Martes, 1 de mayo de 2012 | Hoy
EL PAíS › OPINIóN
Por Eduardo Aliverti
Venimos de la semana en que se reveló como cierto lo falso de todas las predicciones apocalípticas, por parte de la militancia periodística ultraopositora. Sin embargo, hace falta insistir con el tema (porque no son varios: es uno solo). La expropiación de Repsol es un punto de inflexión. El choque con los medios se repotenciará y es por ahí donde pasa –otra vez o como siempre, desde hace alrededor de cuatro años– el centro de la cuestión, al menos en lo que hace al modo de construir sentido político.
La inminencia de todas las plagas del mundo precipitándose sobre estas pampas se convirtió, de la noche a la mañana, en un hecho literalmente desaparecido. Desde mediados de semana, las portadas de Clarín y La Nación ya no destinaron ni apenas un recuadro a lo que uno de sus columnistas calificó, el domingo anterior, como la crisis internacional más grave sufrida por Argentina desde la guerra con la OTAN y el “campante” default. Las tremendas amenazas europeas mudaron a un análisis de la Organización Mundial de Comercio por las trabas a las importaciones, lo cual no guarda relación alguna con lo decidido sobre YPF. Y el resto de los colegas con mayor renombre que vaticinaron calamidades bíblicas hablan abruptamente de que el mundo ladró, pero no mordió. Las plagas se transformaron en el apartamiento del juez Rafecas de la causa que afectaría a Boudou; una táctica virtualmente infantil, para reinstalar un asunto conflictivo siendo que la fiera planetaria era un caniche toy. También adquirieron la forma de un Moyano ya no tan amenazante, en un acto muy pobre –de acuerdo con las expectativas generadas cuando era presentado como un comedor de chicos crudos– y que desnudó su soledad. O la de la compra de Radio 10, C5N y otras emisoras de Hadad por un empresario kirchnerista: una movida en verdad indefendible según el espíritu de la ley de medios, al margen de lo que también diga su letra. En ésas y otras cuitas se tornaron los desastres que habrían de lanzarse sobre el país por haber expropiado Repsol. ¿Cuándo mintieron? ¿Unos días antes o estos días después? Respuesta obvia. Tan obvia como la recurrencia de citar la afectación de “las instituciones”. Sería propicio reparar, más detenida o frecuentemente que lo habitual, en a qué se refiere la derecha cuando menta eso. ¿Las “instituciones” son definibles en seco? ¿O se trata de que la afectación se rige por la vara de quiénes son los afectados? ¿Pusieron el grito en el cielo cuando privatizaron Gas del Estado gracias a un diputrucho? ¿Lo hicieron ante cada fallo de la Corte Suprema de menemistas que convalidaba la subasta nacional? Hoy se dan el lujo (?) de hablar de “confiscación” de YPF, cuando votó y votará a favor una suma parlamentaria abrumadora en la que se incluye prácticamente toda la oposición. ¿Cuáles instituciones afectadas son ésas en las que se pone de acuerdo más del 80 por ciento del voto popular? ¿Qué dicen estos tipos?
