Sábado, 5 de abril de 2014 | Hoy
EL PAíS › OPINION
Por Guido Miguel Carlotto *
Los linchamientos (o intentos) a supuestos delincuentes, sucedidos en los últimos días, exigen especial atención a quienes tenemos responsabilidades político-institucionales; y también debemos hacer un esfuerzo para no caer en la tentación de los análisis simplistas.
En primer lugar, debemos remarcar que estas situaciones expresan conductas pre democráticas. Es inaceptable que consignas como “el que las hace las paga” u “ojo por ojo” sean las que determinen nuestro comportamiento social. Y es inaudito que legisladores nacionales repliquen esas ideas y las justifiquen.
La sociedad debe estar muy atenta a los discursos dominantes en torno de estas situaciones, y a la creación de sentidos que apunta a presentar escenarios desastrosos que legitiman estas acciones de “justicia por mano propia”.
Los discursos de determinados políticos, cargados de demagogia punitiva, que apuntan a la “ausencia del Estado” están cargados de intencionalidad política y miopía social.
Resulta particularmente esclarecedor el comportamiento oscilante de estos mismos políticos, que actúan como caja de resonancia de los discursos mediáticos dominantes: no aparecen con el mismo temperamento en casos de violencia institucional contra jóvenes pobres del conurbano. Parece que estos dirigentes son apenas portavoces de lo que los medios dominantes imponen como agenda: un pibe asesinado en una villa no merece la atención que sí le dispensan a un robo a un vecino de Palermo.
Sin embargo, lo principal es que, ante estas situaciones, recordemos las enormes conquistas sociales, culturales, laborales, institucionales que hemos logrado en los últimos 11 años. Por supuesto que no se trata de esconder los notorios problemas que enfrentamos como sociedad. Pero al mismo tiempo que la autocrítica, es vital entender que fue el Estado nacional, y el provincial en sintonía fina, quien impulsó la reparación de derechos y ampliación de ciudadanía más importante de los últimos 50 años.
Las demandas y banderas históricas de sectores sociales que habían sido reducidos a la marginalidad e invisibilizados por los mismos medios que hoy acicatean el descontrol fueron recuperadas por el Estado para empoderarlos, protegerlos, incluirlos.
Los organismos y militantes de derechos humanos somos un claro ejemplo de ello. Hoy, Memoria, Verdad y Justicia son políticas de Estado. Los valores que constituyen esa consigna se han hecho carne en los argentinos.
Abuelas y Madres, HIJOS y familiares, sobrevivientes. Todos ellos son el ejemplo que debemos tomar ante estas situaciones sociales complejas: jamás hubo justicia por mano propia. A pesar de conocer a los asesinos y desaparecedores de nuestros hermanos, a pesar de las provocaciones de los genocidas –incluso en los mismos juicios–, a pesar de los años de ninguneo institucional, nunca hubo respuestas violentas ni “ojo por ojo”. Sólo la búsqueda de justicia a través de las instancias institucionales correspondientes.
No podemos adoptar las prácticas de los victimarios, porque nos convertiríamos en uno de ellos. Debemos profundizar la inclusión y la apertura de posibilidades. Debemos abrir las instancias de diálogo para abordar las tensiones de nuestra sociedad. Y debemos estar atentos ante el oportunismo y la demagogia de determinados sectores y ciertos dirigentes políticos.
* Secretario de Derechos Humanos de la Provincia de Buenos Aires.
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