Lunes, 21 de julio de 2014 | Hoy
EL PAíS › LOS SECUESTROS Y DESAPARICIONES DE TRABAJADORES DE ASTARSA DURANTE LA DICTADURA
El ex dirigente gremial de Astilleros Astarsa Juan Sosa cuenta cómo, a comienzos de los ’70, los trabajadores lograron “el control obrero de la fábrica” y dice que los empresarios y la burocracia sindical “se tomaron revancha” con las Fuerzas Armadas.
Por Ailín Bullentini
Todas las tardes, Juan Sosa se sienta a mirar por la gran ventana del departamento porteño en el que aterrizó tras más de 30 años de exilio. Y se lamenta. “Todos mis compañeros y sus familiares haciendo fuerza allí y yo acá con esta pata mala.” Una fractura “tonta, de lo más tonta”, de tibia y peroné, lo obligó a operarse y a guardar reposo, por lo que no puede presenciar el juicio que se está desarrollando en los tribunales de San Martín sobre crímenes cometidos durante la dictadura en el centro clandestino de Campo de Mayo. Cuando el cuerpo frena es la cabeza la que toma velocidad para revolver recuerdos. La de Juan Sosa lo transporta a sus días de Chango, a sus horas en el frío de los talleres del Astilleros Astarsa, de estrategias para poner la política a disposición de los trabajadores y de reivindicaciones increíblemente logradas. “Nosotros llegamos al control obrero de la fábrica y ese quite de soberbia a la patronal, esa torcedura de brazo que le hicimos, los dejó traumatizados, pero se la cobraron.”
Recién en el estreno de la democracia supo el Chango que de muchos de sus compañeros de fábrica y algunos también de militancia no se tenían rastros después de sus detenciones. La desaparición de 19 empleados de Astarsa está siendo analizada por la Justicia de San Martín en un nuevo juicio por delitos de lesa humanidad. El zafó por poco y logró salir del país. Sin embargo, la desaparición de muchos de los suyos no es lo que le atora el hilo del relato, casi 40 años después, sino la descripción de los logros obtenidos junto a los que ya no están. Llora recién cuando la narración de su vida, ante el grabador de Página/12, llega a la toma del astillero, adonde él había ido a parar algunos años antes, con las ganas de “hacer política para lograr ubicar a la clase trabajadora en la vanguardia de la revolución”. Entonces, corría 1970.
“Integraba un grupo que se llamaba Los Obreros, supongo que porque el periódico que editábamos se llamaba así también”, contó. Era una agrupación “política, clasista, marxista y guerrillera”, aunque aguardaban por el surgimiento de “algo más grande” a lo que acoplarse. Más adelante llegaría Montoneros para satisfacer esa necesidad. De tal raíz ideológica la táctica que sus integrantes tomaron: involucrarse en diferentes fábricas para empezar a hacer política desde allí. El Chango buscó destino en el cordón industrial del sur del conurbano bonaerense, sin éxito. Por intermedio del hermano de un compañero de militancia llegó a Astilleros Argentinos Río de la Plata.
Astarsa, el astillero más grande de la zona norte del Gran Buenos Aires, dividía sus tareas entre industriales y navales. De ninguna Sosa sabía demasiado. “Había una escuelita de capacitación en donde iban formando a jóvenes obreros. Les enseñaban lo rudimentario, a leer algunos planos, a soldar, a cortar hierros, a esmaltar”, contó Sosa sobre su primer destino, que duraba un mes para todos los “nuevos” integrantes de la familia. Nada inocente: “De esa manera, la empresa se aseguraba mano de obra nueva. Despedía a una o dos personas cada 15 días y entraba gente nueva, cosa de que no se pudiera organizar ninguna agrupación, que los compañeros no se conocieran”, reveló. Al cabo de su mes de capacitación, su destino fue el de oficial en el área de Calderería.
La situación era brava. Unos quinientos empleados, presencia sindical “burócrata fantasmal” y “pésimas” condiciones de trabajo. “Los delegados respondían completamente a la dirigencia sindical y la actividad gremial en el astillero era la nada misma, nada más que algunas camarillas”, señaló y acusó: “Se dedicaban a apagar los reclamos, a frenar las medidas, a neutralizar la lucha”, que por entonces, si existía de tal forma, era no más que el germen de lo que después pudo lograrse.
Las condiciones en las que estaban los quinientos obreros encargados de construir y reparar buques, locomotoras y máquinas industriales eran “patéticas”. “El trabajo era infernal: un gran predio al aire libre, tanto en verano como en invierno, en el que sólo se manipulaba hierro. Al lado del río, un desastre. Por cada barco que se fabricaba morían uno o dos trabajadores, había una cantidad de enfermedades laborales, como la sordera, que no eran reconocidas”, recordó Sosa, que nunca fue delegado pero que alcanzó el rango de secretario general de la agrupación que logró la toma de los talleres, y acarició el liderazgo de todo el sindicato de navales de Zona Norte.
Todo comenzó con “pequeñas charlas con algunos compañeros”. Con la ternura de recorrer días en los que se tejían mundos nuevos, el Chango apuntó que los lazos los armó “tirando flechas cada tanto, tanteando para ver qué respondían los muchachos”. Pizzas al cabo de la jornada laboral, algunas noches de vino, historia política, movimiento obrero, lucha sindical, las injusticias marcadas en la carne propia. “De a poco fuimos armando el núcleo de lo que sería la 12 de Septiembre”, la agrupación que nació en el corazón de Astarsa, con varios canales de unión con Los obreros, que unos años después se sumarían a Montoneros, y que tras la maduración de la toma y el control de la empresa por los trabajadores se llamaría José María Alesio. Pero, antes, los despidos, las muertes y la asunción de Héctor Cámpora como presidente.
