EL PAíS
› A UN AÑO DE LA REPRESION Y LOS ASESINATOS EN AVELLANEDA
Ese día de la muerte
El jueves se cumple un año de la sangrienta represión a los piqueteros en el Puente Pueyrredón y las calles y estación de Avellaneda. Es el día en que Kosteki y Santillán fueron asesinados brutalmente, el día en que 33 personas fueron heridas con perdigones de plomo y cientos golpeadas y gaseadas. Hoy, una causa judicial se centra en dos que dispararon y varios que encubrieron, pero no en las responsabilidades políticas. Las organizaciones piqueteras después del golpe recibido.
› Por Laura Vales
“Váyanse, me quedo yo.” Arrodillado en el hall de la estación de trenes de Avellaneda, rodeado por unos pocos militantes y pasajeros que miraban la escena atontados por el horror, Darío Santillán sostenía la mano del compañero que agonizaba. Tuvo que repetir dos veces el pedido para que su novia Claudia y su hermano Leo, que estaban detrás suyo y ahora se demoraban sin saber qué hacer, se decidieran a ponerse a salvo. En el piso, Maximiliano Kosteki todavía respiraba, perdiendo sangre por la nariz y la boca, la cabeza de costado sobre las baldosas.
Fue en el mediodía del 26 de junio, cuarenta minutos después del inicio de la represión en el Puente Pueyrredón. La policía todavía no había entrado a la estación, pero los disparos se escuchaban cada vez más cerca, llegando desde la avenida donde los manifestantes trataban de hacer frente alos gases y las balas. Claudia y Leo corrieron justo a tiempo: a ella varios perdigones de goma le lastimaron las piernas. Inmediatamente entraban a la estación el comisario Fanchiotti y su chofer Alejandro Acosta.
A un año de la masacre de Avellaneda en la que fueron asesinados Kosteki y Santillán, y baleadas con munición de plomo otras 33 personas, la investigación judicial tiene presos a los dos policías que quedaron filmados y fotografiados disparando afuera y adentro del hall de la estación, Fanchiotti y Acosta. Hay cinco uniformados procesados pero en libertad, bajo el cargo menor de encubrimiento, y un policía prófugo. Hasta ese escalón llegó el trabajo de la Justicia.
“Es una investigación minuciosa en relación a Fanchiotti y su chofer, pero que no avanzó sobre los jefes policiales ni en las responsabilidades de los funcionarios en una represión que había sido anunciada por el propio gobierno”, sintetiza el abogado Claudio Pandolfi. El reclamo por el juicio y castigo a los autores materiales y a los responsables políticos va a estar en el centro de los reclamos de esta semana, en los actos y medidas de protesta del aniversario.
La estrategia de los policías
Fanchiotti y Acosta están acusados de haber sido coautores de las dos muertes y de otros ocho intentos de homicidio que, según concluyó la fiscalía, cometieron siguiendo un plan común. Los cinco policías señalados por encubrir los crímenes son Carlos Quevedo, Lorenzo Colman, Mario De la Fuente, Gastón Sierra y Félix Vega. El octavo acusado es Celestino Robledo, un agente retirado que participó de la represión deteniendo gente y portando una itaka, y después argumentó que lo había hecho por espíritu de colaboración ciudadana. El prófugo es Carlos Leiva, sargento que actuó de civil y que, muy lejos de Fanchiotti y en otro punto del municipio, también baleó con plomo a los desocupados.
¿Cuál es la estrategia de defensa de los policías?
El comisario Fanchiotti y su chofer se odian y cada cual dice que fue el otro el que disparó con munición de guerra, no importa que las imágenes los muestren a los dos avanzando juntos por la avenida Pavón, apuntando contra los manifestantes, disparándoles con cartuchos rojos y levantando las vainas servidas para no dejar rastros.