Según los apuntes y opiniones antedichos, da la impresión de que bastaría con apreciar quiénes están de un lado, y quiénes del otro, para determinar dónde hay que pararse. Uno mismo recurrió, más de una vez, a esa ecuación, que es válida en ciertas circunstancias. En otras, deducciones de ese tipo son muy simplotas. O incompletas. Tener conciencia de quiénes protagonizan el centro de la reacción antipopular no significa, necesariamente, que habrá de acertarse en el mejor rumbo para las necesidades de las mayorías. Esa conciencia puede ser pasajera, además. Las reacciones de las masas son volubles. Dependen, en mucho, de que se sea muy claro en la comunicación de cuáles costos se requieren para alcanzar un futuro eventualmente mejor. Y de que quienes lo comunican sean confiables, gracias a sus antecedentes de acción concreta. Señalar que la historia nunca va en línea recta, como lo hizo el viernes la Presidenta en uno de los pasajes más significativos de su discurso, es un argumento de enorme peso político y filosófico. Empero, es débil para la lucha cotidiana en el barro. Al oficialismo no le conviene defenderse tan a rajatabla de las metidas de pata personales obrantes hace tiempo. Deberían aceptarse con mayor comodidad algunas críticas, porque se dejaría sin argumentos a los contendores baratos. No reditúa protegerse de todo lo que se le endilga al matrimonio por actitudes de hace veinte años, porque el kirchnerismo no es lo mismo que cada cosa que hicieron los Kirchner en su momento, individualmente considerados. El “ismo” representa a una corriente novedosa del hacer política, en beneficio de los postergados, que desde 2003 no tuvo mayores quiebres en ninguno de los trazos gruesos de su camino. Es una “anomalía”, por usar la definición de Ricardo Forster, que alude a una experiencia de tono desconocido desde el recupero democrático. El apellido, en cambio, es políticamente sometible a contradicciones que tienen y tuvieron, y bien que peores, los que ahora se plantan como si partieran de un honestismo virginal. La chicana con que arrecia la derecha mediática, a falta de opositores de gran volumen, se asienta en facturar el pasado. En efecto, a los K les juega discursivamente en contra haber apoyado la privatización de YPF en los ’90. Pero a favor, que es meritorio corregir los errores y mucho más si ya se lleva largo rato de actitud coherente. Asimismo, no deja de causar gracia, antes que asombro, enrostrar los elogios del oficialismo a la multinacional en el período previo a la resolución tomada. ¿A quién se le ocurre que una medida de esta naturaleza debe ser anticipada? ¿Qué pretendían? ¿Que les mandaran un telegrama de preaviso? Haber expropiado a Repsol está en línea con una secuencia que, a grandes rasgos, confluye en la Asignación Universal por Hijo, la estatización de las AFJP, la ley de medios audiovisuales, la conformación de una Corte Suprema de la que poder sentirse orgullosos, la reinstalación del juzgamiento a los genocidas. Por esto último pasa la proporción decisiva de cualquier análisis. Por la observación de que lo complejo de un proceso político consiste en establecer su promedio de coherencia, al servicio de cuáles intereses. Lo que sí certifica, o debería asegurar el tener en cuenta quiénes dicen qué, es cómo eso enseña la ruta para equivocarse seguro. Pasado en limpio, es un asco que venga a dar lecciones morales, y de ubicuidad institucional, esa gente que apoyó el remate del país, concluido en la catástrofe del 2001. Machacan, incluso, con asimilar la reconquista de YPF a la demagogia del galtierismo malvinero y, más aún, con la euforia parlamentaria que aplaudió el default. Lo primero es sencillamente repugnante, porque compara a una dictadura bestial, de la que fueron cómplices, con un gobierno democrático que procede a derecho. La demagogia puede ser propiedad indistinta de tiranos o de gestiones avaladas por el voto popular, es cierto; pero asemejar a unos y otros es de mal nacidos. Y lo segundo es técnicamente un ejemplo lamentable, porque al fin y al cabo resultó que el default y la devaluación salvaron a la Argentina de lo que hoy no se sabe si se salvará buena parte de Europa.
De todas formas, los más asquerosos no son ésos. Esos trabajan ideológicamente como toda su vida, y quien no lo entienda vive tan en un frasco como los suscriptores de la existencia del periodismo independiente. Los más asquerosos son los que se vendieron. Los de la izquierda inconstante de que se vale la derecha permanente. Sirve como ejemplo de que esa derecha está en problemas. Debe recurrir a otrora externos que se cansaron de denostarla, apreciados en el presente como sus nuevos ídolos.
Reiterémoslo: no sirve para el techo, pero sí para detectar de cuál piso no hay que caerse.
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