Lunes, 4 de abril de 2016 | Hoy
EL PAíS › OPINIóN
Por Eduardo Aliverti
Dos grandes hechos que se llevaron y aún mantienen el interés de la prensa, aunque con diferente penetración popular. Y uno que pasó sin mayor pena ni gloria pero que, tal vez, en su significado tiene importancia mayor porque hasta puede servir para ilustrar a los anteriores. De eso se trataron estos días. De eso y de la renovada ola de despidos estatales, en medio del muro de silencio periodístico que permanece aunque, ya, con algunas muestras de esa palabra que inventó un vocero macrista y que tanto les gusta usar como demostración de lo que debería superarse: grieta.
La semana pasada arrancó con la triste o indignante votación del Senado que, por amplísima mayoría, supo ratificar el acatamiento ante los fondos buitre. Fue tal la conciencia culposa de quienes votaron a favor, con los peronistas ex kirchneristas a la cabeza, que la lista de oradores (52) pareció inagotable, al solo efecto de aparecer como republicanos atribulados por una encrucijada sin salida. Como expresión máxima de esa pusilanimidad que sólo podía derivar en la sanata de sus discursos, sobresalió el jefe de bloque, Miguel Angel Pichetto, perdedor por paliza en la última elección rionegrina. Se animó a decir –con un desparpajo sí para la historia– que por fin podía expresarse y votar con entera libertad de conciencia. Su confesión de parte lo releva de la prueba; pero, sobre todo, muestra cuál es el grado de seguridad ideológica que podía esperarse de quienes usaron al kirchnerismo como puente transitorio, apenas, hacia lo que los tiempos políticos determinaran. En la instancia, volver a girar a la derecha sin ningún problema. Es desde ya atendible que un parlamentario, y más a cargo de una jefatura de bloque, deba o haya debido obediencia partidaria. O de liderazgo circunstancial. Pero eso es cosa bien distinta que pegar semejante volantazo en las convicciones supuestamente más profundas y, encima, agregar que Kirchner hubiera votado a favor del acuerdo con la usura internacional. Como si el tema no fuera que, con Kirchner, con el Kirchner hacia izquierda de cuando ejerció el poder del país, jamás se habría llegado a presentar imprescindible una agachada que significa reiniciar el ciclo de endeudamiento externo. Es contrafáctico, por cierto, pero, ¿alguien se anima a desmentirlo?
El Senado dio 54 a 16. Aplastante. En el número y en las conciencias de quienes, como si fuera poco, argumentaron que el asunto con los buitres había que resolverlo de una vez por todas en lugar de aceptar que, sólo, se trató de ponerle una vela a cada santo para que la rendición allegue inversiones capaces de que las provincias reciban fondos. Omitieron que, salvo en función del discurso gurka de los economistas liberales, no hacen falta dólares para emitir pesos. Pregonan el federalismo y prefieren olvidarse de que el país es monetariamente soberano. Ese analista enorme que es Claudio Scaletta volvió a describirlo en forma muy sencilla, en el Cash del domingo pasado. “Es fundamental formularse dos preguntas que, en realidad, son dos caras de la misma: para qué necesita dólares la economía y para qué no los necesita. Los países necesitan moneda extranjera para cuatro fines principales: solventar importaciones, pagar deuda externa, remitir utilidades al exterior y formar ahorros en divisas. Todo el resto de los gastos de la economía se realizan en pesos (...) ¿Podrían los dólares (que lleguen por el acuerdo con los buitres) financiar el déficit fiscal (que tanto dice el Gobierno que lo obsesiona)? La respuesta es no, porque los gastos que provoca el déficit fiscal son en pesos (...) Los gastos corrientes como el pago a los agentes, desde maestros a policías y funcionarios, o el mantenimiento de la infraestructura, son en pesos”. Un país puede necesitar endeudarse afuera porque buena parte de la oferta de bienes y servicios que demanda su economía, como recuerda Scaletta, posee componentes importados o son, directamente, productos del exterior. Entonces, si la economía crece, aumenta la demanda de esos productos y en consecuencia se incrementará el consumo de autos, motos, electrodomésticos y energía, que son todos productos con componentes importados. “Si los dólares para adquirir esos productos no están, entonces la economía simplemente se frena.” Eso se llama Restricción Externa y “resulta legítimo tomar deuda en divisas”, usándolas para “financiar un plan de desarrollo que sustituya importaciones y/o aumente exportaciones”. Pero si no es para eso se patea el problema para adelante “o, peor, bajará el techo acelerando la reaparición de la RE”, porque además de no haber promovido un cambio en la estructura productiva se habrá tomado el endeudamiento en dólares que agrava el problema. Y eso es justamente lo que promueve la Alianza Cambiemos: volver a endeudarse para que, en el mejor/peor de los casos, llegaran inversiones que tampoco cambiarán la estructura productiva. Ya se vio y sufrió gravemente esta película, con la dictadura y con Menem. Pero pareciera evidente que no termina de aprenderse. Y si eso atañe a un grueso de la sociedad que persiste en comprar espejitos de colores, más lo hace con gobernadores y representantes legislativos que conforman una clase política penosa, sin cuadros siquiera técnicos, que acaba de abonar el terreno para volver a chocar contra la misma piedra a cambio de una invisible provisión de fondos a sus provincias que es en pesos, no en dólares. Más luego y si ese derrame de pesos provoca inflación, como también recitan los extremistas de mercado, lo que queda en evidencia es que no tienen control sobre los formadores de precios, que frente al mantenimiento o aumento de la demanda sólo militan en remarcar.
