EL PAíS › TESTIMONIOS DE VICTIMAS DE CAVALLO SOBRE SUS “TAREAS” EN LA ESMA
Señor de la muerte, torturador, preso
El actual prisionero en España era un torturador “sacado”, que se encargaba de escoltar a los prisioneros “reciclados” en las siniestras visitas a sus familias. Luego decidía a quién se “trasladaba” rumbo a la muerte. Cinco testimonios de primera mano de las miserias de Cavallo.
Por Victoria Ginzberg
Entre los miles de documentos y pruebas que forman parte de la investigación del juez español Baltasar Garzón, hay un par de muñequitas de trapo. Fueron hechas con retazos de tela rescatados del pañol de la Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA), donde los marinos juntaban el botín de guerra que rapiñaban de las casas de sus víctimas. Son regalos que Elsa Martínez Garreiro llevó a sus hijas en una visita que hizo a la casa de sus padres mientras estaba secuestrada, llevada por el represor Ricardo Miguel Cavallo. Son el último recuerdo que Laura y Elsa Villaflor tienen de su madre, pero se desprendieron de ellas para que ayuden a que uno de los asesinos de sus padres y sus tíos vaya preso. Están en Madrid, a donde llegó ayer Cavallo extraditado desde México. El represor se negó a declarar ante el juez y recibió un régimen de prisión rígido (ver nota aparte). Para acompañar a las Villaflor en su tarea están tres que padecieron al torturador, pero lograron sobrevivir. Osvaldo Barros, Enrique Fukman y Carlos Lordkipanidse resistieron el infierno para señalar a sus captores, en este caso, a un prolijo empresario radicado en México que ellos conocieron como Marcelo o Sérpico.
Raimundo Villaflor y Elsa Martínez Garreiro fueron secuestrados el 4 de agosto de 1979. Un día antes habían sido detenidos Josefina Villaflor (hermana de Raimundo), su esposo José Luis Hazan y la hija de ambos, Celeste, de tres años. Todos fueron llevados a la ESMA. Celeste estuvo en el lugar un día y allí fue cuidada por Thelma Jara de Cabezas, otra de las víctimas de Cavallo y testigo del juicio español. Celeste llegó a la casa de sus abuelos con las uñas pintadas y una tira de muñecos de papel (“de esos que se despliegan y quedan todos agarrados de las manos”) que otro de los detenidos le hizo para que no llorara. A sus padres los volvió a ver cinco meses después. Su papá fue a la casa de su abuela acompañado por un señor inexpresivo. El custodio era Cavallo, a quien su abuela señaló en una rueda de reconocimiento que se realizó en los primeros años del retorno de la democracia, cuando se inició la causa ESMA, que quedó trunca por aplicación de las leyes de Obediencia Debida y de Punto Final.
“La imagen que tengo de ese día es que yo estaba tan contenta de ver a mi papá que corría y usaba un sillón que había en lo de mi abuela como un tobogán. Mi abuela estaba loquísima porque yo estaba muy excitada. Lo único que me acuerdo de Cavallo, que se hacía llamar Marcelo, era que estaba totalmente mudo. Mi papá hablaba con mi abuela, yo saltaba y gritaba y él estaba quieto, callado, inmóvil, de brazos cruzados en la cabecera de la mesa”, rememora hoy Celeste.
Ese mismo día, Celeste viajó con su papá y el marino a Avellaneda, donde estaban su mamá y su tía Elsa, que había ido a ver a sus hijas y les había llevado las muñequitas hechas en la ESMA. Raimundo Villaflor había muerto cuatro días después de su secuestro, durante una sesión de tortura. La familia Villaflor era parte de un grupo de detenidos de las Fuerzas Armadas Peronistas (FAP) que en la ESMA fueron conocidos como “el grupo Villaflor”. Pudieron visitar a sus familias porque entre diciembre de 1979 y febrero de 1980 fueron destinados a lo que en el centro clandestino de detención se conoció como el sector “Pecera”, en el que los secuestrados eran obligados a trabajar como mano de obra esclava confeccionando, entre otras cosas, informes de prensa que luego se repartían en las dependencias oficiales que ocupaban los marinos. A diferencia de la mayoría de quienes pasaron de “Capucha” (donde los detenidos estaban encapuchados y engrillados) a “Pecera”, el grupo Villaflor no logró sobrevivir. Fue “trasladado” en marzo de 1980 y en esta decisión tuvo mucho que ver Cavallo. “En ese momento él era el jefe de ‘Pecera’ y era el responsable directo de la ‘evaluación’ de los que estábamos secuestrados”, remarca Lordkipanidse. Los ex desaparecidos de la ESMA recuerdan a Cavallo como una persona solitaria y fría, capaz de sacarlos del centro clandestino para que lo acompañaran a cenar afuera porque no tenía con quien ir o de despertarlos a la madrugada para jugar en silencio un partido de ajedrez.
