Lunes, 7 de octubre de 2013 | Hoy
EL PAíS › OPINIóN
Por David Edwards *
En ocasión del Día Mundial del Docente, la Internacional de la Educación lanza una iniciativa de acción global: “Unámonos por la educación pública de calidad”. Este sábado se celebró el Día Mundial de los Docentes. Como tantos otros “días mundiales de”, se trata de fechas en el calendario que, a menudo, se nos antojan aleatorias, desprovistas de emoción, ajenas a nuestras celebraciones personales; nuestros cumpleaños, nuestros aniversarios, nuestras victorias futbolísticas... ajenas, en definitiva, a nuestra vida cotidiana. Pero celebrar el rol del docente parece algo tan cercano como necesario, ya que se trata de un trabajador o trabajadora cuyo objetivo es formar ciudadanía.
En el contexto actual de crisis global, en el que la sociedad necesita una regeneración genuina, no podemos dejar pasar esta fecha como una más en el calendario mundial de las grandes causas mundiales, ajenas a nuestra vida cotidiana. Nos enfrentamos a una crisis multidimensional en el llamado mundo desarrollado. Económica, social y ecológica. Los ajustes no son suficientes. La solución reclama un cambio de modelo, y la educación debe ocupar un lugar central en la construcción de este nuevo modelo.
La Internacional de la Educación es una organización sindical que representa a 30 millones de docentes en todo el mundo. Las reivindicaciones docentes trascienden las relativas a las condiciones laborales: salarios, horas de trabajo, etc. Porque la misión del docente va más allá de producir bienes y servicios. Su misión, no lo olvidemos, es hacer posible un derecho fundamental, el derecho de las personas a recibir una educación de calidad y desarrollarse al máximo, según sus habilidades y sus necesidades.
Ese derecho permite, en última instancia, liberar a las personas, nivelar la sociedad, transformar el mundo. Democratizar. Llenar el discurso democrático de contenido. Hacer posible lo imposible. Un derecho social que se ejerce con, y para, todos y todas. La comunidad entera ha de respaldar ese derecho. El discurso nadie parece discutirlo en lo esencial. Líderes políticos se apropian de este discurso, se llenan la boca de calidad educativa, de apostar por las generaciones futuras, de responder a los retos actuales a través de una formación adecuada, que se adapte a las necesidades de una sociedad cambiante. Al mismo tiempo, se están aplicando reformas educativas globales, impuestas desde arriba y con alarmante rapidez, por actores que ignoran lo que realmente sucede en las aulas. Reformas encaminadas a “mejorar” los sistemas educativos sin invertir más recursos. Recortando. Aplicando criterios de racionalidad económica a decisiones educativas que van desde la gestión de escuelas y personal docente hasta la remodelación del currículo.
Pruebas estandarizadas ligadas a la remuneración docente, privatización encubierta, y, en definitiva, una mercantilización de la educación, que amenaza con exacerbar las desigualdades y provocar una segregación en las escuelas, perpetuando una inclusión excluyente, según clases y sectores socioeconómicos. Para contrarrestar esto, se necesita la voz de aquellos que ejercen la profesión día a día, que saben lo que realmente está ocurriendo en las aulas. Sus carencias, sus limitaciones, los aspectos positivos y negativos. Saben lo que funciona y no funciona. Y lo más importante, saben el porqué. Su aporte a las políticas educativas es clave. Mercantilizar la escuela es mercantilizar la vida. La educación que los y las docentes quieren va más allá de formar trabajadores y trabajadoras cualificados para servir a nuevos mercados de trabajo que sigan garantizando el nivel de consumo masivo que el sistema necesita.
La educación es un proceso, y en un proceso podemos permitirnos reflexionar y marcar objetivos a largo plazo. Educar es aspirar a un futuro mejor, es trascender nuestras limitaciones.
Cuando educamos a nuestros hijos, a nuestras hijas, pensamos en algo mejor para ellos, para ellas; que lleguen más lejos que nosotros, que sean más felices, que continúen y mejoren aquello que nosotros dejamos a mitad. Educar es aprender de los errores. No perpetuarlos. Educar no es garantizar el statu quo. Es desafiarlo.
* Secretario general adjunto de la Internacional de la Educación.
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