Dom 03.03.2002

EL PAíS  › EE.UU. NO DESEA CORTAR LA ESTABILIDAD ARGENTINA, PERO PUEDE ASFIXIAR

“Queremos que Duhalde termine su mandato”

Este diario reconstruyó el pensamiento exacto de las distintas agencias del gobierno norteamericano. No hay planes de oposición, y tampoco de impulso de la dolarización, pero la insistencia en el monetarismo ortodoxo como única vía de “ayuda” puede terminar entorpeciendo la estabilidad.

› Por Martín Granovsky

“Queremos que a (Eduardo) Duhalde le vaya bien y que termine su mandato”, dijo a Página/12 un funcionario del Departamento de Estado norteamericano. Para ponerlo en términos corraleros, la sensación al escucharlo era que Washington solo está dispuesto a entregar certificados de plazo fijo fraccionados a cambio de un mayor recorte en las provincias. Un recorte aquí, un certificado allá. Un recorte allá, un certificado aquí. Y a sufrir, que por eso este país tiene una música diseñada especialmente para acompañar la melancolía.
La posición estadounidense, al menos hasta ayer, puede resumirse de este modo:
- La Casa Blanca no le soltará la mano a la Argentina, si eso se interpreta como que allí no interesa la suerte política del país.
- El nivel de compromiso será siempre subsidiario. No habrá un monto de ayuda espectacular, como los 45 mil millones que recibió México después del Tequila, y sobre todo cualquier entrega de fondos quedará supeditada al criterio de que primero la Argentina debe ayudarse sola.
El cuadro de situación que trazan las autoridades del Consejo de Seguridad Nacional, que asesora a George W. Bush, y las que controlan los departamentos de Estado, del Tesoro, de Defensa y de Agricultura, es que el principal problema sigue siendo el gasto público.
“Es una lástima que hayan desperdiciado el segundo gobierno de Carlos Menem”, fue la frase que escuchó en la semana que pasó un diplomático argentino de boca de un colega norteamericano. “Era la gran oportunidad para vigilar el gasto cuando aún la Argentina no había entrado en recesión y mucha gente del sector público podía conseguir empleo.”
Menem empezó su segundo mandato en 1995. Muy pronto se obsesionó por una tercera presidencia, y esa obsesión coincidió en el tiempo con la caída de Asia, en 1997, y la de Rusia, en 1998, que significaron para la Argentina el corte del chorro de capitales y el comienzo de la recesión más larga de la historia. Fernando de la Rúa terminaría luego de planchar la economía. Y ninguno, menos aún el Fondo Monetario Internacional o el Departamento del Tesoro, se planteó la salida de la Convertibilidad o la redistribución del ingreso. Entonces, como ahora, nadie en Washington o en Buenos Aires se está proponiendo salir del “círculo virtuoso” liberal según el que si hay corte de gasto bajarán las tasas, si hay tasas habrá crédito y si hay crédito habrá crecimiento y empleo.
Impera una visión pragmática que le sirve a Duhalde en el corto plazo pero no cambia las cosas para los próximos dos o tres años.
En el enfoque norteamericano sobre el caso argentino, el mayor pragmatismo consiste en ver a Duhalde como un pragmático y no como un populista. A principios de enero, la percepción en Washington, un poco por desconocimiento y otro poco por algunos despachos de los corresponsales en Buenos Aires, era que había llegado a la Casa Rosada un tipo antiguo y quizá también peligroso. Un Hugo Chávez en pequeño. Los funcionarios del Departamento de Estado con mejor conocimiento de la Argentina comenzaron a recibir consultas urgentes de sus colegas de otras agencias de la Administración. He aquí un diálogo relatado a este diario con detalle:
Funcionario Uno: –¿Duhalde es un populista?
Funcionario Dos: –No, un peronista.
Uno: –¿...?
Dos: –Un peronista es, sobre todo, un pragmático.
Uno: –Ah, un tipo que quiere conservar el poder.
Dos: –No solamente. Quiere conservar el poder y para eso buscará alcanzar resultados concretos sin atarse a ninguna ideología.
En los últimos días la idea de que Duhalde es un Chavito se evaporó de las prolijas oficinas de Washington, donde volvió a funcionar un equipo “interagencias”, o sea interministerial, sobre la Argentina a nivel de subsecretarios. Ninguno de los interlocutores del embajador argentino Diego Guelar siquiera se lo preguntó. En cambio, según afirmó Guelar a sus jefes en Buenos Aires, le está resultando más fácil encontrar oyentes para sus argumentos.
