Sábado, 23 de mayo de 2015 | Hoy
EL PAíS › PANORAMA POLITICO
Por Luis Bruschtein
El nuevo centro se inauguró con un poderoso influjo de proyección histórica. Una monumental apuesta a la cultura en la Semana de Mayo, una señal civilizatoria como las que han representado a grandes momentos de la historia. Fue la inauguración del Centro Cultural Kirchner el jueves. Dos días antes, el martes, quizá con menos espectacularidad, hubo una inauguración menos explosiva, pero que tiene por lo menos la misma densidad hacia la historia porque reafirma el eje sobre el cual se construyó la transición democrática de estos treinta años. Es su marca de identidad y viga maestra. Argentina salió de la dictadura de la misma forma que Europa de la Segunda Guerra, transida de dolor, humillaciones y vergüenzas, en ruinas y escasa de ejemplos reconstituyentes. Raúl Alfonsín detectó el valor de los derechos humanos en ese cuadro. El reconocimiento público del horror estalló con los juicios a los ex comandantes y tuvo un alto costo para Alfonsín pero volcó sobre la sociedad lo que el ex presidente había detectado. El eje ético de la nueva democracia estaba centrado en los derechos humanos. La dictadura lo había instalado por el absurdo, por su desprecio y negación. La inauguración del Sitio de la Memoria de la ESMA el martes, en el mismo lugar donde funcionó uno de los dos centros clandestinos de detención y exterminio más grandes de la dictadura, fue una culminación simbólica. La culminación real de esa transición serán los juicios a los represores y la vigencia de los derechos humanos.
En 2003, cuando Néstor Kirchner logró la anulación de las leyes de impunidad, se escucharon voces que dijeron que era fácil juzgar los derechos humanos del pasado. Que no tenía costo. Sin embargo Alfonsín había pagado un costo muy alto por los juicios. Menem era un as para detectar el camino fácil y con la amnistía se alió a los represores. A la derecha de Alfonsín, Fernando de la Rúa tenía dos problemas: estaba relacionado con los represores, como toda la derecha radical y la derecha peronista, y además era indolente. Dejó todo como lo había armado Menem. Las voces que subestimaban el valor de los derechos humanos no podían evaluar esa experiencia aunque la tuvieran delante de sus narices. Por el contrario, los organismos de derechos humanos habían transitado ese camino desde el llano y desde la dictadura. No podían subestimar lo que tanto les había costado, incluyendo la vida para muchos de sus integrantes. Hubo una confluencia lógica entre el movimiento de derechos humanos y el gobierno que concretó sus reclamos históricos.
Ese punto de encuentro fue consecuencia de un consenso mayoritario que el movimiento de derechos humanos había logrado instalar en la sociedad. Faltaba un paso igual de difícil: institucionalizar esa comunión mayoritaria entre el nuevo sentido democrático y los valores de los derechos humanos. Los gobiernos kirchneristas dieron ese difícil paso e institucionalizaron algo que estaba en el humor de la calle. Fuera de esa comunión quedó la sociedad autoritaria, justificadora de atributos superiores del poder, que entiende orden como privilegios, y poder como represión. Hay una parte minoritaria de la sociedad que construyó una versión supuestamente ética desde esos valores que fueron hegemónicos, a veces por subordinación y otras por imposición, hasta la llegada del kirchnerismo. Es el sentido común del autoritarismo cívico militar que durante muchos años fue vivido y aceptado por los argentinos como un valor disciplinador indiscutible y supremo.
Ese sector nunca se referencia con gobiernos de mayorías, sino que se siente secreta o abiertamente más ligado a las dictaduras o a cualquier gobierno de élites que defienda razones “superiores” a las de las mayorías. Tiene pomposas academias de ética y ciencias sociales, de juristas y doctores sentados sobre un prestigio endogámico y elitista que apenas trasciende fuera de esos círculos cerrados porque ya han sido superados y descartados. Son forjadores de un sentido común que en la actualidad abarca una parte minoritaria de la sociedad muy vinculada por lazos familiares o comerciales a los viejos represores y militares retirados.
