EL PAíS
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Desembarcan los marines efemeístas
› Por Julio Nudler
El martes empieza, por llamarlo de algún modo, pero no se sabe cuándo termina. Tampoco cuál será su resultado. La nueva negociación con el Fondo Monetario será la primera “operación especial” encomendada al indio Anoop Singh, quien arribará el miércoles y deberá tomarse su tiempo para entender el complejo caso argentino. Un país que podría alcanzar este año un superávit comercial de 12.387 millones de dólares, si se cumple el vaticinio del IEFE (Instituto de Estudios Fiscales y Económicos), pero que no obstante ha dejado de pagar su deuda y carece de crédito. Singh encabezará una numerosa tropa de más de diez técnicos, que durante ocho días se dedicarán a levantar información cuantitativa, necesaria por ejemplo para calcular los imprecisos costos de la pesificación. Aunque se aguarda que también venga Claudio Loser, el responsable hemisférico del FMI, para presentar formalmente a Singh ante las autoridades duhaldistas, esta vez quizá ni se alcance a iniciar una discusión concreta sobre un nuevo acuerdo. La pregunta es si, llegado el momento, el Fondo le extenderá un aval al país, aprobando su programa económico, además de prestarle dinero, o si planteará exigencias fiscales y monetarias tan duras que tornen imposible un entendimiento, o que lo hagan caer rápidamente. En cualquier caso, fuentes oficiales precisaron anoche a Página/12 que “el acuerdo no está a la vuelta de la esquina”. El consejo, sobre todo para los propios funcionarios locales, es no impacientarse.
En Buenos Aires nadie parece seguro de cuál será la actitud del FMI en esta nueva era gobernada por el secretario del Tesoro estadounidense, Paul O’Neill, y la dupla Horst Köhler-Anne Krüger, aunque la impresión predominante es que habrá poca plata y un monitoreo muy celoso de los compromisos, incluso en el caso de que los desembolsos estén calzados con los vencimientos de la deuda que la Argentina mantiene con el Fondo, el Banco Mundial y el BID. O sea, que sean recursos a dar con una mano y quitar con la otra.
Por de pronto, la conducción económica aspira a sellar un acuerdo completo con el FMI, pero en términos realistas se daría por satisfecha si, como mínimo, pudiera evitarse durante este año una transferencia neta de recursos en favor de los organismos multilaterales. Alcanzar ese objetivo básico apremia, porque ya el mes próximo vence una factura de 900 millones de dólares con el Banco Mundial. En todo caso, lo interesante de firmar con el Fondo es que ese acto destraba otras fuentes de financiación, como las bilaterales. Otro ejemplo concreto es el de la Corporación Financiera Internacional, asociada al BM, que está preparando un proyecto para que un grupo de bancos internacionales le abran a la Argentina a través suyo líneas de crédito comercial por 2000 millones de dólares, que tendrían status privilegiado.
Aunque la línea O’Neill avente cualquier ilusión de obtener un paquete generoso –la consultora Ecolatina calculaba recientemente que la Argentina necesitaría este año unos 23 mil millones de dólares–, Jorge Remes Lenicov presentó el auxilio del Fondo como indispensable para que su programa económico tenga chances de funcionar, tal como ocurrió en las crisis de otros países emergentes en años pasados. Esto significa que el dólar libre no se dispare y que el BCRA pueda socorrer a los bancos mientras afrontan el drenaje sin retorno del corralito. Sin embargo, pocos piensan que el FMI avale una amplia utilización de reservas para frenar la devaluación del peso y de recursos para sostener a la banca. La mayoría anticipa un escenario bien diferente.
En relación al dólar, el Fondo probablemente prefiera que se lo deje buscar en el mercado su valor de equilibrio, que en las condiciones presentes del país será marcada y prolongadamente alto. Los argentinos tendrán que habituarse a que les cueste muy caro consumir importado o veranear en el Caribe. Con un ingreso per cápita muy deprimido en términos dolarizados, generarán el excedente externo que los volverá capaces de ir repagando la deuda externa, que será la gran hipoteca nacional de estadécada. Se espera que Singh le sugiera a su interlocutor directo, Jorge Todesca, una pronta negociación con los tenedores de bonos impagos. Esta reprogramación tendría que quedar expresada en cada Presupuesto, de este año y los próximos, y formar parte así de las metas comprometidas.
En rigor, el Fondo no entrega divisas para ser aplicadas a usos específicos, sino con el propósito genérico de reforzar las reservas. Sin embargo, puede restringir la libertad de uso de esos recursos. Una manera de hacerlo es fijando una “pérdida tope”: es decir, obligando a revisar lo convenido si las reservas cayeran por debajo de cierto nivel predeterminado. Así, es raro que convalide la liquidación ilimitada de dólares en la plaza para defender el valor de la moneda local. Pero de estas sutilezas se está todavía muy lejos. “Para que se pueda hablar de un acuerdo, los números deben cerrar –explicó la fuente a este diario–. Todos los números: los fiscales, el programa monetario, el balance de pagos. Pero Economía y el Banco Central recién los están armando. Sólo cuando el plan esté compacto podrá negociarse verdaderamente.”
El dólar no debería ser un problema cuando el comercio exterior promete un superávit tan inusual como el arriba mencionado, pero se trata en verdad de un excedente más asociado a la depresión que a un boom exportador, como se venía viendo mucho antes de la devaluación. Para el IEFE, las exportaciones podrían expandirse este año un 8,3 por ciento, como fruto de la recesión y de un peso devaluado, al día de hoy, en un 55 por ciento. Las importaciones caerían a su vez un 18,9 por ciento, hasta apenas 16.468 millones. De todas formas, si la devaluación crea oportunidades de negocio antes inexistentes, como ya se está insinuando, en algún momento podría iniciarse un paulatino ingreso de capitales.
Según los cálculos de Ecolatina, de anteriores acuerdos con organismos internacionales quedaron pendientes de desembolso u$s 14 mil millones, por lo que ahora debería procurarse su desbloqueo y fondos adicionales por 8740 millones. Son números que suenan bien, pero probablemente desentonen con la realidad actual. Aunque hay, en Estados Unidos y en Europa, presiones para que el Fondo se involucre en la crisis argentina y ayude a resolverla, todas las soluciones dan por sentado que el país deberá realizar la mayor parte del esfuerzo, y nadie ofrece ninguna concesión comercial ni financiera significativa para facilitarle la vida.
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