Vie 29.03.2013

EL PAíS

El efecto Francisco

› Por Osvaldo Saidon *

El análisis de la institución vaticana es especialmente difícil, pues se trata de un consolidado instituido con tal falta de transparencia y democracia que hace que todo análisis sea una especulación ante el misterio y el secreto que impera en su organización. En estas circunstancias, debemos volver a preguntarnos ¿qué hacer?, pues de lo contrario, como estamos viendo, los análisis se vuelven interpretaciones y las interpretaciones, especulaciones, y sólo terminan restando las opiniones, con la carga moral y de violencia simbólica que las acompaña.

Debemos estar atentos al efecto Francisco, que querrámoslo o no, influenciará menos seguramente en la propia institución de Roma que en las innumerables manifestaciones donde la población de católicos o no, y de militantes de las organizaciones populares, realizan sus actividades. El modo de funcionamiento que vehiculiza la jerarquía eclesiástica de cualquier signo (cristiano, judío, musulmán) es regulador de diversas prácticas sociales (educativas, sanitarias, administrativas) donde el control, la obediencia y la repetición son fundantes, para inmovilizar las fuerzas instituyentes de nuevos signos.

Aunque tal vez parezca prematuro es importante ir afinando los dispositivos de análisis institucional, ante la nueva situación que se les presenta a las instituciones en Latinoamérica y, en especial, en la Argentina con la designación de Francisco.

El efecto sorpresa no ha hecho más que colaborar con un fenómeno de fascinación y ufanismo que poco se condice con la creciente pérdida de fieles y de convicciones que la cristiandad tiene en esta región.

El institucionalismo se enfrenta al desafío de producir intervenciones que puedan contraefectuar la andanada de representaciones, que lo instituido reproduce y la media inventa y vehiculiza.

Es un buen momento para volver a preguntarnos acerca del modo de intervenir junto a esa mayoría que habita las más diversas instituciones, “los cualquiera”, afirmando una democracia directa que les dé consistencia a procesos de autonomía y autogestión. Cuando nos dicen que las masas vuelven a fascinarse con procesos arcaicos y secularmente instituidos como las monarquías papales con sus jerarquías, liderazgos carismáticos y populismos –que en renovado bricolage proclaman el amor fatuo, la dominación y el paternalismo, como políticas para los pobres– no tenemos por qué creerlo.

Eso nos desarma, nos llena de apatía y de resignación. Es una de esas interpretaciones inventadas para entristecer los cuerpos y ponerlos en situación de ser obedientemente adaptados a las hegemonías de turno. Las multitudes que se expresan en los movimientos sociales y en las organizaciones del peronismo deben plantearse cómo expandir la alegría de los encuentros, su movimiento múltiple y heterogéneo. Se lo reduce a una unidad, a un rígido segmento cuando se proclama esa oportunista formula de “peronista argentino y católico”.

Los procesos de institucionalización de un movimiento que se quiere histórico y moderno instituyen permanentemente novedades que pueden ser analizadas en los tres ejes de funcionamiento institucional: el eje libidinal, el lingüístico o simbólico, y el del poder y el dinero.

En el libidinal trátase de expandir un erotismo inclusivo, de mayorías, que refleje las novedades y las diversidades. En términos de lenguaje, retomar los signos que procedan a un futuro, a una apertura cada vez más insólita en lugar de procesos de restauración simbólica.

Y en cuanto al poder, se trata de la promoción de dispositivos que marchen en el sentido de una mayor distribución de la riqueza y, por lo tanto, del poder a ella asociado.

Nada de esto anuncia un papa argentino y peronista. Por el contrario, tiende a homologar, a confundir la vocación de servicio con la militancia, renovando así una fragmentación que las fuerzas populares ya vivieron en los últimos 60 años en diferentes oportunidades. No nos detendremos aquí, pero ya se han analizado en diversas oportunidades las consecuencias trágicas que propició el sentimiento religioso cristiano en la actividad militante, en la lucha armada y revolucionaria durante la década del ’70.

El institucionalismo se manifiesta en dos campos: el campo de análisis y el campo de intervención, que se interrelacionan y se contradicen según las circunstancias y la institución en cuestión.

El campo de intervención precisa de un espacio para operar. En la mayoría de los casos es lo que se llaman establecimientos: una escuela, una parroquia, una sala de hospital, una congregación, la sede de un sindicato, etc.

Veremos surgir un efecto vaticano, papal, en las más diversas instituciones estatales o privadas, manifestándose en los comportamientos, en la subjetividad aterrorizada por la cruz, por la espada y la palabra que habita en lo más íntimo del cuerpo social. El terror hecho carne en nosotros, y expresándose en las instituciones jurídico-administrativas del capitalismo planetario ha sido descripto entre nosotros con inusitada lucidez por León Rozitchner.

No se trata de opinar y/o interpretar, sino de saber qué hacer ante el modo en que este instituido papal intentará regimentar, proponiendo algún atisbo de cambio para no perder lo que queda de una Iglesia definitivamente desacreditada.

¿Qué hacemos? ¿Cómo aprovechar este nuevo desafío que se le presenta al análisis institucional? ¿Cómo contraefectuar estas nuevas formas que, desde una aparente doctrina social cristiana, intentan frenar los novedosos devenires de las comunidades que vienen?

El amor, la amistad, la solidaridad, el poder y hasta la revolución intentan una y otra vez estar moralizados según la fe cristiana. Pero es justamente en sus impotencias, en sus fallas, en sus fracasos y en la pérdida cada vez más enorme de fieles y seguidores que dejan un lugar para el análisis y la intervención institucional.

Continúan abiertos y se renuevan espacios para la acción política que deberían estar atentos a no reproducir en su seno el mismo tipo de comportamiento y vinculación contra el que se instituyeron. Las instituciones y organizaciones que convocan a las juventudes que redescubren la política seguramente se tendrán que plantear estas cuestiones tanto en el plano de organización como en la consistencia que les vayan dando a sus propuestas de vida.

Son las agitaciones y acciones micropolíticas, que por millares se realizan en barrios, escuelas, hospitales, prisiones, comunidades, las que van instituyendo un modo de vida por venir que escapa a los disciplinamientos y al control que los estados precisan imponer.

Algunas de estas acciones las acompañan, curas, pastores o hermanos musulmanes, pero es el fulgor del acontecimiento que las alumbra y no la obediencia que toda religiosidad termina por imponer.

Hay pastores, hay creyentes, pero la mayoría del planeta de los que están y vendrán son ateos, laicos, agnósticos. Sujetos que no precisan de la trascendencia ni de la vida más allá de la muerte para habitar y fomentar la potencia y la alegría de los cuerpos en la cotidianidad de las instituciones.

* Psicoanalista, docente

universitario.

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