Viernes, 26 de junio de 2009 | Hoy
EL PAíS › OPINION
Por Fernando D´addario
En los años ’80, Bernardo Neustadt –un genio maligno que acaso sea extrañado hoy por la derecha mediática– le puso nombre propio al “sentido común”: Doña Rosa. Al amparo de los miedos y los sueños módicos de esta ama de casa (poco instruida, pero esclarecida por los rigores de la vida cotidiana), el “sentido común” fue hilvanando relatos que el establishment necesitaba para legitimar sus políticas. Doña Rosa se convirtió, así, en el paradigma naïf que prefiguró al menemismo del “voto cuota”. Su gran mérito: traducir en consignas simplonas una sofisticada ingeniería social destinada, precisamente, a hacer pelota a todas las Doñas Rosa del país.
Los candidatos de la derecha en el siglo XXI no invocan puntualmente a Doña Rosa; sin embargo, apelan en todo momento al imaginario de aquella heroína de ruleros y crochet. La despersonalizaron, a la pobre. Ahora utilizan los eufemismos “la gente” o “la sociedad” (nunca “el pueblo”, que alude a mistificaciones populistas ya superadas incluso en tiempos de Doña Rosa) para sacarle las palabras de la boca. Pero a veces parece que, detrás de esa impersonalidad posmoderna, se esconde la Mismísima, recauchutada para dictarles los discursos a unos cuantos. Se la reconoce cuando algún candidato, exasperado de altruismo, apunta que “las bancas le pertenecen a la gente, no a los partidos políticos”; se filtra allí donde se arenga que “estamos cansados de tanto autoritarismo”, diez minutos después de haber pedido la baja de la edad de imputabilidad de los menores “que entran por una puerta y salen por la otra” y diez minutos antes de decir que “hay que respetar a la Justicia” que condena, pero deja libre al padre Grassi.
Ahora bien, a los consejos que esa señora “despolitizada” acercó a la campaña, ¿no podrán oponerse otros, también simplones y sujetos a una percepción diferente –incluso reductible al absurdo– del “sentido común”? Veamos:
n La buena política no es ni de izquierda ni de derecha. Es la que beneficia a la gente (una interesante definición que abre un interrogante metafísico: nadie sabe por qué aquello que supuestamente no es ni de izquierda ni de derecha siempre es de derecha).
n Debemos eliminar las confrontaciones y buscar los consensos que el país necesita (entonces propone Don Pepe, un vecino de Villa Luro que odia a Doña Rosa: “Si lo único que hace falta es consenso, pongámonos todos de acuerdo en que hay que hacer la reforma agraria y se acabó el problema”).
n Los jubilados tienen que recuperar los ahorros que el Gobierno les robó con la estatización de los fondos de las AFJP (y una vez que los recuperen, como no pueden guardarlos debajo del colchón –porque seguro entra un chorro a la casa y se los afana– se los dan de nuevo a las AFJP y éstas los reproducen a través de una cartera de inversiones que incluyen colocaciones en el Merrill Lynch Bank y acciones en la General Motors, todo con el asesoramiento gratuito de Bernie Madoff).
n Este es el momento de las coincidencias morales, no ideológicas. Un gobierno tiene que armar un equipo con dirigentes honestos, de todos los sectores, que discutan democráticamente dentro de las instituciones. (Imaginemos esta situación. Reunión de gabinete de gobierno “multisectorial”. Todos sus integrantes son moralmente intachables –sí, seamos utópicos–. El/la presidente les plantea a sus ministros diversos dilemas de política económica básica: volver o no volver al FMI; reprivatizar o no reprivatizar Aerolíneas; subir o bajar las retenciones a la soja. Arde Troya. Y mientras la Sociedad Rural y las calificadoras de riesgo claman por decretos de necesidad y urgencia que pongan las cosas en su lugar, Don Pepe le golpea la puerta a Doña Rosa y le grita: “Y ahora, ¿dónde se meten la moral intachable? ¡Es la ideología, boluda!”)
n Hay que terminar con las cajas políticas y con el clientelismo (objetivo que, llevado a sus últimas consecuencias, conducirá a la definitiva eliminación del Estado. A los 80 años, Doña Rosa se volvió anarquista).
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