Lunes, 24 de agosto de 2015 | Hoy
EL PAíS › OPINIóN
Por Eduardo Aliverti
No se puede decir que el final está cantado, pero sí que la última parte es como esas películas-fórmula en que todos los indicios llaman a confundir datos para mantener algún suspenso.
El escenario hacia octubre está dividido en dos grandes bloques. Uno, el estructural, queda conformado por las dificultades presentes y futuras de la economía, en primer término, y en segundo, por las ratificadas tensiones en torno de si el próximo papel protagónico, en un Frente para la Victoria vencedor, lo asumirá Daniel Scioli o continuará en manos de Cristina Fernández. El otro bloque es y será decididamente coyuntural –de barricada, si es necesario– y queda conformado por todo tipo de operaciones de prensa, acusaciones a la bartola, inventos diversos e interpretaciones forzadas de episodios que no revisten el menor interés. De menor a mayor, corresponde empezar por esto último aunque, para cualquier persona más o menos informada, intelectualmente atenta, los señalamientos resulten un tanto obvios. Habiéndose dejado atrás el dramático paisaje de los inundados bonaerenses, que allí siguen con el ahorque de la vuelta a sus casas pero ya sin atención de la prensa, una vez que las aguas bajaron se pretendió, primero, reinstalar el caso Nisman. Hubo un título central de portada, en Clarín, que los docentes y estudiantes de periodismo deben continuar agradeciendo como ejemplaridad de lo que un oficiante de esta actividad jamás debe hacer. “Creen que alguien fue a lo de Nisman el día de su muerte a borrar datos.” Aparte de la pereza gramatical y sintáctica, la fuente de semejante inferencia es uno de los abogados de las hijas del fiscal muerto. El título, en cambio, sugiere que una junta de expertos máximos e irrebatibles dictaminó lo que no figura en sección alguna de la causa. Cruzar varias fuentes, y mucho más si se trata de insinuar sospechas fundadas en una noticia principal de tapa, ya no constituye una norma inviolable del periodismo profesional. Son tan militantes como aquellos a quienes acusan de tal cosa y, eso sí, sigue siendo muy bueno para corroborar que –con salvedades de estilo y rigor– no hay posiciones periodísticas neutrales sino, y cada día más, claros anclajes de toma de partido. La diferencia, para ser porfiados en el concepto, es entre quienes lo aceptan y quienes se disfrazan de independientes.
En igual dirección que lo anterior, la denuncia de Felipe Solá acerca de que le robaron unos 200 mil votos fue calificada “un poco como de ciencia ficción” en boca del fiscal interviniente de oficio, Jorge Di Lello, porque debió haber “una hipnosis colectiva a todas las autoridades de mesa, y a todos los fiscales, para reemplazar las boletas que estaban dentro del sobre”. No importó ni importará, si es por lo que destaca la generalidad mediática. Sólo cuenta el impacto inicial, espectacularista. En Argentina se instaló que el que gana, bien; y el que no, denuncia fraude y componendas con un entusiasmo al que ni siquiera se anima la salvaje oposición venezolana. Más aún, arguyen que el “sistema electoral” está agotado y lo embrollan con el esquema de votación, que es asunto bien diferente porque arquitectura electiva –primarias o no, presidencialismo o diseño parlamentarista, congreso de dos cuerpos o unicameral, etcétera– no es lo mismo que sufragio en papel tradicional, papeleta única, boleta electrónica o voto directamente cargado y sólo registrado en las máquinas. Es pavorosa la liviandad con que hablan los preocupados por el rigor institucional. Pero, de todos modos, eso podría tomarse como convencionalismos lingüísticos. Por el contrario, elevar a consideración universal que el Papa se sacó una foto con un afiche de entrecasa, en audiencia pública, a favor del diálogo con Malvinas, para de ahí sacar conclusiones localistas; o pretender lisa y llanamente que en Jujuy hubo un asesinato político cuando ni apenas está clara la militancia de la víctima y siendo que los propios denunciantes terminan aceptando que pudo tratarse de un mero hecho de “inseguridad”, habla de la frivolidad y bajeza a que es capaz de llegarse para tomar ventaja. También del mismo modo, la falta de aparición de Cristina después de las primarias, y en medio de los inundados, fue apuntada como una muestra de depresión y carencia de sensibilidad. El jueves, cuando la Presidenta asomó con un discurso que marca su liderazgo en el manejo de los tiempos y en la evaluación de lo acontecido, le cargaron el estigma ya agotador de hacer abuso de la cadena nacional. Si habla porque habla y si no porque no, parece que tuvieran un síndrome de cuestionamiento y abstinencia simultáneos que, como quiera que sea, ratifica la centralidad de su figura. No hay forma de que no sea ella quien marque la agenda, fuere cuando calla o cuando dice. Un dato revelador: la publicación y mención de los grupos empresarios beneficiados por el favor estatal, con Techint y el emporio del primo de Mauricio Macri a la cabeza, después de que otro título periodístico rimbombante exhibiera a Lázaro Báez como el agraciado sobresaliente de las obras públicas. El establishment empresarial y el ambiente periodístico opositor quedaron mudos o, peor, se dedicaron a cruzar explicaciones y excusas. Con pedido manifiesto de no citar la fuente, el argumento de varios de ellos consistió en que esos trapos se citan y lavan en casa. Dicho en otras palabras, acusaron al Gobierno de incurrir en una botoneada que no hacía falta. Ergo, si la prensa miente o manipula debe tomárselo como ejercicio de la libertad de expresión. Pero si el Gobierno retruca con nombres propios –y, ayer, con las cifras adjudicadas a cada grupo, según le pidió Cristina al ministro De Vido en su discurso del jueves, en un pasaje que los medios ignoraron– es una apretada. Vaya forma de entender la responsabilidad institucional y corporativa.