Si la nueva democracia se teje sobre el hilo principal de los derechos humanos, aquellos que durante tanto tiempo fueron los dueños de la moral y la palabra pasan a convertirse en lo opuesto en un plano simbólico. No son ellos en concreto, sino lo que ellos sienten y piensan, aquello que les ha dado sentido y un lugar de preeminencia es lo que ahora se convirtió simbólicamente en un basurero. Si se piensa que lo democrático asume como requisito renegar de esos preceptos, los que todavía piensan así se sienten igual de relegados y despreciados. El pensamiento democrático no es violento, pero es obvio que para el que se siente despreciado por esta democracia, ese pensamiento está ejerciendo una violencia simbólica insoportable.
Quizá sea un ejercicio ingenuo. Pero todo este razonamiento es para entender los niveles de odio y resentimiento que se activan en las movilizaciones de la oposición. Es el odio inusitado, el tono de los insultos y sobre todo el desprecio que tratan de transmitir, porque es el mismo desprecio que su subjetividad les transmite desde la sociedad democrática hacia ellos. No es toda la oposición, ni siquiera es la mayoría. Son pequeños grupos que van a todas. Estuvieron en los piquetes del campo, en los cacerolazos y en los actos por Nisman y por Fayt. Los más obvios son los convocados por Cecilia Pando, pero muchos de ellos saben que esa batalla está perdida y ocultan el verdadero motivo de sus odios en una histeria que mezcla corrupción, conspiraciones asesinas y consignas republicanistas sobrecargadas de indignación moral. En esas manifestaciones también hay personas disconformes con la economía o la política o lo que sea, lo cual es normal. Pero el odio profundo del que se descontrola es por los derechos humanos.
Hay una corriente que no es tan gritona, sino más subterránea que puja por recuperar hegemonía. Muchos de esos amigos de la dictadura están en el macrismo. La agrupación Será Justicia y los que se definen como abogados de presos políticos, defensores de torturadores y violadores, ocupan sitios estratégicos en el Consejo de la Magistratura o en los colegios profesionales a través del macrismo, así como en las corporaciones mediáticas, en las academias y en los ministerios porteños. Controlan estructuras que fueron más poderosas en otros tiempos y que conservan un alto poder de fuego.
Necesitan desinstitucionalizar los derechos humanos. Echarlos otra vez a la calle y circunscribirlos allí. Se trata de separarlos de las instituciones democráticas y sobre todo del Gobierno, porque es una estrategia para debilitar al Gobierno y a los derechos humanos al mismo tiempo.
El ataque a Horacio Verbitsky, columnista –desde su fundación– de Página/12 y presidente del CELS, forma parte de esa estrategia. Muchos de los que participaron en esa campaña lo conocen personalmente, muchos sacaron provecho profesional de esa cercanía y saben que están mintiendo, que la acusación forzada no tiene sustento, que se habla de pericias caligráficas que no se sabe si se hicieron ni quién las hizo ni con qué documentos, que se habla de libros que nunca se publicaron y de supuestos facilitadores de un perdón de la Fuerza Aérea que negaron terminantemente haber facilitado nada. No hay nada más que el objetivo de destruir a un referente de los derechos humanos. La acusación es evidentemente falsa, porque ni siquiera entiende un contexto histórico donde nadie salía indemne solamente por escribir discursos. No era tan fácil. Repetir, amplificar, insultar a Verbitsky en editoriales encendidos como hicieron algunos de los que no hace tanto tiempo trataban de congraciarse con él, incluyendo al autor del libro que ni siquiera le dio la oportunidad de rebatir esa acusación antes de publicarla, habla de golpes bajos y manipulación, un escenario profesional flojo de moral y de papeles, exactamente opuesto a lo que ha caracterizado la trayectoria de Verbitsky.
El martes, cuando Cristina Kirchner inauguró el Sitio de Memoria de la ex ESMA, se lo podía ver en la primera fila, con los demás representantes de los organismos de derechos humanos. La foto es circunstancial, lo que va a quedar es el Sitio como un llamado de atención de la historia reciente. Una consecuencia de la victoria de la democracia que está representada por esa imagen de la Presidenta con los organismos de derechos humanos. Esa conjunción describe la culminación de un proceso donde la mayor parte del tiempo esas dos representaciones fueron por caminos diferentes, interactuando, oponiéndose y acordando y escribiendo en ese derrotero una nueva identidad democrática que ahora cierra una etapa sin la cual hubiera sido imposible la reconstitución moral de un país arrasado por el horror y el terror.
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