En plena efervescencia de alumbramiento, la 12 de Septiembre intentó competir en las elecciones sindicales. No sólo fue derrotada “por pocos votos y errores propios”, sino que Astarsa despidió a varios de los trabajadores “por su actividad sindical fuera de la burocracia”, plena evidencia de la connivencia entre patronal y jerarcas gremiales bastante antes de los señalamientos, las listas y la dictadura. No obstante, la pulseada culminó con un delegado propio, Martín “Tanito” Mastinú, y un contacto vasto de “confianza y respeto” con otros astilleros, como Mestrina, Forte, Pagliettini. “Ya todos nos conocían como compañeros de la agrupación.”
El incremento en el nivel de ebullición acompañó el paso del tiempo, como si la historia misma supiera que hay hitos que deben suceder juntos. “Dos o tres días antes de la asunción de Cámpora, José María Alesio, un compañero, se accidentó en el doble fondo de un barco que estaban construyendo. Había habido una explosión y de allí salió en llamas. No había ni camilla, en un tablón lo sacaron los compañeros y lo llevan al Instituto del Quemado”, relató Sosa. Tres o cuatro meses antes, otro trabajador se había caído de una grúa y había muerto en el acto. “¡Hay que tomar el astillero!”, insistió, desde afuera, el Chango. Para convencer a los obreros que aún permanecían en tareas, los reunió con trabajadores de la planta Fiat, de Córdoba, que habían vivido una experiencia similar. El primer paso en Astarsa fue el paro. El herido, grave, continuaba internado. “La burocracia sindical llegó el 25 de mayo a la fábrica con la intención de levantar el paro e ir a conciliación obligatoria con la empresa. Decían que el compañero se estaba reponiendo, pero era mentira. Ya estaba muerto”, relató entre lágrimas. El vaso también rebasó entonces, entre los trabajadores. Esa noche, uno de ellos llamó a Sosa por teléfono: “Chango, venite que tomamos el astillero”. La administración de la empresa y algunos de sus dueños fueron tomados de rehenes. La 12 de Septiembre pasó a llamarse José María Alesio.
Los reclamos hacia la patronal eran varios: el despido del ficticio cuerpo de seguridad de Astarsa, “un médico que repartía aspirinas sin protocolo para accidentes y el cuidado para los trabajadores”, fue el primero y principal. Luego se sumaron la composición de un cuerpo de seguridad, salubridad e higiene integrado por trabajadores con inmunidad gremial, el pago de todos los días de huelga, la reincorporación de despedidos “por problemas políticos y gremiales en los últimos diez años”, la ausencia de represalias. No sólo el conflicto se ganó, sino que también hubo victoria en las elecciones de comisión gremial interna. Los delegados de la agrupación Alesio coparon las áreas de Astarsa y, por intermedio de una investigación de expertos de la Universidad Tecnológica Nacional, lograron probar que las tareas allí eran insalubres y, por tanto, reducir la jornada laboral a seis horas.
De allí, todo fue en picada hacia el peligro. “A partir de la toma, no-sotros crecimos, muchos compañeros de otros gremios venían a hablar con nosotros: Mattarazzo, Fate, Nesquik, Gilera, Ford, Terrabusi. En la zona éramos la vanguardia”, contó Sosa. Con esa potencia, intentaron disputar el sindicato, pero antes llegó la intervención dispuesta por el gobierno de Isabel Perón. “Eso encendió la luz de peligro. Con el sindicato intervenido y la Triple A acechando fuerte en las calles, empezamos a quedar aislados. Tras cartón, la patronal metió gente infiltrada de la CNU (Concentración Nacional Universitaria) en el astillero a trabajar. Ellos marcaron a todos los trabajadores que querían cambiar las cosas”, denunció.
Por su ruptura con Montoneros, Sosa había dejado Astarsa y Alesio a fines de 1975. Pero aún se veía con sus compañeros. “Los intenté convencer de que nos fuéramos del país, de que tomáramos una embajada, de que la cosa estaba realmente mala. No quisieron”, reveló. El 24 de marzo de 1976, el mismo día del golpe, el Ejército controló el ingreso de los obreros al astillero con nombre y apellido. Si alguno integraba la lista que le había otorgado a las Fuerzas la propia empresa, era detenido. No existe precisión de cuántos trabajadores fueron subidos ese día al camión del terrorismo de Estado. En el juicio que tiene lugar en los tribunales de San Martín por delitos de lesa humanidad cometidos contra obreros de astilleros y fábricas ceramistas durante la última dictadura militar, son 19 los casos de empleados de Astarsa desaparecidos que se están ventilando. Sus secuestros, no obstante, fueron cometidos fuera de la empresa.
El Chango zafó. Desde que rompió con Montoneros se mudó varias veces en la Ciudad de Buenos Aires, hasta que en abril de 1976 se fue del país. Estuvo en España, en Francia y en México. Regresó con la llegada de la democracia, y luego volvió a España. Vivió en Madrid 35 largos años, con una única convicción: el terror de las botas tuvo su impulso en los escritorios de las empresas. “Lo que habíamos hecho en Astarsa se estaba replicando y había que pararnos de alguna manera. La burocracia sindical, asesina como siempre, instó a que nos frenaran las Fuerzas Armadas en connivencia con la patronal. Se tomaron la revancha.”
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