–Mire –le dijo el martes a John Taylor, el número dos del Tesoro luego de Paul O’Neill–, usted está yendo formalmente a una audiencia frente a varios senadores. En la Argentina lo que usted diga saldrá en primera página, y sus declaraciones serán reproducidas en todos los diarios del mundo. Lo van a estar escuchando los amigos y también los enemigos, los que volaron las Torres Gemelas después de haber atentado en Buenos Aires contra la embajada de Israel y contra la AMIA.
Taylor estuvo moderado. Se encolumnó en aquello de que la Argentina va por el buen camino, que persevere y triunfará, que los Estados Unidos apoyarán si la Argentina decide no suicidarse y que así será orgullo de padres y maestros.
En cuanto al Departamento de Estado, el viernes suavizó sus advertencias turísticas sobre la Argentina. El peligro ya no es morir bajo las balas sino, a lo sumo, no poder retirar dólares de un cajero automático, un riesgo módico que se corre, por cierto, en la mayoría de las capitales del mundo.
El cambio de clasificación le vino bien al embajador Guelar, que ya utilizaba una batería de argumentos institucionales para zafar de la Fondodependencia que aqueja a la Argentina.
“Estoy representando una tragedia y me da mucha vergüenza lo que pasa”, dice Guelar un día.
“Este es un gobierno de unidad nacional, y aunque la clase política está cuestionada nadie puede negar que quienes gobiernan tienen títulos suficientes para hacerlo”, dice otro día.
“La articulación política de la mayoría parlamentaria es sólida”, publicita frente a otro funcionario.
“En los últimos tiempos ningún gobierno había podido llegar a un acuerdo con las provincias, y el de Duhalde pudo”, sostuvo el último viernes.
Otro argumento apunta a la violencia: “En un solo día, el 20 de diciembre, hubo 26 muertos. En los dos meses que Eduardo Duhalde lleva de Presidente, ni siquiera un herido grave, y si hubo heridos leves fueron policías o algún político, nunca un ciudadano común”.
El representante argentino suele negarse a establecer un pronóstico exacto de los próximos tres meses –un ejercicio al que son muy afectos los norteamericanos, gente práctica pero a la vez fanática de los escenarios y las especulaciones– porque, dice, “no sería sincero”.
Los miembros del gobierno argentino que trataron en Buenos Aires a James Walsh detectaron en él el mismo cuidado por no deslizar hipótesis catastróficas que se conviertan en profecías autocumplidas.
Cuando hablan de economía, los norteamericanos se concentran en dos temas. Uno es, siempre, desde 1996, el recorte fiscal en las provincias. Otro, más nuevo, el rechazo a la Ley de Quiebras. “El Estado no tiene por qué meterse en los acuerdos entre particulares”, dicen. Y a veces explican su preocupación por el hecho de que la emergencia se haya convertido en una serie de normas que regirán no solo para el pasado sino también para el futuro.
Sobre lo que viene, “Ustedes no son Sudán” es la frase que los argentinos escuchan cada vez más de los norteamericanos. “A corto plazo las cosas no serán nada fáciles, pero tienen cómo salir a mediano plazo”, se completa, olvidando casi el dicho de John Maynard Keynes según el que a largo plazo estaremos todos muertos.
¿Y la dolarización? ¿La quieren los Estados Unidos tanto como Carlos Menem y los bancos extranjeros, sus grandes impulsores en la Argentina? Las consultas de Página/12 con argentinos y norteamericanos en Buenos Aires, Washington y Nueva York dieron una respuesta negativa. Dolarizar no es un plan con copyright norteamericano, aunque pueda terminar siendo aceptado por los Estados Unidos si no hay otra alternativa luego delfracaso del plan Remes y el que o los que lo reemplacen en los próximos meses.
La visión de Washington es la misma que ofrecen encuestas como la reciente de Gallup: cualquiera que tenga un peso de más correrá a comprar dólares como única manera de atesoramiento, mientras descree de la dolarización como eje de la política económica. Es problema es si la acción de comprar divisas termina siendo tan masiva, y maciza, que diluya el peso de la opinión.
Una impresión al paso: en este panorama, y a pesar de que ninguna sobreactuación anterior fue rentable, el gobierno argentino probablemente repita el voto contra Cuba de los años anteriores. Lo usará como un modo didáctico de transmitir a Washington que no hubo cambio en el sistema de alianzas.

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