La versión que en estos días está haciendo circular los allegados del cabo Acosta (quien hasta ahora se había negado a hablar) es la del jefe loco: dice que Fanchiotti perdió el control cuando los piqueteros le pegaron y que él no pudo hacer nada para detenerlo. En un escrito que presentó en los tribunales detalló que en medio de la represión, su jefe le ordenó que le alcanzara municiones de guerra y que como él no lo hizo, fue personalmente a buscarlas a un patrullero. Para fortalecer esta idea, en su círculo dan a entender que “el viejo”, como llaman al comisario, tenía problemas de adicción y ese día estaba “sacado, sobreexitado”. La versión que da Fanchiotti, en cambio, es la del cabo inútil. Dice que su asistente, joven e inexperto, fue el que disparó con balas de plomo, mientras que él siempre utilizó postas de goma.
Las dos historias buscan no apartarse de la figura de un exceso o una equivocación policial. De todas maneras, durante la investigación judicial, cuando vio que las pruebas lo señalaban como máximo responsable de la masacre, Fanchiotti declaró e hizo el amague de contar algo más. Dijo que se sabía desde antes que “algo iba a pasar” y que por eso sus superiores, el comisario Félix Vega y el subjefe Mario Mijín, se mantuvieron esa mañana lejos de la escena, aunque comandando lo que pasaba. También que durante el operativo se comunicó con su jefe, a quien mantuvo “al tanto de todas las novedades” y de quien recibió instrucciones.
Fanchiotti buscó así mostrar que actuó bajo el control de Vega, titular de la departamental de Lomas de Zamora y hombre de confianza de Manolo Quindimil, intendente de Lanús y presidente del PJ bonaerense, quien a su vez se guiaba por instrucciones de más arriba. Y esbozó, a la vez, que a Vega le llegaran sus órdenes de más arriba. Sin embargo, en esta línea la investigación no prosperó. Vega negó todo, nadie preguntó mucho más, el comisario no ha vuelto a insistir sobre el punto y recientemente cambió de abogados. Los familiares de Acosta dicen, por su parte, que el cabo estuvo recibiendo aprietes para mantenerse callado.
La represión
Los relatos que cuentan lo sucedido como obra del policía bobo o fuera de sí no explican lo que pasó en Avellaneda, donde simultáneamente a las muertes de Santillán y Kosteki hubo 33 heridos con bala de plomo, un allanamiento ilegal al local de Izquierda Unida, manifestantes llevados al interior de las comisarías, donde hicieron desnudar a las mujeres y golpearon a los hombres.
Las imágenes que quedaron grabadas muestran que en la represión actuaron coordinadamente dos patotas, que dispararon ambas con munición de guerra, la primera a cargo de Fanchiotti y la segunda del sargento Leiva, el prófugo que actuó vestido de civil. También que usaron plomo desde el comienzo, ya que hay heridos debajo del puente, hasta una hora más tarde, cuando a 20 cuadras del lugar la cacería llegaba a la estación de Gerli, donde hubo heridos por la espalda.
Por este motivo, el reclamo de las organizaciones piqueteras y de los familiares de las víctimas está centrado en que se conozca todo lo que pasó, no sólo aquello que permitieron reconstruir las fotografías y videos. Los abogados plantean que ningún funcionario fue hasta ahora citado a declarar, pese a que la represión prácticamente había sido anunciada por el gobierno y era conocida públicamente. A punto tal de que ese día, como nunca antes, todos los canales de televisión, las radios, los diarios y decenas de medios alternativos se instalaron en el lugar desde temprano, esperando ver qué sucedería.
Los querellantes apuntan al comisario Félix Vega en la cadena de mando policial, y a los funcionarios que estaban a cargo de la Seguridad. El entonces secretario del área, Juan José Alvarez, quien siguió ese día los acontecimientos desde la secretaría, y su par bonaerense, el entonces ministro Luis Genoud, que hizo lo propio desde su despacho. Según pudo confirmar este diario, ambos se comunicaron varias veces durante la mañana, para monitorear la marcha del operativo de seguridad y el avance de los piqueteros hacia el puente, y sostuvieron una fuerte discusión en el momento previo a que comenzara la represión sobre si debían o no dejarlos cortar el acceso a la Capital.
