ESPECTáCULOS › A LOS 96 AñOS FALLECIO AYER LA LEGENDARIA KATHARINE HEPBURN

Una eterna y adorable revoltosa

Quizá la actriz más libre y radiante que haya dado la época de oro del cine estadounidense, Hepburn, ganadora de cuatro premios Oscar de la Academia de Hollywood, hizo de la inteligencia y la independencia de espíritu todo un arte.

 Por Luciano Monteagudo

La escena es así: Cary Grant está subido en lo más alto de un andamio, poniendo el último hueso, el más preciado, el único que le falta para completar el esqueleto de un brontosaurio, una tarea a la que le había dedicado los últimos cuatro años de su vida. Pero llega Katharine Hepburn, alegre como siempre, con una capelina tan grande como todo el Museo de Ciencias Naturales. Está emocionada porque él, finalmente, le confiesa que la quiere, a pesar de todo, a pesar de que fue a parar a la cárcel por ella y se pasó todo un fin de semana de locos, persiguiendo un leopardo por medio Connecticut. Ella trepa la escalera y, en la cumbre, comienza a hamacarse de felicidad. Cuando descubre que está a punto de caer, se trepa inconscientemente al esqueleto del brontosaurio, que no tarda en ceder. El alcanza a sostenerla por un brazo y ella queda colgando como una trapecista, mientras a sus pies todo se desmorona... No importa. Cary Grant no puede sino abrazarla y darle un beso apasionado. ¿Cómo no enamorarse de ese torbellino hecho mujer?
La película era La adorable revoltosa (Bringing Up Baby, 1938) y no sólo fue una de las cumbres de la screwball comedy, la comedia lunática, el único género subversivo que cultivó Hollywood. También se convirtió en el film-insignia de la carrera de Katharine Hepburn, quizás la actriz más libre y radiante que haya dado la época de oro del cine estadounidense, fallecida ayer a los 96 años, no muy lejos de donde corría detrás de ese leopardo al que ella consideraba, por qué no, su mascota.
Es que Katharine Hepburn parecía, en verdad, capaz de domar a las fieras, con esa dicha y esa independencia de espíritu que emanaba desde la pantalla y que no parecía ser demasiado diferente a la que ostentaba en su vida privada. Ganadora de cuatro premios Oscar a la mejor actriz y candidata en doce oportunidades a la estatuilla dorada (todo un record que mantuvo hasta marzo pasado, cuando Meryl Streep la superó en cantidad de nominaciones), fue sin duda una de las actrices más reconocidas por la industria, durante 60 años de trabajo, en los cuales entregó 43 películas. Y, sin embargo, Hepburn nunca pareció hacer ninguna concesión, ni a los rituales mundanos de Hollywood, ni a las exigencias de los estudios ni mucho menos a la moral media de la industria.
Hija de una familia aristocrática y librepensadora de Connecticut (el padre cirujano, la madre sufragista y pionera de la liberación femenina), Katharine hizo honor a ese origen y a su flamígera cabellera pelirroja, que parecía una señal de peligro. A los 12 años ya se había subido a un escenario y antes de cumplir los 25 su temperamento ya era legendario en Broadway, donde rompía contratos y enfrentaba a sus productores con el desenfado de una actriz veterana. Un agente de la RKO no tardó en reconocer su talento y ponerla en el primer tren a Hollywood. No se equivocó. Su primer film, Doble sacrificio (1932), la encontró trabajando con quien sería uno de sus directores preferidos y un amigo de toda la vida, George Cukor. Y a la tercera película para el estudio, Gloria de un día (1933), ya obtuvo su primer Oscar.
Con Cukor alcanzaría aún más popularidad y reconocimiento en Mujercitas (1933) y Una mujer sin importancia (1935), donde por primera vez compartió la responsabilidad protagónica con Cary Grant, sin duda uno de sus mejores partenaires y uno de los pocos capaces de seguirle su ritmo endiablado. Volverían a reunirse en La adorable revoltosa, del gran Howard Hawks, Vivir para gozar (1938) y Pecadora equivocada (1940), ambas de Cukor. En esta última se sumaba James Stewart, como un periodista que no podía evitar enamorarse de esa chica de sociedad tan singular.
En el camino, también probó ser una magnífica actriz dramática en María Estuardo (1936), un film inusual de John Ford, pero su inteligencia y su chispa para la comedia volvieron a brillar en La mujer del año (1942), donde se reunió por primera vez con Spencer Tracy. El era un rudo periodista deportivo y ella una eminencia de la política internacional, incapaz de entender un partido de baseball. A partir de allí, filmarían otras ocho películas juntos, en la que fue una de las parejas más consecuentes de Hollywood, dentro y fuera de los estudios. Tracy era casado, tenía dos hijos y nunca se separó legalmente de su esposa. Pero esto no fue impedimento alguno para que Kate le declarara públicamente su amor y viviera junto a él durante 27 años, hasta 1967, cuando él falleció, poco después de rodar junto a ella ¿Sabes quién viene a cenar?, donde componían al veterano matrimonio que en verdad constituían. La Academia no pudo sino rendirse a ese hechizo y entregarle a ella su segundo Oscar, a los que le seguirían las estatuillas que ganó por Un león en invierno (1968) y En la laguna dorada (1981), donde compartía cartel con otra leyenda de Hollywood, Henry Fonda.
Fue una injusticia, sin embargo, que no hubiera sido reconocida por el que fue, sin duda, uno de sus trabajos más famosos y perdurables, el de la solterona Rose Sayer que se embarcaba junto a Humphrey Bogart en una travesía a través de la selva en La reina africana (1951), clásico de los clásicos de John Huston. El rodaje, en medio de las condiciones más adversas en el corazón del Congo belga, fue un desafío que Kate aceptó encantada junto a Bogey y su mujer, Lauren Bacall, al punto de que luego escribiría un libro sobre aquella aventura. “¡Hasta se convirtió en la encarnación de Diana cazadora!”, recordaría Huston en sus memorias.
Lejos del misterio mítico de Greta Garbo y de la seducción inmortal de Marlene Dietrich, de quienes fue su contemporánea, Hepburn fue en cambio la encarnación de la libertad de espíritu y de la belleza en movimiento. “Siempre mantiene un equilibrio perfecto”, dijo de ella el director Howard Hawks. “Tiene una hermosa coordinación y una increíble sentido del ritmo. Nunca he visto a una chica con un ritmo y un control tan especiales”. Eso, Kate era especial, como pocas.

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Hepburn rodeada de sus galanes en “Pecadora equivocada” (1940).
El director George Cukor le dio algunos de sus mayores éxitos.
 
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