Lunes, 13 de julio de 2015 | Hoy
EL PAíS › OPINIóN
Por Washington Uranga
Algunos de los colaboradores e interlocutores más cercanos de Jorge Bergoglio suelen afirmar, una y otra vez, que el Papa se dice a sí mismo, palabras más o menos, que “si Dios me puso en esta responsabilidad yo tengo que estar a la altura y responder a este desafío”. Esta es la respuesta que dan frente a quienes expresan escepticismo acerca de lo que Francisco viene afirmando y realizando en su condición de máxima autoridad de la Iglesia Católica mundial. Sirve como explicación tanto para quienes desconfían señalando que lo que ahora hace Bergoglio no es coherente con su pasado como para quienes aseguran que se produjo una transformación en el modo de ser y actuar del antiguo arzobispo de Buenos Aires. No vale la pena entrar en el debate. Las palabras y los hechos hablan por sí mismos y, con la misma contundencia, impactan en la sociedad y en la Iglesia.
Francisco cerró su primera gira sudamericana sin dejar espacios para la duda respecto del contenido de sus mensajes, de las posiciones que tiene frente a la situación del mundo y del estilo que lo caracteriza. Y para ratificar el rumbo utilizó, como valor agregado, hablar desde tierra latinoamericana (su cuna y su fuente) y avalado por un importantísimo baño de masas que lo respaldaron y en las que él mismo decide sostenerse.
Parte del mensaje papal por estas latitudes puede sintetizarse en lo que Bergoglio definió como “la tres T”: trabajo, techo y tierra. Pero para lograr este propósito, dijo Francisco, “hay que cambiar las estructuras” y para hacerlo, agregó, “hay que unir a los pueblos en el camino de la paz y la justicia”. En la misma línea sostuvo que “hay que poner la economía al servicio del pueblo”, sin permitir que “la política se deje dominar por la especulación financiera” y dejando de lado toda forma de colonialismo. No se privó tampoco de relativizar la propiedad privada para levantar “el destino universal de los bienes”.
Alguien que conozca a fondo la llamada doctrina social de la Iglesia podrá decir que ninguno de estos conceptos es absolutamente nuevo en el magisterio católico. Es verdad. Lo nuevo, lo novedoso, es que el Papa extraiga estas ideas de las bibliotecas pontificias para exponerlas en sus discursos antes millones de personas y de esta manera las transforme en un plan de acción para los católicos y aún más allá de los límites de su feligresía. Y que aliente, a propios y extraños, a luchar por estos objetivos.
La crítica de Bergoglio al sistema capitalista financiero es lapidaria, categórica. No queda espacio para las ambigüedades o las dudas. Seguramente por ello quienes antes lo aplaudieron –desde la política, desde los medios y desde la propia Iglesia– ahora intentan que su mensaje pase lo más desapercibido posible. Ya llegará el momento en que alguien se atreva a decir que “el Papa está mal asesorado” o que “está rodeado y eso no le permite ver la realidad”. No habría que perder de vista el señalamiento de Francisco a los poderes que intentan “borrar” la presencia de la Iglesia “porque nuestra fe es revolucionaria” y “desafía la tiranía del ídolo del dinero”.
En este contexto Bergoglio tampoco se privó de reconocer “a los gobiernos de la región” que hacen respetar su soberanía y que reivindican la idea de la Patria Grande.
En Brasil (2013) les reclamó a los jóvenes que “hagan lío” y ahora, en Bolivia, les pidió a los representantes de los movimientos sociales que “no se achiquen” frente a la magnitud del cambio de estructuras que demanda la sociedad actual.
Las dos frases constituyen, de alguna manera, una marca registrada del estilo que Bergoglio intenta plasmar en su pontificado. Lo ha mostrado en sus propios actos, en lo pequeño y cotidiano y en lo político, hacia adentro y hacia afuera de la Iglesia.
Hizo lío transgrediendo la excesiva formalidad vaticana, abandonando gran parte del boato. Les pidió a los obispos que “sean pastores con olor a ovejas”. Y su primer viaje fuera del Vaticano fue a Lampedusa, al sur de Italia, para encontrarse con los “descartados” que huyen de Africa tratando de alcanzar las costas europeas con la aspiración de mejor calidad de vida.
Hizo lío también cuando decidió ser incómodo interponiéndose en el conflicto sirio, o entre Israel y Palestina, o pronunciándose sobre el genocidio armenio y aún cuando participó activamente para acercar a Estados Unidos y Cuba, para mencionar solo algunas de las iniciativas en el escenario internacional.
Pero hace lío también en el interior de la Iglesia cuando interviene el Instituto para las Obras de la Religión (IOR), el banco vaticano, cuando nombra una comisión de cardenales que tiene por finalidad reformar la curia, cuando les inicia juicio a los pedófilos o cuando convoca a sínodos con agenda abierta y les pide a los propios obispos que “hablen de todo y sin miedo”. Esta es la versión eclesiástica del más porteño “no se achiquen” que pronunció ante los representantes de los movimientos sociales en Santa Cruz.
A lo largo de toda su vida como sacerdote, como obispo y ahora como Papa, Bergoglio ha demostrado que es un hombre sumamente inteligente y un gran estratega. Ahora tiene plena conciencia de que los pasos que está dando le generan conflictos internos y enemigos externos. Sabe además que la Iglesia está atravesada por muchas contradicciones –teóricas y prácticas– que se agudizan con la prédica actual del Papa.
Quiere cumplir con la “misión” a la que se siente convocado y que asume “con alegría” como él mismo lo dice. Pero no se le escapa que esa tarea necesita de la Iglesia como institución, como cuerpo, como modo de presencia en la sociedad. Por lo tanto intenta que la vara “se doble pero no se quiebre”. Avanza pero no quiere generar fracturas en el interior de la Iglesia. Su principal respaldo es el apoyo y fervor popular. El de la feligresía y el de muchos otros y otras que, sin reconocerse católicos, ven en Francisco una figura capaz de hacer avanzar cambios en el escenario mundial. En unos y en otros Francisco carga las pilas. Hacia dentro de la estructura eclesiástica –donde las resistencias no son menores– ha decidido ampliar los espacios de consulta, los cuerpos colegiados y las instancias sinodales. Los grandes lineamientos tienen que salir de allí contando con la aprobación de la mayoría de los obispos. Un argumento que Francisco tiene a su favor es que por el camino que él está transitando la Iglesia realiza su tarea misionera y acrecienta su influencia en la sociedad.
Sin perder de vista que en sus manos, porque es una potestad papal, está la designación de los nuevos obispos y cardenales y, en consecuencia, el poder para cambiar la correlación de fuerzas en la institución.
Lo hecho hasta ahora por Bergoglio como papa se encuadra todavía en el tiempo de “luna de miel” con la sociedad y la propia Iglesia. Lo que vendrá será cada día más difícil y aparecerán mucho más claramente las resistencias. Quienes fueron “sorprendidos” y no reaccionaron antes, ya tomaron nota del rumbo elegido por el Papa y preparan el contra ataque. Desde afuera y desde adentro. El escenario se reconfigura para nuevas batallas, con viejos y nuevos actores que el propio Francisco ha incorporado a la escena.
© 2000-2022 www.pagina12.com.ar | República Argentina | Política de privacidad | Todos los Derechos Reservados
Sitio desarrollado con software libre GNU/Linux.