Martes, 9 de noviembre de 2010 | Hoy
EL PAíS › EL ADIóS A KIRCHNER
Por Rubén Dri *
El 27 de octubre me encontraba en México, cuando mi sobrina Vanesa me anuncia la terrible noticia que acaba de recibir, vía telefónica: “Murió Kirchner”. No, no puede ser. Sentimiento terrible y profundo de bronca, de injusticia. Dolor por la pérdida irreparable, por estar lejos y no junto al pueblo, con el pueblo, que sin duda habrá de mostrar todo su agradecimiento y el juramento de estar junto a Cristina para continuar y profundizar el proyecto de transformación en marcha.
Acudo a Internet y allí no sólo constato lo presentido, sino que la realidad lo supera por default. La Argentina profunda, el pueblo-pueblo, la multitud, no la que piensa Negri, sino la que se construye como “pueblo” se hizo presente, desbordó los espacios para agradecer a Néstor que había sacado al país del infierno, que había reconstruido el Estado, que había revalorizado la política, en una palabra, que había retomado la senda del proyecto nacional, popular, latinoamericano que, después de la gesta del primer peronismo, había naufragado bajo las balas de la Marina y el Ejército.
Del 2001 al 2010 se producen tres puebladas mediante las cuales el pueblo trazó el camino de recuperación de la patria. La primera se produjo el 19-20 de diciembre de 2001 bajo el lema “¡Que se vayan todos!”. Era el hartazgo del pueblo frente a las políticas neoliberales de los ’90. Pueblada condenatoria del neoliberalismo depredador que había dejado al país en la más terrible desolación. Fue una pueblada sin propuesta, se dijo en mil tonos diferentes, es decir, fue algo negativo. ¿Sin propuesta? Hubo alguien que interpretó el acontecimiento de manera diferente y ése fue Kirchner, el pingüino que vino del Sur, entró por la ventana, el único hueco que encontró para “colarse”. No sé qué lecturas de Hegel tenía Néstor en su haber, pero sin duda que Cristina le habría comentado algo al respecto. Pero con lecturas hegelianas o sin ellas, supo ver que dicha pueblada era la primera negación a la que le seguiría la segunda, la cual él se sentía llamado a producir.
La negación de la negación que el pueblo reclamaba mientras inundaba las calles en jornadas intensas significaba terminar con la impunidad, renovar la Corte de la “vergüenza”, limpiar el Ejército, impulsar la política de los derechos humanos, recuperar el trabajo, impulsar el mercado interno, en una palabra, retomar el proyecto nacional, popular y latinoamericano por el que habían luchado los fundadores de nuestra nacionalidad y que el primer peronismo había recuperado en la década del ’40. Ello no podía hacerse sin confrontación, porque un proyecto popular necesariamente choca con los intereses de los grandes centros de poder, que recurrirán a todos los medios para hacerlo naufragar. Una vez que el proyecto nacional mostró cierta consistencia, comenzaron los enfrentamientos más serios, porque el proyecto nacional sólo podía avanzar cercenando intereses de los poderosos.
Vino así el enfrentamiento con las corporaciones agrarias, autodenominadas “campo”. Ese momento fue crucial en la definición del proyecto que divide netamente a la sociedad en dos campos, el nacional y popular y el antinacional y antipopular, el autocentrado en el mercado interno, que mira a América latina como horizonte, y el heterocentrado en el mercado externo que mira al Imperio como horizonte y añora las “relaciones carnales”. La 125, traición de Cobos y restricción mental de “almas bellas” que fingieron votar por un proyecto inexistente mediante, no pasó, pero marcó a fuego la existencia de dos campos antagónicos sobre los cuales había que decidirse. No eran Néstor ni Cristina quienes dividían esos campos. Eran los proyectos de país que ahora se hacían explícitos y ya no valía la “buena voluntad” para dispensarse de participar.
¿Derrota del pueblo? ¿Derrota del Gobierno? Sí, en parte, pero el gobierno de Cristina, en lugar de ceder y entregar las banderas, profundiza el proyecto con las mejores medidas, la supresión de las AFJP, la estatización de Aerolíneas, la Asignación Universal por Hijo y jubilación para 2.500.000 personas. ¿Estaba el pueblo conforme? Según lo que transmitían la televisión, Clarín y La Nación, había un descontento generalizado y una inseguridad que hacía que volver a casa fuera poco menos que un milagro. Llegaron entonces los festejos del Bicentenario y allí se produjo la segunda pueblada. Millones de argentinos llenaron el centro de Buenos Aires, dando el mensaje explícito de que estaban conformes con la marcha del proyecto.
Y llega el momento inesperado, la muerte del líder, autor principal del proyecto nacional, popular y latinoamericano. Era el momento en que el pueblo debía hacerse presente en el espacio público para agradecer, pero sobre todo para mostrar que estaba dispuesto a sostener con su presencia y movilización el proyecto transformador que hasta ese momento era compartido por el liderazgo de Néstor y Cristina y que ahora queda en manos de la Presidenta. En ese momento angustioso, con olor a tragedia, el pueblo no falló, como nunca lo hizo en esos momentos en que las circunstancias exigieron su presencia y participación. Masivamente dijo que el movimiento popular había salido definitivamente de las sombras en que la dictadura militar y las depredatorias políticas neoliberales lo habían sumergido, para ser nuevamente protagonista bajo el liderazgo de una mujer que ha dado muestras de la entereza, el valor y la preparación intelectual más que suficiente para ejercerlo.
La participación masiva de los jóvenes nos dice que hemos recuperado la tradición movimientista que ha sido protagonista de los mejores logros tanto de la política interna como de la externa. Los desafíos son grandes y nada está asegurado de antemano, pero las perspectivas son esperanzadoras en la medida en que el pueblo se pone como protagonista.
* Filósofo, profesor consulto de la Facultad de Ciencias Sociales (UBA).
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