Martes, 28 de abril de 2015 | Hoy
EL PAíS › OPINIóN
Por Diego Tatián *
Sonia Torres de Parodi es el mayor emblema de la lucha por los derechos humanos en Córdoba. Su hija Silvina Parodi, apenas terminada la escuela secundaria, fue secuestrada por los grupos de tareas de Menéndez el 26 de marzo de 1976 y está desaparecida desde entonces. Durante su detención en algún centro clandestino, Silvina tuvo un hijo o una hija, que Sonia busca cada día con esperanza intacta.
El 24 de abril de este año se produjo en Córdoba la primera marcha en conmemoración del genocidio contra los armenios; fue masiva, serena y emotiva. La manifestación siguió el mismo recorrido (un poco más corto) que el de las marchas del 24 de Marzo. Cuando llegué ya había comenzado. Vi a Sonia Torres en la mitad de la marcha (en las del 24 de marzo está siempre en la punta), casi anónima, con una vela encendida en la mano. Un poco más atrás el cartel de HIJOS, y aún más atrás el de Unidos y Organizados y el de algunos partidos de izquierda. Saludé a Sonia y caminé junto a ella, que lo hacía con lentitud. Le pregunté cómo estaba; “ya no es lo mismo que antes”, dijo, con voz algo cansada y el rostro diáfano como siempre. La mayor parte del trayecto lo hicimos en silencio, sólo interrumpido por algún comentario breve –en un momento le propuse darme la vela si estaba cansada de llevarla, dijo que no–.
El 24 de Marzo y el 24 de Abril son fechas separadas sólo por un mes; el genocidio contra los armenios y el terrorismo de Estado contra el pueblo argentino están separados por sesenta años. En esta conmemoración del 24 de Abril se reconocieron y se hicieron causas comunes, como si dos astros llegados de lugares distantes en el espacio y desde distintos tiempos se hubieran cruzado y juntado, tal vez –ojalá– para siempre.
Para los descendientes de sus víctimas, el relato del genocidio contra los armenios llega como una transmisión a la vez íntima y extraña desde el fondo del tiempo, desde el tiempo en el que aún no estábamos, y orienta instintiva e inmediatamente frente los hechos de la historia antes de que lo haga cualquier ponderación razonada. Algo como una certeza venida de lejos que no deja dudas en qué lado estar, por memoria involuntaria de algo íntimo que sucedió mucho antes del nacimiento. Quizás a esa certidumbre transmitida y común se refería Walter Benjamin cuando definía a la memoria como el relámpago que alumbra en un momento de peligro.
La masividad de la marcha por el centenario del genocidio armenio –conmemoración que hasta ahora se hallaba reducida sólo a los descendientes– enseña que la temporalidad de los hechos sociales es compleja; que el presente permite comprender el pasado y no sólo el pasado al presente; y que la paciencia, si es activa, preserva de su pérdida las humillaciones desconocidas de seres humanos sometidos al horror, hasta que encuentran el momento de prosperar en el reconocimiento público. La dictadura militar argentina reveló a muchos descendientes el significado del genocidio contra los armenios, que a su vez dota a la batalla cultural, jurídica y política de los organismos de derechos humanos de un legado atesorado por las generaciones a lo largo de los años.
La presencia de Sonia Torres caminando lento con una vela encendida en la marcha por el pueblo armenio nos entrega una cifra que desentrañar. Ante todo, revela una misteriosa solidaridad entre hombres y mujeres motivados por demandas de naciones diversas y épocas distintas, que forman así una red invisible de significados sensibles y compromisos inequívocos; una sintonía de luchas, y una común comprensión de los hechos a través de las lenguas, las culturas y los tiempos.
Aunque lo requiere, esa comprensión es más extensa que el conocimiento del pasado –que por sí mismo no la produce–. Lo que la produce es una común experiencia de la verdad negada y haber sentido cada día de los muchos días la impotencia de la impunidad. En el fondo es siempre la experiencia, y no tanto el conocimiento, lo que permite el afortunado encuentro de los astros dolientes, el reconocimiento mutuo para enfrentar juntos el reconocimiento retaceado –es decir, el desconocimiento, la indiferencia o la directa negación–.
Cuando a los seres humanos les ocurre algo extremo, en el límite de lo indecible, después es imposible no saber de qué lado estar. Por eso el último 24 de Abril Sonia Torres estaba ahí.
* Profesor de la Universidad Nacional de Córdoba.
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