Para contribuir a la solución del déficit fiscal, el gobierno macrista anunció un tarifazo bestial del que, a esta altura, huelgan mayores comentarios descriptivos. Cabe recordar, sí, que es este mismo gobierno quien agrandó el agujero del fisco al eliminar retenciones en forma generalizada. No hay misterios. Lo que ya no pagan los grandes grupos es compensado por el bolsillo popular. Si es que se votó a Cambiemos, consolarse con que no es lo que Mauricio anunció en campaña tienta a una respuesta de mala gana pero se debe ser más caritativo. ¿Qué podía esperarse de un gobierno de derechas que representaría, y vaya si lo hace, a lo más granado de las corporaciones económicas? Alcanza con quedarse ahí, sin entrarle a la lista de amigos, familiares y socios del poder (del auténtico, el de la ingeniería financiera, el de los jugadores en serio y no los Jaime o los Báez) que vienen entronizándose en el Estado, de modo directo. Hasta Carrió, más allá de su compulsión por destruir cuanto construye o ayuda a edificar, sale indignada a denunciar a los operadores macristas en la Justicia. Y a preguntar a quién se le ocurre largar un ajuste tarifario descomunal en simultáneo con una inflación casi igual de bruta. A Carrió la empardan las generales de ley en cuanto a haber creído, si es que lo hizo con honestidad intelectual, en los méritos republicanos y socialmente justicieros de un gobierno encabezado por Macri. Ese Gobierno que únicamente ajusta el bolsillo de los laburantes y que todavía tira, bastante bien, en las percepciones favorables de amplias franjas de clase media. Sectores a los que –como dijo el vocero macrista fraseológicamente más descarnado, obrante como ministro de Hacienda y Finanzas y primer fusible cuando las papas quemen– podrá parecerles por ahora que el tarifazo en luz, gas, transporte, no es más que el precio de una pizza. Es otra concepción propia de quienes, con suerte, saben manejar números de escritorio que son únicamente eso, números, y no gente. El golpe del tarifazo es tremendo para el segmento inferior de la pirámide, y en el del medio se comenzará a sentir por dos vías: a corto plazo en el ingreso real que las paritarias no compensarán; y a corto/mediano en una economía recesiva, debido un mercado interno deprimido que no articulará cadena de felicidad alguna porque incidirá en la actividad comercial e industrial. La respuesta a ese horizonte no tiene plan económico, excepto la recesión, que no sea estrictamente política. Tribunales, que Cristina o aledaños reales o inventados vayan presos, malla de protección mediática; el astillamiento de los peronistas en tres, cuatro o más fracciones; fantasías de eso que llaman integración al mundo aun al costo de revisar acuerdos con los chinos (un costo que podría frenar el reacomodamiento en política exterior más equitativo, logrado desde 2003, a cambio de nuevas promesas vanas del amor carnal con Washington).
A todo esto, la noticia número tres, la del último orejón del tarro, fue que –oficial: lo dijo Jorge Todesca, titular del Indec– la economía creció nada menos que un 2,1 por ciento en 2015. El “nada menos” y la propia sonoridad de la cifra pueden resultar tan exagerados como paupérrimos, respectivamente. Pero basta pegarse una vuelta por cómo le fue al mundo, y a países de la región en particular, para comprobar que el crecimiento argentino fue excepcional. La gente de Cambiemos se desgañitó advirtiendo que nuestra economía no aumentaba desde hacía cuatro años, y ahora deben admitir que a “la pesada herencia” hay que sacarle el adjetivo.
Es herencia a secas, no de las peores, no van ni cuatro meses desde que asumieron, el tarifazo blanqueó las intenciones, los gremialistas amigos muestran los dientes. ¿Cuánto les durará depender de los amigos mediáticos, de que el revanchismo judicial dé resultados y de que el peronismo siga fragmentado? La contestación está entre las reconfiguraciones de liderazgo auténtico, no de tribus, y la capacidad de respuesta popular.
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