Jueves, 20 de agosto de 2015 | Hoy
EL PAíS › OPINIóN
Por Jorge Alemán *
En primer lugar el título “El retorno de lo político”, ya de entrada, implica que lo político parece ser algo que no está siempre presente, que no está ahí, que no se nos presenta como algo estable, firme y consolidado. Si hablamos de vuelta o retorno de lo político quiere decir que lo político puede ser evitado, puede ser reprimido, puede ser cancelado, puede ser olvidado, por eso para tratar este tema me voy a valer de la distinción entre lo político y la política, y voy a referirme a esta distinción clásica entre lo político y la política a través de los trayectos teóricos en los que me he sentido involucrado y concernido.
En primer lugar, una diferencia que para mí es clave y que se suele a veces solapar o confundir en el campo de la filosofía, de las ciencias sociales y de las ciencias políticas. Una cosa es, las lógicas del poder, que en la formación del neoliberalismo actual, como concreción del discurso capitalista producen subjetividades, el modo en que los medios de comunicación, las corporaciones han tomado como su botín más valioso la producción misma de la subjetividad, y otra cosa es la propia constitución del sujeto por “la lengua”, constitución que se inaugura antes del nacimiento del sujeto y que prosigue después de su muerte. Son dos lugares absolutamente a diferenciar, es más , constituyen la diferencia absoluta.
Una cosa es la producción de subjetividad por las lógicas del poder, que asume distintas figuras: las producciones del emprendedor, vivir la propia vida como si fuera una empresa, la producción de las palabras horribles de autoayuda y autoestima, la producción del hombre endeudado, la producción del hombre que está obligado y sometido a los imperativos de felicidad que cada vez lo vuelven un ser más atormentado, las industrias farmacológicas, los coaches, etc. etc., y otra cosa es esa singularidad irreductible que surge en el advenimiento con “la lengua” a su existencia hablante, sexuada y mortal; si se confunden estas dos cosas y creemos que el poder definitivamente capta ese momento de surgimiento del sujeto, el crimen es perfecto, y entonces sí podemos decir que los medios de comunicación fabrican sujetos, producen sujetos.
No, la singularidad no puede ser producida, llamo político al instante en donde el sujeto adviene y llamo política –en cambio– a las producciones de subjetividad, y esta es una diferencia que me parece grave, si esto se confunde, si se borra ese momento inaugural, estructural, si ustedes quieren “ontológico” de la constitución misma de esa singularidad donde hay en cada uno algo irrepetible, eso que nos hace ser a cada uno quienes somos, si se borra eso, y se confunde con la producción de subjetividades, como dije antes, entonces finalmente el poder ha realizado su crimen perfecto y no hay ya ningún lugar ni para ejercer resistencia, ni para recuperar los legados históricos, ni para practicar la rememoración y la invención. Así que esta es mi primera distinción clave entre lo político y la política, la política es todo eso que surge de los dispositivos del poder del capital y en cambio llamo político a lo “inapropiable”.
Si el discurso del capital, la lógica de circulación de la mercancía, la capacidad que tiene la mercancía para tratar a las subjetividades como si fueran fluidas, líquidas, volátiles, logra borrar esta singularidad, efectivamente no hay ya ninguna otra posibilidad que pensar que el poder se ha adueñado de todas las existencias. Entonces, en este aspecto, considero que es un ejercicio fundamental del pensamiento pensar lo inapropiable. ¿Qué es lo inapropiable? Aquello que el discurso del capital no puede capturar. ¿Cómo nombro aquello que el discurso del capital no puede capturar? Esta singularidad, que surge en el advenimiento de “la lengua”, y que es el lugar en donde efectivamente los retornos, entre ellos el retorno de lo político, se puede llevar a cabo.
Mi segunda distinción, aquí me diferencio de ciertas construcciones teóricas, no voy a dar nombres de autores pero voy a diferenciar al capitalismo de la hegemonía. Yo mismo lexicalmente o idiomáticamente digo: “la hegemonía neoliberal”, “la hegemonía del capital”, etc. etc., es un modo de hablar. Sin embargo creo que el capitalismo por su capacidad de conectar lugares, expandirse transversalmente, carecer de barrera, expulsar todo lo que sea imposible, absorber todas las crisis y potenciarse a través de la crisis, porque las crisis las padecen los pueblos, las naciones, las familias y los sujetos pero nunca la lógica del capital. Al ser el capital un movimiento circular, ilimitado, donde todo el tiempo lo nuevo llama a lo nuevo para anularse como novedad y no para producir ningún acontecimiento, donde lo diferente llama a lo diferente para que nunca surja la diferencia, en ese sentido considero que el capitalismo no es una hegemonía, el capitalismo es un poder.
La hegemonía por el contrario, se construye con las singularidades y por lo tanto siempre es vacía, tiene como punto de partida la heterogeneidad, no puede borrar nunca las diferencias, pensemos por ejemplo la propia construcción hegemónica cuando hablamos de las demandas no satisfechas por las instituciones del neoliberalismo y cómo esas diferentes demandas ingresan en una cadena equivalencial, esas diferencias nunca son borradas en la lógica de la articulación hegemónica, así que opongo la estructura del discurso del capital –al que considero un poder–, de los proyectos hegemónicos.
