EL PAíS › OPINIóN
› Por Claudio Scaletta
Los defensores del capitalismo más salvaje suelen estar tan enamorados de la criatura que hasta exaltan sus excrecencias. El cine hollywoodense es un buen ejemplo: abundan los elogios a la codicia o a las diferencias extremas de clase como dinamizadoras del sistema. En la política estadounidense quienes apenas se apartan de la agenda ultracorporativa son acusados de “socialistas”, anatema que alcanza a cualquier propuesta meramente reformista, como el plan de salud de Obama. Muchos integrantes del Tea Party, la influyente corriente ultraconservadora del Partido Republicano, defienden el “creacionismo” frente al evolucionismo; insólito sesgo anticientífico de la clase política de una economía que envía naves interplanetarias al espacio y drones a sus enemigos. No es sólo un dato de color. Este es el país donde los jueces fallan con mayorías casi absolutas en favor de una de las excrecencias por antonomasia del sistema financiero global: los fondos buitre. El país al que quienes endeudaron por generaciones al Estado argentino delegaron la soberanía jurídica sobre sus instrumentos de deuda. Algo debe estar mal en el orden jurídico local si esta delegación fue posible con impunidad. Allí andan todavía los Cavallo, los Sturzenegger, repitiendo lo que la actual administración habría hecho mal y ellos bien.
El gran problema con los fondos buitre es que son malos, muy malos, pero son legales. Es verdad que uno de ellos pagó en 2008 poco más de 48 millones de dólares por instrumentos de deuda por los que ahora el Poder Judicial estadounidense le reconoce 830 millones, pero siguió las reglas del sistema. La tasa de ganancia implícita de la operación, suponiendo que reciba el pago, superaría, según detalló la presidenta Cristina Fernández, el 1600 por ciento, quizá no tanto si se suman los costos judiciales y de lobby para dinamizar el fallo. Para cualquier financista esto es señal de genialidad, no de maldad. Este es el capitalismo realmente existente, el que defiende la “muy independiente”, según el colonizado juicio de algunos analistas locales, Corte Suprema de Justicia estadounidense. Una independencia que le habría permitido ignorar no sólo las opiniones en contrario de su propio gobierno, sino del mismísimo FMI y otros Estados, como Francia, quienes verían en los buitre una amenaza para futuras reestructuraciones de deuda, una muestra más de la obsolescencia de las reglas de la “arquitectura financiera internacional”.
Un dato histórico; el tema de moda en el ambiente de las finanzas globales a fines de los ’90, cuando la Argentina se encaminaba al default y Anne Krueger comandaba el FMI, era la crítica a la ausencia de “riesgo moral”, dato ahora olímpicamente ignorado por la Corte estadounidense, que envía a los mercados mundiales la señal de que no importa la prima de riesgo de un bono soberano, pues todo acreedor siempre será respaldado por la metrópoli en su pretensión de recobrar el ciento por ciento nominal.
Debe destacarse que el fallo Buitre friendly difundido el lunes representa sobre todo un dato exógeno a la política argentina. Es decir, es un dato del que la política local es “tomadora”, que no puede modificar. Frente a esta realidad, al margen de los sentimientos involucrados por su manifiesta arbitrariedad, sólo queda la gestión. Todo lo emocional debe descartarse. El problema no es de Justicia, tampoco jurídico. Es un problema de poder puro y duro: de imperialismo. Frente a la potencia de este imperialismo, el margen del país es muy reducido.
Desde la recuperación iniciada a partir de 2003, a las finanzas globales les resulta intolerable que Argentina haya despegado por fuera de sus reglas. Es un mal ejemplo para el mundo. Quizá no se trate de una decisión centralizada, pero es la dirección en la que avanzaron el cúmulo de decisiones individuales. El país pudo evadirse de la presión imperial mientras fue independiente de los aportes del exterior; es decir, mientras no tuvo la necesidad de financiar un déficit de cuenta corriente. La aparición del déficit externo cambió el panorama.
En concreto, el rechazo de la Corte a tratar el pedido de revisión de Argentina, que significa la vigencia plena del fallo de primera instancia de Thomas Griesa, apunta contra todo lo realizado en materia de reestructuración de deuda desde 2005 en adelante. Como detalló ayer el ministro Axel Kicillof, no deja alternativas de pago bajo las actuales condiciones por más que exista la voluntad plena de hacerlo. Tampoco es opción negociar con quienes expresamente demostraron no querer negociar, con aquellos cuyo negocio es, precisamente, no negociar. La decisión judicial estadounidense empuja así a la Argentina a un nuevo canje de deuda como única opción para cumplir sus compromisos evitando embargos.
Pero el verdadero daño puede ocurrir en la macroeconomía. Como mínimo en el corto plazo, la presión imperial da por tierra con la iniciada estrategia oficial de financiar con la cuenta capital el déficit de cuenta corriente. El objetivo no era sólo contable, sino de sostenimiento de la demanda agregada y el crecimiento. El equipo económico había iniciado un camino de acercamiento a los mercados voluntarios de deuda a través del pago de algunos juicios en el Ciadi, del acuerdo con Repsol y del arreglo con el Club de París. Cuando la meta de regularización completa estaba al alcance de la mano, fue el mismo reticulado de intereses de las finanzas globales el que volvió a correr el arco. Una nueva muestra de que cualquier proyecto de desarrollo de largo plazo deberá exacerbar las herramientas de independencia ya conocidas que alejen, con recursos propios, las fuentes de la restricción externa; es decir: sustitución de importaciones, promoción de exportaciones, integración a cadenas de valor globales y, también, ingreso de capitales, aunque hoy la vía financiera parezca nuevamente cerrada. Nada de lo que viene será fácil.
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