En su kilométrica, agotadora, incontable, abusiva, prepotente cadena nacional, según se cansaron de adjetivar los medios opositores en reemplazo de mejores réplicas, la Presidenta anticipó además un proyecto de ley para crear una agencia que custodie las acciones estatales heredadas de las AFJP. Sin dirigentes de la oposición en capacidad de criticar el anuncio –probablemente porque no tienen estatura ni ánimo de enfrentarse a razonamientos de fondo, al menos en público– fueron miembros del bando periodístico quienes advirtieron que esa medida le ataría las manos al próximo gobierno. Significa que, hasta diciembre, lo que debe hacer el oficialismo no es ejercer sus atribuciones sino dedicarse a contemplar. Otra linda forma de razonar el ejercicio del poder. Y muy demostrativa respecto de que, cuando se trata justamente de eso, del poder y de discutir proyecto, es mejor distraerse con fotos del Papa, incertidumbres sobre la muerte de Nisman, corrupción siempre y sólo estatal, y largo y frecuencia de las cadenas nacionales. Sin embargo, es cierto que, después de todo, esta clase de chicanas, críticas baratas y trivialidades sirven más para el retruque contra las carencias opositoras que a fin de convencer(se) sobre la necesidad de profundizar lo que está en juego.
El modelo en vigencia, que desde 2003 y objetivamente reconquistó la injerencia del Estado como actor principal para equilibrar las diferencias de clase, afronta problemas que no deben ser barridos debajo de la alfombra so pretexto de evitar ser funcional a la derecha. Es indesmentible que hay viento de frente en la economía internacional. El dólar se recuperó; devalúan Brasil y China, que son nuestros socios comerciales más importantes; caen los precios del petróleo y de las materias primas que Argentina exporta. Pero también es incuestionable que el país sufre una dificultad orgánica: toda vez que crece y que su andar económico más la decisión política le permiten desendeudarse en dólares, junto con recuperar terreno gracias al dinamismo del mercado interno, la estructura de su matriz productiva no alcanza para generar divisas que sostengan el mantenimiento o crecimiento. Después, hay que cuidar los dólares incluyendo medidas antipáticas para los sectores medios, como el cepo cambiario, y a la par impedir que el mero expediente de la devaluación transfiera ingresos a los núcleos exportadores y grupos concentrados, a costa del bolsillo popular. Tras ese combo hay inconvenientes severos en las economías regionales y expectativas de ajuste con su especulación consabida, entre otros efectos. El manual del neoliberalismo económico anuncia que basta con devaluar, volver a endeudarse con el exterior y reprimarizar la economía, aunque sus gurkas locales saben que no tienen espacio político para advertirlo derechamente. Lo hacen en sus foros empresariales y a sus candidatos les queda cambiar de discurso para disimularse.
La única salida es a largo plazo, mediante el desarrollo de un perfil productivo e industrialista selectivo que atempere los cíclicos ahogos externos. Para eso es imprescindible un liderazgo político firme que no se tuerza hacia las recetas de ajuste ortodoxo, de cuyo resultado final Argentina es lamentable testigo. El Estado, mientras tanto, es el motor principal.
Nada o muy poco de todo esto figura en la agenda electoral, a excepción de las grandes líneas que baja quien no puede ser candidata. Pero al menos las cosas están claras y siguen en disputa. Quien no quiera ver eso, de sólo mirar dónde estábamos hace doce años, debe hacerse cargo de cuáles cosas le importan más.
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