Marcelo, cuentan, era “polifuncional”. Fue el encargado de aquellas oficinas separadas por un acrílico transparente donde “trabajaban” los desaparecidos, pero también participó en secuestros y en torturas. “El fue parte integrante del grupo de tareas desde los primeros tiempos y fue cumpliendo diferentes roles. Hubo compañeras que lo denunciaron en París como miembro del grupo operativo y nosotros lo conocimos como responsable de ‘Pecera’”, señala Barros, uno de los miembros de la Asociación de Ex Detenidos Desaparecidos que reconoció a Cavallo cuando en agosto del 2000 el periodista José Vales le mostró la foto de quien era el director del Registro Nacional de Vehículos de México. Lordkipanidse relata: “Simultáneamente y en etapas posteriores, ‘Marcelo’ estuvo en el área de inteligencia a cargo de interrogatorios con tortura. En dos oportunidades yo fui testigo de eso. Lo vi en su faz no de oficinista sino de torturador, era un tipo sacado, con el bicho metido adentro, lo que le hace falta a un torturador para existir. En el caso de Thelma yo estaba en el comedor del sótano. Allí los guardias tenían un televisor chiquito blanco y negro que, cuando estaban torturando en la ‘Huevera’, que quedaba al lado, la pantalla se volvía una raya por el consumo de electricidad, además de que se escuchaban los gritos. Veo que se abre la puerta y sale Cavallo transpirado, todo mojado, rojo como un tomate, me mira como desubicado porque esperaba encontrar a un guardia y me pide una gaseosa, yo lo miré desconcertado como diciendo: ‘¿De dónde querés que la saque?’, y él pegó un portazo y se metió de vuelta. La que recibía las torturas era Thelma”. Fukman se acuerda del mismo día. “Estaba siempre aliñado, pero en ese momento no. Tenía la camisa abierta y subió hasta el tercer piso gritando y puteando a Thelma porque no quería hablar”, dice. También evoca, como un símbolo de la personalidad del represor, un cartel de tela bordada que tenía colgado en la pared de la oficina: “Era una frase de un general francés que había estado en Argelia y decía más o menos que cuando uno se enfrenta a un pueblo, si no está dispuesto a meter la mano hasta el fondo de la mierda, va a ser derrotado”.
Las primas Hazan y Villaflor, y Barros, Fukman y Lordkipanidse saben que Cavallo es uno de muchos otros que también deberían haber subido esposados a un avión o juzgados en la Argentina. Esto no impide –al contrario– que se sientan satisfechos personalmente porque uno de tantos está en el lugar correcto. “A uno le gustaría que lo juzgaran acá. Tenemos que entender que si queremos reconstruir el país, tenemos que saldar este tema y los genocidas del pueblo argentino tienen que ser juzgados en la Argentina. Mientras tanto es importante que este crimen no quede impune”, afirma Fukman. “Los delitos que cometió este personaje son de lesa humanidad, imprescriptibles y juzgables en cualquier lugar del mundo. Eso no lo decimos nosotros, lo dice el derecho internacional”, agrega Barros.
En cada testimonio, Laura Villaflor siente que deja algo y no sólo las muñecas de trapo de su mamá. “Cuando fui a declarar a España, se percibía la lejanía de estar lejos de donde estaba el tipo. Cuando fui a México, estaba en la misma ciudad y me daba cosa... Cada vez hay que remover cosas difíciles, cada declaración es como dejar un pedacito, pero ahora, de repente, tengo la sensación de que se juntó todo”, sintetiza.