Jueves, 11 de junio de 2009 | Hoy
EL PAíS › OPINIóN
Por Mario Wainfeld
Eramos pocos y apareció una encuesta a contrapelo del sentido común de los consultores. El domingo pasado, el diario La Nación editó como principal título de tapa un trabajo de Poliarquía que le atribuye una leve ventaja a Francisco de Narváez sobre Néstor Kirchner en Buenos Aires, dejando muy atrás a la tercera, Margarita Stolbizer. La noticia agregó suspicacias y denuncias a una campaña bien nutrida en ese aspecto. Los más enfadados fueron los dirigentes del Acuerdo Cívico y Social, que denunciaron una maniobra para manipular a los ciudadanos antikirchneristas, induciéndolos a volcar su “voto útil” al opositor más taquillero, esto es al multimillonario líder de Unión PRO. A su vez, “el Colorado” y sus subalternos comenzaron a explicar todos los hechos previos y ulteriores a partir de esa victoria virtual, que (lógicamente) dieron por buena. La palabra “operación” está a la orden del día, todos acusan a los otros de realizarlas y alegan inocencia e ingenuidad.
La encuesta, en verdad, determina empate técnico con ventaja para De Narváez. Y se caracteriza por tener un altísimo porcentual de indecisos y presuponer un enorme número de cortes de boleta.
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Desde la reinstalación de la democracia, las encuestas han ganado terreno en la opinión pública, en el menú de los medios y en el presupuesto de los partidos. Antes del ’83 abundaban los políticos que les desconfiaban, con razones eventualmente válidas. Todo era diferente cuando primaba la falta de continuidad democrática. La repetida secuencia de dictaduras sobredeterminaba silencios y tácticas de ocultación de los ciudadanos. Con el discurrir de las libertades públicas y la sofisticación de los instrumentos de medición, las viejas objeciones fueron perdiendo peso. El sociólogo Gabriel Vommaro analiza a fondo el avance de los sondeos (y de los consultores, transformados en estrellas bien cotizadas) en el reciente libro Lo que quiere la gente.
Con los años, los augurios más o menos precisos primaron sobre los desaciertos burdos. Pero éstos tienen su historia menuda, en la que juegan a veces el error y a veces la malicia. Repasemos, a vuelo de pájaro, algunos hitos notables. Puede que algunos hayan logrado la extraña proeza del verso de Borges, ser inolvidables y ya olvidados.
- En 1993 Javier Otaegui munía de encuestas a Mariano Grondona en su programa Hora Clave. Se venía una elección parlamentaria, en Buenos Aires el peronista Alberto Pierri era gran favorito para el mainstream de los consultores. Otaegui porfiaba que el radical Federico Storani le haría morder el polvo. Grondona lo enfrentó con varios colegas días antes del comicio, éstos le regañaron su falta de rigor, cuestionándole entre otras taras metodológicas valerse sólo de encuestas telefónicas, que subestimaban al target peronista. Otaegui se defendió a capa y espada, pero las urnas lo dejaron mal parado: Pierri superó a Storani por goleada. Otaegui hizo mutis del programa y de esa rama de actividad para siempre.
- En 1997, otra vez en una parlamentaria en Buenos Aires, la aliancista Graciela Fernández Meijide desafiaba a la oficialista Hilda González de Duhalde. Lo que sonaba imposible, empezó a mostrarse factible: la ascendente estrella electoral opositora primaba sobre Chiche. Varias encuestas lo anticiparon, Página/12 lo anunció en su tapa ya en agosto, con dos meses y medio de antelación a las elecciones. El 19 de octubre, una semana antes, el pronóstico era compartido por variadas consultoras. La nota de tapa de Página/12 mencionó a Analogías, Catterberg y Asociados, OPSM (Zuleta Puceiro), Marita Carballo.
Pero el encuestador favorito del peronismo por entonces, Julio Aurelio, se obstinaba en negar la tendencia. Daba por hecho el triunfo de González de Duhalde. El lunes previo a la votación afirmó en Tiempo Nuevo (el programa de tevé que conducía Bernardo Neustadt) que la diferencia indescontable era de cinco puntos. Convicción que, a esa altura, defendía en soledad. El sábado previo a la elección, el columnista José Claudio Escribano publicó en La Nación una nota titulada “Final dramático en la provincia de Buenos Aires”. En ella refería que Aurelio se había topado con “un extraordinario cambio de tendencia” que lo tenía “perplejo”. En cuestión de horas, la tortilla se había dado vuelta. La nota, cuya fuente evidente era el azorado consultor, le concedía pleno crédito: algo asombroso había pasado camino del foro. En verdad, lo que pasaba es que Aurelio encontró un rebusque para cubrir su prestigio, retractarse con sutileza y reconocer de un modo garboso lo que ya era conspicuo. Efectivamente, Fernández Meijide se alzó con la victoria con una diferencia de más de ocho puntos porcentuales. Y el profeta que se iluminó tarde salvó la ropa, por esas cosas de la comunicación masiva.