Llamo política al discurso del capital y a su vocación fundamental de realizar como voluntad acéfala la conexión de todos los lugares en el circuito de la mercancía y designo en cambio como político lo hegemónico, que siempre es por esencia fallido, inestable, y que tiene que jugar su partida en la brecha (por eso surge de una manera tan reiterada la pregunta por el carácter irreversible o no de los cambios), tiene que jugar su partida en la brecha de la estructura de emplazamiento del discurso del capitalismo, que como ustedes saben ya no podemos pensar que haya una contradicción interna que le asigne a un sujeto un lugar previamente determinado que logre salir del capitalismo. El capitalismo nos confronta a una paradoja única en la historia que es, por un lado, que no podemos nombrar su salida, no podemos reconocer su exterioridad, y por otro lado tenemos que seguir insistiendo en su carácter contingente e histórico.
Así que, como ustedes ya han visto, he hecho dos distinciones entre la política y lo político, la primera, las fabricaciones de subjetividad de los dispositivos de poder de la singularidad subjetiva; la segunda, el poder del capital de la construcción hegemónica, la construcción de una lógica articulada y hegemónica, el modo en que una voluntad popular emerge, siempre tiene como punto de partida lo heterogéneo, lo diferente, lo que no es susceptible de ser homogeneizado. El discurso del capital es un campo que se extiende transversalmente, homogéneamente; la hegemonía nunca logra conquistar homogeneidad alguna, y su verdadera fuerza transformadora precisamente consiste en esa heterogeneidad con la que trabaja y por la cual es trabajada.
Mi tercera distinción, y la última, es la diferencia entre los actos instituyentes –así los designo yo, no utilizo términos de otras tradiciones como poder constituyente o praxis instituyentes–, y las instituciones.
¿Cómo entiendo un acto instituyente?, un acto instituyente es lo político, entiendo un acto instituyente y pienso en su inteligibilidad para dar cuenta de cómo lo nuevo entra en la historia, lo que caracteriza al acto instituyente es que por un lado –y prestemos atención a esto– no es una creación que viene de la nada, no es una creación –como podríamos decir– “ex nihilo”, es una creación que exige las tramas simbólicas, las constelaciones históricas, las herencias, sin embargo, en tanto acto instituyente, no es un mero resultado de esas condiciones históricas, es más, exige la presencia de esas condiciones históricas pero es a la vez una ruptura con respecto a las mismas.
Lo nuevo entra en la historia a través del acto instituyente y el acto instituyente está siempre llevado a cabo por un colectivo de singularidades que he designado en mis textos bajo el nombre de “Soledad: Común” porque son tanto singularidades como por otro lado operan en el común de “lalengua”, y vuelven a ser otro nombre de lo inapropiable, así como dije que el sujeto en su singularidad y advenimiento era inapropiable, ahora digo que un acto instituyente es también otro nombre de lo inapropiable, como también lo es la hegemonía, la hegemonía nombra también lo inapropiable.
Lo que nos interesa pensar siempre es ¿qué cosa el discurso del capital no puede apropiar? Este acto instituyente, como ustedes saben, el único destino posible que tiene es fundar instituciones, su trayecto final es ser recogido por la institución, es como en la historia del amor, está el encuentro contingente, y luego el desafío de la permanencia, del mismo modo el acto instituyente se juega en la relación entre lo imposible y lo contingente, y la institución se juega entre lo necesario y lo posible.
La institución está hecha de jerarquías, burocracias, inercias, autoridades, y todo el desafío es cómo ese acto instituyente –que es lo político– se aloja en la política de las instituciones, de tal manera que la institución no se puede clausurar –aunque lo intenta, con respecto a ese acto instituyente–, y a la vez el acto instituyente se caracteriza por no tener más remedio que pasar por la aventura de la permanencia. En este aspecto, ese acto instituyente... doy tres rasgos: la angustia (porque siempre se hace desde un lugar de desamparo, siempre se hace sin... –aunque haya una constelación histórica que lo preceda–, en el acto instituyente hay una soledad radical, aunque sean muchos los que intervengan), luego, la certeza (la certeza siempre viene de la angustia) y por último la anticipación.
Angustia, certeza y anticipación son los tres modos del acto instituyente. La institución por el contrario es la que lo va a acoger y entiendo por praxis militante aquella praxis que es capaz de llevar al seno mismo de la institución la inestabilidad, la fragilidad, el desamparo, la angustia, pero también la certeza del acto instituyente.
Ahora bien, nadie puede identificarse ni adueñarse de un acto instituyente, porque sería un contrasentido, es siempre un colectivo anónimo, que he designado como “Soledad: Común”, pero tampoco ninguna institución, si quiere seguir estando en un proyecto emancipatorio y transformador puede borrar la memoria, la huella, la impronta de aquel acto instituyente. No queda más remedio que vivir todo el tiempo en una tensión entre el acto instituyente y lo instituido de la política, entre el acto instituyente inapropiable de lo político y lo instituido de la política.
Sé, soy plenamente consciente, que no he hablado de ninguna de las situaciones del presente y no he nombrado a nadie, pero yo estoy seguro de que con la generosa imaginación de todos ustedes pueden tal vez inferir de qué estoy hablando.
* Psicoanalista. Autor de Para una izquierda lacaniana. Intervención en el Foro Nacional y Latinoamericano por una Nueva Independencia.
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