análisis y realizó un relevamiento de la parasitosis de la zona, con una recorrida casa por casa. “Para empezar a funcionar conseguimos donaciones de drogas, después tratamos de autofinanciarnos. El trabajo humano es gratuito, y por suerte no tenemos que pagar alquiler.”
Los piqueteros mantienen también una farmacia, con medicamentos que compran al hospital de Balcarce y proyectan levantar una sala de atención médica. Como en cualquier otra parte del conurbano, saben que su única obra social efectiva es la organización que consigan darse.