EL PAíS
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Franklin D. y George W.
› Por Martín Granovsky
Washington dice estar interesado en la suerte política de la Argentina, y no hay por qué dudarlo. Los Estados Unidos tienen hoy un frente abierto en Afganistán, otro mayor con Al-Qaida a nivel global, una escalada que no han sabido o querido frenar en Medio Oriente, un adversario en el gobierno de Venezuela y la certeza de que se involucrarán cada vez más, aunque quizá sin participar del combate directo, en la represión colombiana contra la guerrilla de las FARC. En principio, no es lógico pensar que les convenga la inestabilidad en la Argentina. Tal vez sepan que los viejos políticos italianos analizaban América del sur mirando a la Argentina y Brasil. Si uno de los dos dejaba de ser una democracia estable, toda Sudamérica entraría en crisis.
Este razonamiento debe admitir una refutación, o al menos una duda: ¿y si la Casa Blanca quisiera, en cambio, desestabilizar la Argentina? Más allá de cualquier principio moral, no queda claro por qué. Eduardo Duhalde no es objetivamente un peligro para los intereses norteamericanos ni quiere subjetivamente serlo. Un cimbronazo aquí haría vibrar Chile y Uruguay, y luego Brasil. Y además no hay alternativas a la vista. Los golpes militares no están en el menú (ojalá, cruzar dedos, sigan sin estarlo) aunque hay un caso de tolerancia de autogolpe con Alberto Fujimori, a quien Washington santificó en su momento. Pero Fujimori era por lejos el político más popular de su país, situación que no se da con nadie en una Argentina donde los políticos mejor considerados son, por la negativa, los menos vilipendiados por la irritación promedio.
Queda una refutación más: ¿no puede ser que Bush haya resuelto teóricamente no soltarle la mano a la Argentina pero que su amor mate? ¿Que, por ejemplo, la única forma de ayuda que concibe el presidente norteamericano sea solo el rutinario y autodestructivo seguimiento de la ortodoxia monetaria y fiscal?
La depresión de los años ‘30 provocó o profundizó una tremenda involución política. Basta citar en Europa el ascenso de Adolf Hitler, la consolidación del fascismo y la reacción franquista contra la República española, y en América latina el surgimiento de dictaduras en 10 países solo entre 1930 y 1932. Pero los Estados Unidos no se fascistizaron, en un caso de excepcionalidad mundial donde mucho tuvo que ver la creatividad sin pacatería de Franklin Delano Roosevelt para terminar con la crisis y el desempleo.
Es poco probable que George W. rescate a Franklin D. Sin embargo, nada impide que los argentinos comiencen a investigar incluso en los Estados Unidos alguna forma exitosa de vencer la crisis mejor que la jibarización fiscal. ¿O sí?
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