Los piqueteros
“Nosotros no medimos la magnitud de lo que se venía, no esperábamos que salieran a matar”, dice Juan Cruz D’Affunccio, del MTD de Florencio Varela. “Algunos barrios, a lo sumo, habíamos ido atentos a que se desatara una represión convencional, con un grupo de compañeros ya designados para hacer seguridad, que se quedarían adelante para resistir y frenar a la policía, mientras el resto se retiraba.”
En el MTD Aníbal Verón, al que pertenecían Santillán y Kosteki, sintieron los efectos del golpe. En los últimos meses la organización atravesó por un proceso de debate interno y tuvo cambios. El más evidente es que el grueso de los piqueteros se sacaron las capuchas y dejaron los palos. En la organización hay todo un debate todavía no cerrado sobre el tema, porque hay quienes sienten que el pañuelo es parte de su identidad, pero en la práctica lo están usando pocos. Después de la represión, para poner un ejemplo nítido, hubo movilizaciones que reemplazaron la primera fila de encapuchados por una línea de madres con carritos de bebés.
Hacia adentro, la organización se fragmentó, separándose del sector que dirigía Quebracho, hoy identificados como la CTD Aníbal Verón frente a los MTD, que continúan con una línea autónoma de los partidos políticos. Varios barrios sufrieron a su vez otras divisiones internas y si se miran las últimas manifestaciones, el movimiento perdió algo de su capacidad de movilización. Pero después del cimbronazo inicial, los que se quedaron y los desocupados que se integraron más tarde tuvieron “una consolidación militante”, dice Pablo Solana, del MTD de Lanús. “La represión fue un momento en el que se nos mostró con brutalidad lo que nos ofrecía el gobierno, y frente a esto hubo una respuesta de asumir un mayor compromiso con el trabajo.”
También Mariana, de Florencio Varela, coincide con esta idea y piensa que junto con el miedo hubo una reacción de hacerse cargo. “¿Qué hago? ¿Para qué sirvo? Esas fueron para nosotros las preguntas de este año. Con todo lo que pasó el 26 nos ocurrió algo en la cabeza y algo en el corazón. Mucha más gente se hizo cargo de las tareas, compañeros que antes miraban todo sin hacer y ahora están discutiendo con los funcionarios cuestiones como la tarifa social. Por eso a veces decimos que hubo también un crecimiento, lo que en un curso de formación lleva años lo hicimos en pocos meses.”
En el año que pasó, para todos, entraron varios años. Los que estuvieron en el puente el día de la masacre fueron rearmando la historia de lo sucedido, para que al dolor no siguiera la impotencia y la confusión.
Los MTD hicieron una investigación sobre las muertes y la represión que editaron en forma de libro (ver recuadro). También la mamá de Maximiliano Kosteki, Mabel, volvió muchas veces al lugar donde le mataron al hijo, les pidió a los testigos que le contaran cómo había pasado, conoció “un costado de Maximiliano, el de la militancia, que no nos dieron tiempo para compartir, porque él, que era muy perfil bajo, no llegó a contarme que estaba en el MTD”. Y descubrió, entre sorprendida y encantada, que ella misma una vez había estado con Darío Santillán, cuando fue a una olla popular de Glew, donde vive, en calidad de vecina, nada más que porque la desocupación y el hambre la joden “como a cualquiera”.
La imagen de los dos, Santillán y Kosteki, uno sosteniéndole la mano al otro para que no se le fuera, es una bisagra en la historia personal de los piqueteros y también de los que estaban allí apoyando el reclamo por trabajo y comida sin ser desocupados. Ese momento posiblemente refleje mejor que ningún otro la historia de un país que cada tanto trata de ser otro. Después, Acosta y Fanchiotti entraron a la estación y dispararon contra Santillán. Un tercer uniformado, el principal Quevedo, le levantó las piernas a Maximiliano Kosteki para que terminara de desangrarse.
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