- Viajemos con la memoria hasta 2005, adivinen en qué provincia y en qué tipo de elección. Cristina Fernández de Kirchner, una vez instalada, barría con (ya conspicua en esta reseña) Chiche Duhalde. Los especialistas sólo diferían en la magnitud de la diferencia, que era enorme. Entonces, el duhaldismo concertó con Felipe Noguera una medición basada en la simulación de voto. Se iba con urnas, sobres y boletas al domicilio de los entrevistados, se los hacía remedar la rutina del voto, cuarto oscuro incluido. La apertura de los sobres, difundieron los duhaldistas, arrojaba una diferencia mucho menor al 10 por ciento a favor de la actual Presidenta, mientras los augurios rondaban el 20 por ciento. La explicación sería el “voto oculto” o vergonzante que el mecanismo ayudaba a superar. Noguera fue cuestionado por lo bajo por sus colegas, tal como se comentó en su momento en este diario. Reprochaban su metodología por imperfecta, incompleta, sí que efectista. Julio Aurelio fue la excepción. Sin jugarse sobre la pertinencia de los números, arriesgó que algunas metodologías de medición estaban obsoletas. Y agregó un dato crucial, para él: las encuestas en danza profetizaban muy pocos votos para los partidos tradicionales, el PJ (encabezado por González de Duhalde) y la UCR. Y aventuró que cuando hay contradicción entre los guarismos y el análisis político, los hechos suelen dar la razón al pensamiento por sobre las mediciones.
Cuando hablaron las urnas de verdad, empero, la simulación se mostró ineficaz y su análisis, incorrecto.
- En 2006, en la elección para la Constituyente de Misiones, primaban los consultores que consideraban favorito al oficialista local, Carlos Rovira, aliado del kirchnerismo. Una empresa poco conocida, Opinión Autenticada, vaticinó que Rovira mordería el polvo a manos del obispo Joaquín Piña. Así fue. Opinión Autenticada tuvo su rato de fama, que se le chispoteó poco tiempo después cuando, otra vez desafiando a la mayoría de sus colegas, predijo que Jorge Telerman llegaría cómodo al ballottage por la Jefatura de Gobierno porteña, relegando a Daniel Filmus. El afrancesado postulante quedó tercero y la estrella de Opinión Autenticada dejó de fulgurar.
La lista es mucho más extensa. A veces, el error fue compartido por varios o por todos. Así pasó con la subvaloración del llamado “voto bronca” en 2001. O con la del potencial de Luis Juez en su contienda con Juan Schiaretti por la gobernación cordobesa en 2007. Ahí, el sentido común de los especialistas atribuía ventaja cómoda al actual gobernador. Salieron cabeza a cabeza. En términos metafóricos, empataron, aunque Schiaretti prevaleció en una definición plagada de nocturnidad y artes dudosas.
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Claro que es mayor la proporción de aciertos del conjunto de encuestadores de primer nivel. Los logros se evocan menos que los tropiezos. Entre otros buenos momentos de los especialistas, el cronista recuerda los últimos sondeos antes de la presidencia de 2003, muy extraña pues competían en relativa paridad cinco candidatos. También da fe de que, apenas pasado el mediodía de la primera vuelta electoral, las boca de urna que tenían los comandos menemistas y duhaldistas (que apoyaban a Néstor Kirchner) anticipaban el guarismo final, con alta precisión.
Así las cosas, nadie puede defenestrar encuestas en debate, cuando provienen de especialistas. Eso sí, cuando se despeje la incógnita, alguien quedará muy expuesto. Quienes trabajan en ese mercado arriesgan bastante en esos casos. Los medios, los políticos y las personas politizadas ponen la lupa sobre sus desempeños. “Cómo les fue a los encuestadores” es una nota clásica en los días después y una comidilla en las tertulias de café. Lo que se pone en juego no es “apenas” la reputación, sino la perspectiva laboral futura. Ya se dijo: en sus ligas mayores, esta actividad factura bien, pero conservarse en ellas tiene sus bemoles. Aunque, como se sintetizó más arriba, en el pasado reciente algunos metieron la pata y se fueron a la banquina mientras hubo otros que sobrevivieron a sus fiascos y siguen en pista.
Entre tanto, a cuenta, valga subrayar que es poco serio dividir ese campo de profesionales entre presuntos “independientes” y quienes no lo son. Las encuestas de opinión son carísimas y las consultoras no son entes filantrópicos. Son sociedades con fines de lucro, mayormente laburan si alguien les paga. El comitente tiene una serie de derechos, entre ellos el de autorizar la divulgación. En el caso de Poliarquía, se las pagó el propio medio que la propaló, lo que no es exactamente independencia. Máxime si se toma en cuenta que la empresa también hace informes mensuales para De Narváez. ¿Qué prueba esto? Nada, sólo que en estas lides no hay filántropos ni actores ajenos al juego político y a la virtual utilización de sus informes. En cuanto a lo demás, habrá que esperar hasta el 28 de junio, que también arrojará ganadores y perdedores en esa competencia.
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